Por Alejandro Páez Varela
Se necesita un esfuerzo mayor para asimilar los impulsos que mueven a la política. No son valores comunes, ordinarios. Dos verdades: nunca se traiciona a alguien para siempre, y las lealtades no lo son del todo. Los que ves a tu lado, no están; y los que tienes, andan a kilómetros de distancia.
Alguien me dijo que la soberbia de Aurelio Nuño era, básicamente, producto de su ignorancia. Que lo movía la confianza en sí mismo, y esa confianza se basaba en un gran malentendido: el poder que acumulaba. Mi fuente –que andaba cerca de la campaña del PRI– dijo esto: “Nuño cree que el poder que disfruta se puede extender para siempre”. Ese era su gran malentendido.
También me dijo, entonces, que me fijara bien en las declinaciones que vendrían. Vaticinó que Armando Ríos Píter renunciaría a su sueño de ser presidenciable. Declinaría, me dijo, por José Antonio Meade. Le atinó pero no había demasiada sorpresa en el vaticinio: Ríos Píter, Meade y Nuño son una misma cosa. Responden a un mismo titiritero: Luis Videgaray. Era previsible, pues, tal renuncia.
“Acerca El Jaguar la izquierda progresista y voto joven a Meade”, dijo La Razón. Daba risa la sinrazón. El texto estaba acompañado con una foto ridícula de Meade y Ríos Píter con el gesto infantiloide que se inventó el “Macron mexicano”: simula (o simulaba) que araña la lente de la cámara mientras ve (veía) por encima de los lentes.
Mi fuente dijo entonces que atendiera las siguientes declinaciones. Para ese momento se escuchaba que seguían Margarita Zavala y “El Bronco”. No sucedió.
–Vendrán los gobernadores. Varios –me dijo. También se equivocó. No hubo “gobernadores”, en plural. Sólo uno declinó para unirse a Meade: el extraviado Silvano Aureoles.
Y luego pasó todo lo que pasó: nada.
Las lealtades no lo son del todo, en política, aunque nunca se traiciona a alguien para siempre.
Un eufemismo para decir que los políticos no tienen palabra: tienen intereses.
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Pasaron los meses y concluyó la campaña con la derrota que conocemos. Me vi con otra fuente del PRI. Me contó que Aurelio Nuño y José Antonio Meade habían cerrado acuerdos con varios gobernadores de PAN y PRD para que, en un cierto momento, renunciaran su apoyo a Ricardo Anaya y se unieran al candidato del PRI (que no era del PRI y que, al final, no fue de nadie). Me dijo que los traicionaron.
“Estos gobernadores le prometieron a Nuño y a Meade [y al final a Videgaray] que renunciarían. ‘Yo te hago ganar a Meade’, le decían a Nuño. El PRI puso candidatos cómodos para esos gobernadores a cambio de la declinación. Pero esas declinaciones a favor de Meade nunca llegaron”, me contó.
Me habló de los gobernadores de Querétaro, Puebla, Veracruz, Michoacán, Baja California y Tamaulipas. Esos habían prometido, dijo, anunciar que dejaban al muchacho para irse con Meade. No lo hicieron. Sólo el michoacano extraviado.
El resto dejó pasar tiempo. Luego, supongo, entendieron que era ya imposible ganarle a Andrés Manuel López Obrador (aún declinando) y le dieron la espalda a Nuño.
Y así se enteró, Nuño, que el poder no es la gran cosa; que el poder es siempre un gran malentendido.
–Sobre hechos consumados, ¿José Antonio Meade fue el mejor candidato del PRI, Presidente? –le preguntó Ciro Gómez Leyva a Enrique Peña Nieto.
–José Antonio Meade fue mi colaborador y es un extraordinario colaborador. Fue una gente formada con una larga trayectoria –bla, bla.
–Pero no funcionó –interrumpió el periodista.
–Y no funcionó –aceptó.
Las lealtades no lo son del todo, en política. Pero nunca se traiciona a alguien para siempre: veo perfectamente a Meade y a Peña juntos, una mañana cualquiera, desayunando huevos rancheros frente a un campo de golf cerca de Mazatlán, Sinaloa.
***
El poder que Aurelio Nuño disfrutaba no era de él, así como el dinero que repartía a la prensa amiga no era suyo. Pero ejercía poder y dinero como si se los hubiera ganado y fuera para siempre. Poder, dinero: casi cualquiera se marea. Y casi cualquiera pierde el piso aunque, hay que reconocer, no todos.
El PRI se ha reacomodado. Hay gente de Miguel Ángel Osorio Chong; de Alfredo del Mazo en representación de lo que queda del Grupo Atlacomulco; los ex presidentes nacionales tienen peso; Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón colocaron a los suyos. Incluso Carlos Salinas tiene a Claudia Ruiz Massieu. Y hay un grupillo que definen como “los radicales”: César Augusto Santiago, Ulises Ruiz: esos.
A Enrique Ochoa Reza le queda su flotilla de taxis; a Luis Videgaray, Malinalco; a Aurelio Nuño, el exilio.
Le pregunté a un amigo que se mueve en la izquierda si veía a éstos últimos de regreso. Me dijo esto: nunca descarto nada. Y me dio un ejemplo desde la izquierda:
–Mira, ve a Manuel Velasco; ahora está del lado correcto de la historia, protegido por Morena. O ve a [Miguel Ángel] Mancera: quien lo da por muerto podría equivocarse. Morena no va a ir por él. Marcelo [Ebrard] quisiera, pero no puede, no tiene esa posición en estos momentos. Claudia [Sheinbaum] no vengará a Marcelo y [Ricardo] Monreal es amigo de Mancera.
Me dijo que Claudia y Monreal no querrán darle una ventaja competitiva a Marcelo porque cinco años se van volando y en cinco años estarán buscando la misma candidatura. Ni Ricardo ni Claudia van a ir por él.
Los políticos no tienen amigos; tampoco tienen enemigos. Los políticos tienen intereses, y los que entienden bien de estas cosas –no todos– saben que el poder es un gran malentendido.
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