El Vaticano, más allá de su poder religioso mundial, en el panorama político siempre ha dado de que hablar; simplemente el día que dio inicio el pontificado del papa Francisco, asistieron presidentes y jefes de estado de más de 130 países; ¿Qué quiere decir esto?, que el Estado Vaticano es un actor importante y hegemónico dentro del panorama político actual.
Desde el Tratado de Letrán firmado en 1929 por Benito Mussolini y el Papa Pío XI donde se reconoce la soberanía del Estado Vaticano, las críticas a Pío XII por su supuesta colaboración con el régimen Nazi y por la turbulenta pero carismática gestión de Juan Pablo II, principal promotor de la caída del Comunismo en Europa. No sin olvidar los problemas del Banco Ambrosiano y la colaboración de la Mafia Italiana para su rescate, el apoyo de Benedicto XVI a las élites capitalistas y las graves acusaciones de pederastia encabezadas contra el protegido del “Papa viajero” Marcial Maciel.
Pero como dice un refrán: “Después de la tempestad llega la calma”, y como sucede habitualmente un arcoíris nace después de la lluvia. Está podría ser una metáfora para lo que actualmente está ocurriendo en el país más pequeño del mundo, liderado por el Papa Francisco, jefe del Estado Vaticano, quien ha revolucionado a la cúpula vaticana y está cerca de lograr cosas importantes en la agenda política del estado que preside; comenzando por sanear las finanzas y hacer más trasparente las transacciones monetarias que ocurren en ese país al igual que poner sobre la mesa el tema de la homosexualidad como tópico importante de la agenda vaticana.
El Papa ahora en turno, Jorge Mario Bergoglio, autonombrado Francisco, es un personaje que ha sabido modificar la política de la Santa Sede, siendo observante de problemáticas actuales que presentan grandes desafíos y que quedó demostrado en días pasados en la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de Obispos, en el cual se trató el tema de los matrimonios del mismo sexo como un tema estratégico y desafiante queda la pauta para dar y abrir un espacio fraternal a los homosexuales. Este movimiento, para algunos inesperado y tabú y para otros predecible y necesario, es una oportunidad vital para lograr redimensionar políticamente y diplomáticamente al Estado Vaticano.
Tal vez el papa Francisco promueva está iniciativa desde el ámbito de inclusión y apertura, pero esto apunta más a que sea un escaparate mediático para que muchos no deserten de la Iglesia Católica Apostólica Romana que año con año pierde terreno frente a Iglesias Evangelistas, y de esta forma afianzarse en credibilidad y poder dentro del terrero mundial, situación que ha venido a la baja en los últimos tiempos.
Puede parecer un movimiento audaz de parte del Papa Francisco, pero al mismo tiempo sabe que mientras la tempestad por este tema este en boca de todos, tiene el tiempo para remover, renovar y cambiar la política vaticana, y que ésta se adapte al contexto moderno y actual para no caer en una organización cuya estructura quede obsoleta frente a los retos del mundo.
De esta manera el Papa Francisco ha generado un debate dentro de las entrañas del Vaticano, reformulando el propio camino coyuntural entre la iglesia que preside y las situaciones políticas y sociales que la actualidad demanda.
Parece que Jorge Mario Bergoglio ha tomado con seriedad el papel de jefe de estado, más allá de creencias o cuestiones de fe, además toma una postura como estadista, muy alejado de la imagen de reyezuelo medieval que su antecesor exhibía.
Lo que es un hecho es que la tempestad sobre el tema de la inclusión de la homosexualidad como un tema prioritario apenas comienza, pero que a la larga pudiera llevar a observar un arcoíris al final del camino, un camino tal vez no de pluralidad pero sí de inclusión, rompiendo el paradigma de “familia ejemplar”.
Sé parte de la conversación