Por Fernando Ortiz C.
Nuestro país se tiñe de verde, blanco y rojo, una época de felicidad y de entusiasmo pues somos independientes, nos liberamos de la opresión y de la carga de los conquistadores, ésos que robaron, saquearon e impusieron su cultura, todo esto finalizando con un resonante: ¡Viva México! Así es el irónico, paradójico y contradictorio discurso mexicano, donde se celebra lo que no se tiene, ni se es lo que se quiere ser, y se calla lo que debería decir.
Sombreros de palma adornaran la cabeza de muchos mexicanos, para ser guardados inmediatamente después de “dar el grito”, pues ese sombrero solo es un símbolo del estereotipo del hombre campesino, de ese hombre ignorante y en ocasiones flojo que se presenta en la gráfica popular, no solo nacional sino que abarca hasta la esfera internacional y con el cual no queremos ser representados, pero que este día es símbolo de la mexicanidad portentosa y luchadora de nuestra raza.
¡Qué orgullo ser mexicano! Y más con un bigote “bien mexicano” de esos de estilo europeo, del que se celebra haber vencido, un bigote que no representa lo que se dice representar pues lo español o europeo no tiene cabida este día.
Hoy es día del grito, ese que impuso el personaje más odiado por nuestra historia, Don Porfirio Díaz fue el que comenzó con esta tradición, más como un festejo a su nacimiento que a una nación independiente, pero no importa somos mexicanos y hay que celebrarlo.
Un jorongo para esperar la noche y protegerse del frío no puede faltar, con colores mexicanos y si puede tener el escudo nacional tejido en él, eso es aún mejor. Una prenda despectiva que nadie gusta llevar los otros 364 días del año. Queremos ser algo que no somos, lo que nos enorgullece ese día nos avergüenza el resto del año.
Así es la fiesta mexicana, la celebración de la libertad, esa historia que configurada de más mitos que realidades, una historia que no se quiere cuestionar, para qué cuestionarla si tenemos un día que sea por lo que sea, orgullo, tradición, ilusión o moda, podemos celebrar y gritar : ¡Viva México!.
El Premio Nobel de literatura, Octavio Paz mencionó en algún momento: ¡Pobres mexicanos! Que cada 15 de septiembre gritan por un espacio de una hora quizá para callar el resto del año. Duele saber esto, por eso, gritemos por más de una hora, aunque al final tengamos que darle la razón al creador del Laberinto de la Soledad.
En el fondo de los mexicanos, se encuentra un huracán de emociones, gritar para callar, libertad en la opresión, héroes envestidos de villanos, gobiernos ingobernables, las paradojas e ironías de nuestro grito mexicano. Llegará durante la celebración que cada “orgulloso mexicano” entone el himno nacional y con él la absurdez y el vacío de su letra:
Mexicanos al grito de guerra, ¿Cuál guerra? ¿Cuál grito? El mexicano no evoca ningún grito, solo la guerra interna a la cual tampoco interesa alistarse y luchar; posiblemente la guerra es contra la opresión, contra la aniquilación de sueños, o por el derecho a una vida justa o al menos nacida de la utopía de una nación mejor que la que era a inicios del siglo XIX.
El acero aprestad y el bridón, lo que significa, si alguna vez tuvo sentido, preparar las armas y el bridón del caballo, estar listos para el combate, ¿Cuál combate se preguntarán algunos? Contra la corrupción, contra el mal gobierno, contra la impunidad dirán otros, pero al final todo queda en una canción.
Y retiemble en sus centros la tierra, al sonoro rugir del cañón, lo que eventualmente podría considerarse una triste realidad, la de mexicanos matando mexicanos, asesinándose por poder, por la gloria del dinero, por quitar a unos lo que otros han ganado. El sonoro rugir de los cañones al desaparecer estudiantes, periodistas, civiles y todos aquellos que pudieran hacer retumbar la tierra del águila y el nopal o el de la tierra de la impunidad y corrupción.
Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva, este verso que aluce a la victoria, posiblemente ganadora de batallas y de luchas, pero que en la actualidad son palabras que se lleva el viento cuando no se sabe la verdad sobre: Ayotzinapa, Tlatlaya, o Chilapa; casas blancas, fugas de capos del narcotráfico y más casos no resueltos tan comunes en nuestro México. ¿Qué victoria podremos adjudicarle a nuestra patria?
De la paz el arcángel divino, esa eterna esperanza de que alguien llegué y nos dé paz a lo que nosotros solo hemos aportado indiferencia. Esta es una súplica eterna del mexicano, pero volvemos a ser lo que no somos, aparentando fortaleza y poder, mientras por dentro nuestro pedimos piedad y un mensajero de paz.
Entonces llega el verso donde aceptamos nuestro destino, este que hemos construido nosotros y donde el cielo no tuvo nada que ver, que en el cielo tu eterno destino, por el dedo de Dios se escribió; otra paradoja más, cuando el mexicano se dice laico y soberano, deja en manos de Dios su destino decretado así como está y lo culpa de su esclavitud.
Mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo, la frase más vacía de nuestro glorioso himno, frase que pierde toda cordura cuando el extraño enemigo no es tan extraño y creemos que tampoco es nuestro enemigo, ése mismo que profana con su plana y privatiza, despoja y segrega a los que se supone son la raíz de nuestro pueblo. Ese extraño enemigo que ya es tan común que nos vende todo, nos da todo y nos quita todo al mismo tiempo; ese que ha profanado nuestros valores, nuestra cultura, y nos ha entregado esta realidad de la cual nosotros solo podemos evocar al destino divino y a la esperanza de un mensajero. La ironía del grito mexicano, celebra la libertad y soberanía mientras se sabe profanado y con el enemigo a su lado.
Y el culmen de toda ilusión que provoca el grito celebrado cada 15 de septiembre es cuando a todo pulmón con la mano en el pecho se dice: Piensa ¡Oh! Patria querida que el cielo un soldado en cada hijo te dio. Debería de recomponerse este verso lo antes posible y decir que un soldado pasivo en cada hijo te dio. ¿Quién busca luchar por lo que se supone ofrecieron los “héroes patrios”? Soldados en cada mexicano, será en algunos lugares, esos que irónicamente han dejado de sentirse mexicanos, esos lugares que al ver la profanación de sus tierras de un extraño enemigo, han hecho retumbar la tierra al rugir del cañón, porque no les ha quedado otra opción que la lucha armada. Recuerdos de esto tenemos al EZLN, a los pueblos indígenas que han despintado su corazón de verde, blanco y rojo porque no tienen ningún sentido sus colores.
Ésta es la gran paradoja del mexicano en el mes patrio, sin una patria y festejando en la tierra del enemigo lo que añoran ser pero que ni aquella tierra lo acepta como uno de ellos y donde en su propia tierra son olvidados. Sombreros, zarapes, banderas y cualquier artilugio de procedencia asiática son los que dominan el entorno aquí y allá.
Un himno que en su esencia es bélico, violento, diestro al ataque se ha vuelto tartamudo, ocioso, vano y que no se vincula a nuestra patria tricolor. El último escape del mexicano al verse en esta realidad es gritar ¡Viva México! Pues sabe que está agonizando, sino es que para otros lo ven muerto, es ahí el intento de gritar ¡Viva México! Las veces que sea necesario, más que como un grito de guerra, como una invitación a que reaccione, que despierte, que busqué el sentido de las palabras que entona en su himno, que sea lo que en su mente desearía que fuera su país, pero se encuentra con que la fiesta terminó; la pirotecnia dejó de acaparar su atención y entonces, el silencio total en la oscuridad de la noche.
Se termina el ritual despojándose de sus prendas patrias para empolvarlas un año más, esperando que el próximo año sea el momento de darle sentido a su canción y su libertad, sabiendo al mismo tiempo que mañana será otro día, donde el espíritu mexicano se esconde y donde cada mexicano lo aleja para abrirle la puerta durante una hora, el próximo 15 de septiembre.
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