¡Arrancad los cerrojos de las puertas!
¡Arrancad las puertas mismas de sus goznes!
–Walt Whitman
No creo, con todo respeto para las partes, que Margarita Zavala sea más independiente de Felipe Calderón que Angélica Rivera de Enrique Peña Nieto. De hecho, Margarita está más atada a su esposo de lo que ahora, en campaña, pregona para agraciarse con los mexicanos.
Las dos van de independientes por el mundo aunque, se sabe, se entiende, las dos disfrutan de los goces de sus maridos y aplauden en los eventos públicos de sus respectivos.
La señora Rivera de Peña, sin embargo, no mueve hilos en el PRI para acomodar las fichas de su esposo, y la señora Zavala de Calderón sí lo hacía en el PAN. Angélica no se mete en políticas públicas, mientras que Margarita sí lo hizo y tan sí lo hizo que eso es parte de las credenciales que vende para decir que puede con el encargo presidencial.
Angélica Rivera está tan lejos del juego político de su marido, que supongo que debe haber broncas fuertes en Los Pinos –supongo, insisto– cuando ella no ve los escándalos que se le arman al Presidente cada vez que sale en las portadas de Hola! o se va de compras. “Ella tiene su propia profesión, decide sobre su imagen”, me argumentaba un amigo. Y sigue apareciendo en cuanta revista se le antoja, a costa de la popularidad de su esposo.
Margarita, en cambio, no ha sido capaz de mover un dedo si ese dedo pudiera lastimar en lo más mínimo la imagen de Calderón.
En los hechos, para bien o para mal, a Angélica Rivera se le ve más por la libre que a Margarita Zavala en su momento. La señora Rivera de Peña aparece aquí y allá (provocando tormentas bárbaras) mientras la esposa de Calderón asumía un rol –por lo menos en apariencia– sumiso, de pareja abnegada.
Quiero decir, entonces, que la señora Rivera es más independiente y parece que no se mete en los asuntos públicos del señor Peña, hasta donde se sabe. Pero la señora Zavala, es conocido, estaba en todo.
–Ella corrió a Patricia [Flores Elizondo] –me dijo un colega.
Patricia Flores era la todopoderosa encargada de la Oficina de la Presidencia. Mil historias corrían en aquellos días sobre la pareja presidencial y la señora Flores.
El caso es que Margarita sí mandaba: dejó a su esposo sin la Flores Elizondo. El caso es que, para efectos prácticos, yo no podría decir que las “reformas de gran calado” (que han valido poca cosa) sean en parte obra de Angélica Rivera. En cambio sí es sabido que Margarita era parte del grupo compacto que tomada decisiones.
Difícil pensar que ella estuviera en desacuerdo –y las últimas entrevistas lo comprueban– con las políticas equivocadas de su marido, al que por lo menos asesoraba. Esas políticas llevaron a la muerte de entre 70 mil y 100 mil mexicanos en una guerra equivocada que dejó 25 mil desaparecidos y unos 250 mil desplazados por la violencia.
Es probable que Angélica Rivera no sepa de la Reforma Energética. Pero Margarita Zavala, en cambio, sí estaba en la mesa donde se tomaban decisiones presidenciales.
Y muchas de esas decisiones dejaron a miles de mexicanos sin padres, sin hijos, sin madres, sin parejas en una guerra estúpida e inútil que padecemos hasta el día de hoy.
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Aclaro que ni Presidencia de la República, ni el PRI, ni el Estado de México, ni Televisa, niTelemundo, ni los Teletubbies o las Telenovelas –o como se llame esa porquería– me dan tortas, Frutsis, naranjas o chayotes. Lo aclaro, y digo: Margarita Zavala es más hipócrita que Angélica Rivera. Todos en la vida pública lo son; pero Margarita tiene, a mi parecer, una dosis más alta.
Porque la Primera Dama es lo que es: una mujer del espectáculo, frívola y sin demasiada conciencia política y social. Sabrá de ratings de tele pero le valen las encuestas: de otra manera se habría dado cuenta que cada vez que aparece en la portada de una revista del corazón expone a su marido a los reclamos de analistas, periodistas, gente de la calle, tuiteros, intelectuales y otros que se toman sus atrevimientos como una burla en un país donde los pobres son muchos y el Presidente, que no hizo lo suficiente por rescatarlos, está sometido a dudas sobre su propia riqueza.
