Por: Fernando Ortiz C.
Y la voz de un reportero más, ha callado por siempre. Así es la realidad constante del periodismo en México; reporteros asesinados a sangre fría a lo largo y ancho del país, algunos exiliados, otros perseguidos, algunos más escondiéndose, y otros como el ahora finado Rubén Espinosa Becerril, originario del estado Veracruz y que ante las amenazas recibidas contra su persona, por el trabajo que desempeñaba, decidió salir para radicar en el Distrito Federal, donde ahora es uno más de la indignante y triste estadística de reporteros muertos.
Esto es un problema mundial, el periodismo está secuestrado por aquellos que dominan gobiernos y que tienen el poder de someter mediante el medio. El periodismo ahora se está convirtiendo en una forma de mensaje de terror y al mismo tiempo como advertencia de las consecuencias de informar todo aquello que no se ordene a los intereses de los poderosos.
Nombre como el de James Foley o Steven Sotloff son conocidos por ser víctimas del Estado Islámico quienes se desempeñaban como reporteros y eso les costó la vida.
María Elizabeth Macías Castro, Yolanda Ordaz, Luis Emmanuel Ruiz Castillo, son algunos de los nombres de reporteros que han sido víctimas del crimen y en muchos casos de la corrupción de nuestro país.
El análisis rebasa fronteras, pues como lo mencione anteriormente, esto es un problema mundial, un problema donde ser reportero o informar de ciertos hechos es una actividad de alto riesgo.
El mundo ahora está en la época de la información donde ideas, pensamientos, dichos, imágenes, fotografías, corren de un lugar a otro y a una velocidad vertiginosa que hace prácticamente imposible filtrar o detener cierta información “no grata” para algunos políticos, empresarios o líderes mundiales.
La libertad de expresión hoy en día está en auge y encontró en las redes sociales el cultivo perfecto para desarrollarse, pero paradójicamente también ha sido el medio por el cual se han perseguido a esas personas que no se ha quedado calladas, esas persona que han tratado de presentar al mundo una realidad, a veces obvia, y en muchas otras ocasiones escondida empeño para mantener a las cúpulas de poder.
En los últimos quince años, en nuestro país más de cien reporteros han sido silenciados por las balas y asesinos a sueldo de narcotraficantes, gobernadores, presidentes de la República o Jefes Policiacos.
El periodismo poco a poco se ha envuelto intimidado, sometido, amenazado y amordazando en Colombia, Honduras, Brasil, los países que se unen funestamente a la lista de naciones más peligrosas para ejercer el periodismo, lideradas por México; así es, nuestro país ocupa el primer lugar en peligrosidad en el continente americano.
A nivel mundial, también nuestro país figura dentro de los diez más peligrosos del mundo. Siria encabeza la lista, una lucha armada por derrocar al gobierno ha puesto la justificación para que el periodismo luche por tener una voz. Somalia, Irak, Pakistán, India son los otros países que amagan con acabar con más vidas de profesionales que buscan trasmitir la verdad o al menos lo que contemplan en su realidad.
Poder y corrupción parece el binomio para atacar al periodismo. En nuestro país el narcotráfico y los poderes fácticos son los que controlan la información, la cual en ocasiones llega a poner en peligro intereses o grandes negocios por lo cual se recurre a la violencia y al crimen, logrando de esta manera infundir el caos y pánico en la población.
Dentro del problema que aqueja al periodismo a nivel mundial podemos encontrar un factor común, la impunidad, pues al ser ordenados los asesinatos desde cúpulas de poder o de altos mandos de grupos delincuenciales o de otra índole, logran cumplir sin mayor contratiempo su objetivo y al mismo tiempo se saben respaldados para no ser juzgados o al menos atrapados por las autoridades.
Ricardo Alemán en uno de sus artículos menciona algo revelador: “En realidad el ejercicio del periodismo, el que reporta, documenta, denuncia, revela, señala y critica, es uno de los más peligrosos enemigos de los criminales organizados y sus aliados, los corruptos policías sean municipales, estatales o federales, los corruptos alcaldes, gobernadores, diputados locales, federales, senadores o funcionarios del más alto nivel”. Esto podemos contextualizarlo en México, donde las estructuras policiacas tienen dos opciones frente al ataque al periodismo: inmiscuirse y ser cómplice, o permitir sin mayor reparo que se ajusticie al detractor o detractores.
Profundizando más en esta situación podremos encontrar que posiblemente el asesinato de periodistas sea solo la punta del iceberg, pues a la larga lo que pretenden los grupos de poder es hacerse poseedores de los medios de información para de esta manera cegar a la población, distrayendo o en su caso controlando qué se dice o qué se calla.
El periodismo sufre, y está cada vez más acorralado por las acciones de terror que son cada vez más frecuentes; ahora la prensa se encuentra en un contexto hostil en el que se debe de alinear ante las fuerzas del poder o acatar las consecuencias de enfrentar a dichos grupos, por eso el problema se extiende más allá de las fronteras políticas de las naciones, pues los intereses no son solo de una nación en particular sino de un entramado complejo de intereses y circunstancias que pueden ordenar el asesinato de una persona, actores fuera del propio país.
Julian Assange, creador de WikiLeaks, y Edward Snowden son ejemplos claros de la acoso ante aquellos que trasmiten o difunden información. Acosados y hostigados en sus países, exiliados y temerosos que en algún momento sus perseguidores paguen el precio que tienen sus cabezas y sean víctimas más dentro del periodismo internacional.
El escritor británico, Hans Genscher algún día dijo que el periodismo es la artillería de la libertad, pero ahora esa artillería de la libertad tiene que protegerse de las armas, balas, secuestros, extorciones y violencia que desatan los que quieren coartar la libertad.
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