Por Fernando Ortiz
Un hombre vestido de blanco, con una sonrisa misteriosa pero portentosa, un hombre que parece ha entendido los retos y su papel dentro del siglo XXI, a diferencia de sus dos antecesores quienes vivían atrapados en el medievo, este personaje que llegó los Estados Unidos con la firme convicción de ser escuchado por los más influyentes líderes en la nación más poderosa del planeta, él es el Papa Francisco.
Ya no son aquellos tiempos donde la investidura del Papa era incuestionable, y donde cualquier idea o pensamiento que expresaba el Sumo Pontífice en turno estaba fuera de la crítica y el análisis; ahora en el siglo XXI, la caótica situación mundial hace del Papa un personaje de crítica, de cuestionamientos y de constante observación más allá de ser el máximo jerarca de la Iglesia Católica Apostólica Romana, pues guste o no, tiene el poder y va recobrando el liderazgo perdido por la obsolescencia de los papados anteriores, actuando ahora como un contrapeso en las dinámicas sociales de la actualidad.
Francisco se convirtió en el primer Papa en hablar en el Congreso de los Estados Unidos, abordando temas cruciales en la agenda internacional: migración, globalización y abolición de la pena capital. “La tierra de los libres y en la patria de los valientes” fue como comenzó su discurso, un mensaje cauteloso pero incisivo en este tipo de cuestiones.
Posiblemente el discurso en la sede de la ONU sea el más trascendente de su visita a la Unión Americana: “Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que lejos de promover el progreso someten a los poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”.
Pobreza, guerra y cambio climático fueron los temas que abordó siempre con reserva pero con un interés de transformar las actividades actuales de cómo el mundo y sus sistemas se dirigen.
Las palabras más emblemáticas fueron expresadas en el Ground Zero, cuando junto a ministros y representantes de otras religiones, el Papa Francisco pidió a Dios que traiga “paz a nuestro mundo violento y convierta a quienes matan en nombre de la religión” palabras que dejan una profunda reflexión y enfrentan a la propia Iglesia que representa; la política a veces se disfraza de religión y en otras ocasiones la religión busca convertirse en política.
El panorama mundial, tras la visita del Papa Francisco a los Estado Unidos, reconfigura en primera instancia la imagen del Estado Vaticano, ahora siendo un actor importante y con el liderazgo después de las gestiones de Benedicto XVI y Juan Pablo II quienes se “alinearon” a los intereses fácticos del poder mundial y decidieron no actuar, perdiendo de esta forma, la importancia tanto política y religiosa del Vaticano dejándolo como un lugar perdido entre las montañas italianas.
Habrá quien dirá que “el sol no se tapa con un dedo” y que aún queda por resolver muchos “misterios del Vaticano”, la pederastia de parte de sacerdotes alrededor del mundo, las redes delincuenciales con las que se ha vinculado al Vaticano, entre otra muchas situaciones que quedan en el vacío, pero lo que sí es importante señalar es que el Papa Francisco, ya sea como estrategia mediática, populista o real, está reconfigurando a la Iglesia y posicionándose como un actor preponderante dentro del ajedrez mundial.
Según algunas fuentes, señalan que el Papa Francisco declinó visitar nuestro país, quien por cierto ocupa el segundo lugar de católicos en el mundo, por la violencia en algunos estados de la república. Otros señalan que el caso Ayotzinapa ha sido la causa por la cual el pontífice no quiso visitar el país en apoyo a las víctimas; lo cierto es que esto es parte de la estrategia diplomática de Francisco, sabe que los retos actuales implican ser mediático, en otras ocasiones populista, ser calculador y saber el momento perfecto de alzar la voz, con cautela pero sin recatos.
Más allá de una visita a nuestro país, las palabras y la postura del Papa Francisco frente a la migración es un golpe fuerte y que invita a la negociación sobre todo para la contienda presidencial donde el tema migratorio ha sido el punto álgido, de apoyo y desprecio por parte de los votantes norteamericanos. La postura del Papa en cierta forma ayuda a revalorar y recomponer el discurso tal vez con el objetivo no tanto de preocupación de los migrantes pero sí como una fuerza importante que pueda fortalecer a alguno de los candidatos.
El Papa visitando Cuba y Estados Unidos, dos naciones antagónicas que en los últimos años han retomado la compostura frente al diálogo, y el pontífice fungiendo como el eslabón mediático para fortalecer dicha relación; estos son los retos del siglo XXI, se necesita que los jerarcas religiosos, no solo cristianos, se den cuenta que los tiempos han cambiado y que la corriente no religiosa está tomando cada vez más fuerza, por lo cual deben adaptarse a ser personajes que dentro del poder y liderazgo habrán paso a la igualdad del mundo y no hablar desde una perspectiva deslucida y sin fundamentación frente a los acontecimientos del mundo.
El Papa Francisco aún tiene varios retos por delante, desde la reforma de la propia estructura medieval vaticana, obsoleta para las necesidades de la actualidad, la posición de la mujer dentro de la Iglesia, la transformación de ser un líder que logre disminuir las distancias entre la pobreza y riqueza, reconfigurar a la Iglesia que mire a los pobres y no sea solo para ricos, donde los gobernantes observen en el jefe del Estado Vaticano a un verdadero personaje de peso y no un simple hombre vestido de blanco que lanza bendiciones de un lugar a otro, o como un simple escaparate turístico.
Poco a poco el Papa Francisco da pasos hacia la modernidad y cambio, un paso a la vez, un paso que en mucho tiempo se dejó de dar y ahora por necesidad o convicción se busca reivindicar.
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