Por: Alejandro Paez Valera
@paezvarela
Hay distintos niveles de crítica al Presidente, y a los ciudadanos les conviene discernirlos.
En un nivel están los opositores políticos puros y duros: nunca se van a convencer de Andrés Manuel López Obrador, haga lo que haga. Hicieron una apuesta electoral y perdieron. No están mal y no están bien: simplemente no transitan sobre argumentos. En la medida en la que puedan sembrar la percepción de que el país no marcha –aunque no sea así–, en esa medida podrán recuperar, para ellos y para los suyos, los espacios de poder que perdieron. Tenían algo (mucho, poco, todo) y 2018 los dejó con nada, o casi nada. No van a estar contentos jamás; traen una daga en la mano y la usan para apuñalar lo que se mueva. Perdieron y quieren volver y para volver necesitan que otros –en este caso el Presidente– pierdan. Celebrarán los errores aunque los errores afecten a los ciudadanos. Son oposición política, no quieren conciliar sino retomar donde se quedaron, o mejorar.
En otro nivel están los opositores a secas. No creen en la opción que votó la mayoría. No la ven viable. Ejercen una crítica basada en sus principios y en sus propios valores; en las expectativas que tienen de país y hasta en su propia educación cívica, social, económica y/o política. No creen en un López Obrador y punto. Y se vale. Pero quizás muchos de ellos puedan modificar su opinión basados en los hechos. Pueden convencerse si les dan elementos pero magnificarán los errores porque en ellos está la justificación para mantener su posición política.
En otro nivel está la crítica a la que quizás la 4T le conviene atender. No hay mayor interés de quienes la ejercen que enmendar. Si le va bien al país, qué bueno porque allí vamos todos; si le está yendo mal, piden enderezar el barco y señalan errores, siembran ideas, argumentan. Se convencen de lo que está bien y apuntan con el dedo lo que está mal. Todos los niveles de crítica se valen en una democracia pero esta posición podría ser la más útil. Critica para enmendar. La crítica que no es ciega permite crecer, si es que se le atiende.
Y luego está la no-crítica. Es un nivel en el que están los militantes políticos puros y duros: nunca se van a convencer de que Andrés Manuel López Obrador puede hacer algo mal. Hicieron una apuesta electoral y ganaron. No están mal y no están bien: simplemente no transitan sobre argumentos. En la medida en la que puedan sembrar la percepción de que el país marcha –aunque no sea así–, en esa medida mantienen los espacios de poder que ganaron para ellos y para los suyos. Tenían algo (mucho, poco, todo) y 2018 los dejó con más. Van a estar contentos siempre; traen una daga en la mano y la usan para apuñalar lo que se mueva. Ganaron y quieren ganar otra vez y para ganar otra vez necesitan que nunca se vea como que pierden. Enmendarán en el papel los errores aunque los errores afecten a los ciudadanos. Son la militancia política: no buscan conciliar, simplemente defender lo que lograron.
Hay distintos niveles de crítica al Presidente, y a los ciudadanos les conviene discernirlos. Hay que leer todo, revisar todo y entender de dónde viene lo que uno consume para armar un criterio propio, sólido. Esos equilibrios son los que le hacen mejor al país; qué va: son los que mejor le hacen a uno mismo. Lo que es negro, verlo como negro; y lo que es blanco, disfrutarlo como blanco. Y entender que hay distintos matices de gris. Hay que saber dónde está parado cada uno de los que hacen crítica, y no servirse con la cuchara más grande porque esa jala grasa, pellejos y poca carne. Cualquier criterio, cualquier opinión propia, debe venir de analizar aquí y allá. Hay mucha basura en estos tiempos. Hay muchas mentiras y muchas torceduras. Hay que saber discernir y construir un criterio propio: la verdad se construye contrastando afirmaciones con hechos. Hay muchos idiotas con opinión; se tiene que escarbar. Esa es la obligación de uno, como ciudadano. La rabia provoca agruras, y las agruras traen malestar siempre: no se compren argumentos que vienen de la rabia.
Me atrevo a sugerir que también conviene alejarse de la crítica y analizar con ojos propios. La crítica, positiva o negativa, tiene una carga: pesa y es una piedra. Y muchas piedras sepultan. Hay que serenar el alma y para eso, nada como los libros. Hay que leer. Mucho. Y quizás de los que leen salga el mejor de todos los críticos: el ciudadano informado.
“Ordenar bibliotecas es ejercer,
de un modo silencioso y modesto,
el arte de la crítica”, escribió Jorge Luis Borges.
Y ya.
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