Por Fernando Ortiz C.
Aquella revolución roja a la que el finado comandante Chávez llamaba bolivariana, aquella que en 1999 enarbolaba los ideales en las palabras del propio líder una revolución que llevará a una transformación política, social, económica y cultural inspirada en el planteamiento del libertador Simón Bolívar. Diecisiete años después, tras la muerte de su ideólogo y las riendas del país dirigidas por Nicolás Maduro, pupilo del finado Hugo Chávez, esa revolución ha sido todo lo contrario de lo que buscaba.
Venezuela está sumida en una crisis nunca antes vista en el país: la economía, la desigualdad social y los conflictos políticos han polarizado a la ciudadanía, entre aquellos que aún creen que se logró un cambio y los desertores de Maduro, quienes han criticado duramente su gestión y que han llevado al extremo su descontento esgrimiendo que el actual presidente no es venezolano de nacimiento y por lo cual tendría que ser removido del cargo.
Las imágenes que circulan de las largas filas de personas buscando víveres, parecieran que son de alguna nación que acaba de sufrir una catástrofe; la violencia desbordada ante la desesperación de ver reducidas sus posibilidades de sobrevivencia, llevando algunos incluso a buscar una salida hacia Colombia.
Esta crisis parece que no solo se queda limitada a la gestión de Maduro, sino que es una guerra política, tal vez un argumento para justificar su incapacidad de controlar la situación y justificar la reprimenda que el estado ha llevado a cabo desde que comenzaron las revueltas por parte de los ciudadanos ante la falta de respuestas y la incertidumbre del rumbo que lleva el país.
La figura de Hugo Chávez está años luz de lo que esperaba Venezuela y el crecimiento económico que vio en su momento, ahora Nicolás Maduro ha perdido la herencia de popularidad, esperanza y carisma que existía que permeaba en su momento a sectores más grandes de la población venezolana.
Venezuela confió en sus reservar petroleras y ahora frente a la crisis que presenta en su interior no hay forma de cómo salir de ella. Las opciones van desde una reconstrucción social, una revuelta civil hasta la destitución del presidente y de varias personas de su gabinete acusadas de fraudes y enriquecimiento.
El caso de Venezuela es alarmante no solo para lo que ocurre en Caracas y en otras ciudades sino porque es el reflejo de la actualidad de América latina, donde muchos países penden de un hilo entre la presunta estabilidad y el desorden social y crisis económicas.
El impacto de dicha crisis pone de manifiesto una presunta desestabilización regional, donde por ejemplo Petrocaribe pierde toda identidad y liderazgo afectando a Nicaragua o República Dominicana.
Uno de los grandes socios del comandante Chávez como lo fue la nación cubana, ha decidido mirar hacia Washington y dejar a un lado sus nexos con Venezuela, lo cual provoca una forma de aislamiento para el país sudamericano.
La complejidad del presente venezolano hace que llene de incertidumbre su futuro, esperando a que está crisis al menos tenga un rumbo por el cual se pueda hacer un análisis y se llegue a una solución, lo cual parece muy lejano pues las pugnas políticas y el panorama internacional no da muchas esperanzas al gobierno de Maduro.
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