La señora Rivera no se anda con rodeos. Evidentemente, por la cantidad de escándalos, no se oculta tanto como podría ocultarse.
Margarita Zavala, sin embargo, sí se guarda tras una máscara. Dice que es independiente y eso significa que no es culpable de lo que hizo su marido, y lo que hizo no fue poca cosa: declaró una guerra sin que las instituciones estuvieran preparadas y sólo por razones mezquinamente políticas: justo cuando se cuestionaba su legitimidad.
Declaró una guerra y luego, más adelante, durante cinco años se aferró a ella aunque el país se desangrara. Y allí estaba Margarita Zavala, con él. Ella, tan inteligente y linda, estaba allí en cada paso que el otro daba.
Ahora dice que “el ser esposo de o esposa de no te anula como persona ni te hace idéntico a esa persona, ni te subordina”. Pues le digo que le venda esa idea a los cinco calderonistas que quedan en México. Y aún esos cinco sabrán, incluso mejor que yo, que ella estuvo allí, con él.
Ella era su apoyo; era –y él así lo dijo– su “soporte moral”. ¿Para qué lo niega ahora? ¿Sólo para regresar al presupuesto público? Felipe Calderón no es un lastre para las ambiciones de Margarita Zavala: los dos son un gran lastre para México.
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¿Por qué el destape? Muchos se lo preguntan hoy, cuando todavía huele fresca la sangre y suena, en el aire, la defensa inmoral de Felipe Calderón ante la tragedia: “El 99 por ciento de los muertos eran criminales”. Mentiroso. Le pregunté (y le pregunto), hace años, en dónde están las averiguaciones que determinaron que esos 70 mil o 100 mil muertos de su sexenio estaban ligados a criminales o eran criminales. Por supuesto que NO tiene ni tuvo esas averiguaciones.
En la fiesta de la sangre, una mentira de ese tamaño le pareció cualquier cosa. En medio de las lágrimas, Calderón mintió para abrirle paso, con soberbia, a su justificación.
Creo que el destape de Margarita Zavala es pura y llanamente ambición de poder; una ambición por demás impúdica. Piensa que puede porque hemos estado demasiado ocupados en el actual Presidente, también cubierto de sangre y desprestigio. Pero eso no la pone en la primera fila. El vacío de poder no le abre puertas a sus ambiciones; está malentendiendo todo si cree que nos hemos olvidado quién es, y quién es su marido.
Pienso que la prioridad para Margarita no debería ser buscar la presidencia. Pienso que, primero, debería procurar limpiarse las manos de sangre. Ella estaba allí, en la mesa de las decisiones. Lo saben los colaboradores del calderonismo, lo sabe ella misma, lo saben en el PAN. Decir otra cosa, a estas alturas, es una mentira sobre más mentiras. Demasiadas mentiras e irrespeto a la inteligencia de los mexicanos.
Mi deseo de hace algunos años es que todos esos muertos los persigan, a los dos, hasta el último día de su vida. Porque la justicia no los perseguirá, lo sabemos, en el país de la impunidad.
Calderón ya dijo que duerme tranquilo. Margarita dormirá tranquila, también, porque ella y él eran y son una misma cosa.
Muy católicos que son, los siguientes años deberían dedicarlos a buscar el perdón para sus almas –y no el patrocinio del dinero público–: deberían lavar, hincados, la sangre de las calles; deberían hacerse a las sierras a ubicar, pala en mano, a tantos hijos de madre y padre que están enterrados. Deberían dar calor a los huérfanos y besar los muñones de los que perdieron un dedo, una oreja, una pierna o el cuello en su guerra fallida contra los criminales. Deberían ponerle pausa a la rocola que los empobrece (ponerle pausa a Arjona, su músico de cabecera, según el mismo Calderón) y ofrecer una disculpa pública y darle gracias a su dios porque el Estado mexicano es una llaga podrida y sus políticos una mierda y es por eso que no van a dar a prisión.
Dudo mucho que Margarita llegue a Los Pinos. Pero dudo más, mucho más, que Margarita y Felipe alcancen a ver el cielo que, según su religión, aguarda a los justos.
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
Por: Alejandro Páez Varela
@paezvarela
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