Por: Fernando Ortiz C.
Peleas, amenazas, discursos vulgares y carentes de sentido o simplemente una demagogia exacerbada por parte del aspirante republicano son las cartas de presentación en la búsqueda de la presidencia del país más poderoso del mundo.
Más allá de la poca iniciativa política o de las propuestas vacías y la recurrente alocución a la construcción de un muro en la frontera sur de su país, la política norteamericana ha caído en una depresión que refleja la realidad de una sociedad en decadencia.
Las constantes provocaciones y descalificaciones de los candidatos a la presidencia de la Unión Americana han ocasionado una fuerte división dentro de la estructura social de aquel país. Divisiones raciales, ideológicas, exaltación de la xenofobia son algunos de los aspectos que están dejando unas elecciones que distan mucho de lo que se esperaría de una nación que pregona valores políticos ejemplares, y que hoy los alegatos están marcados por la violencia, la discordia y la degradación en la que ha caído la sociedad norteamericana desde hace varios años.
La calidad de los candidatos presidenciales, tanto del partido demócrata como del republicano, no es más que el reflejo de una sociedad fragmentada, que los propios norteamericanos empiezan a nutrir reviviendo el racismo, la segregación y el odio.
El propio magante republicano aceptó la decadencia de su país, lanzando un mensaje donde él se reivindica como el líder que revivirá a los Estados Unidos y los llevará al lugar de la gran potencia que es, un discurso populista dirigido a un sector de la población que cree que el espíritu norteamericano sigue en el siglo XIX.
El trasfondo de este teatro de politiquería es una profunda crisis de identidad, un país que se ha formado de migrantes y que ahora no comprende la realidad de un país que vive sumido en la desesperanza, el miedo y el aislamiento entre los propios norteamericanos, la confianza es cosa del pasado y solo discursos vacíos parecen ser la solución para cegarse ante la situación de una potencia en declive económico, social y político.
El discurso de Donald Trump se torna con matices utópicos pregonando la reconstrucción de una nación basada en un nacionalismo presuntuoso y provocador, aislado de toda cordura y lanzando consignas en contra de los que no merecen estar en su país, pero sin ofrecer ninguna propuesta a sus seguidores que ven en él a un personaje que los puede entretener para ocultarse de su retroceso actual.
No es extraño que el magante encabece las encuestas y las preferencias electorales, es la persona más adecuada para ser el rostro de una nación que se ha acostumbrado a la violencia; escuelas, calles, cines, iglesias, cualquier lugar es un blanco perfecto para cometer un asesinato o causar pánico. La libertad de la que se jacta el país de las barras y las estrellas poco a poco ha sido secuestrada y aquí están las consecuencias, candidatos sin mayor presencia, que están en la espera de lanzar cualquier disparate para captar algún voto o simplemente para ser el centro de atención.
El daño ya está hecho, gane o pierda Trump, los norteamericanos han permitido este espectáculo, le han dado rienda suelta a un tipo que no merece el menor respeto. Conforme avanza la carrera presidencial Donald Trump se convierte en el rostro perfecto que represente la actualidad de los Estados Unidos, un país cuyas ansias de poder y conquista están cobrando factura, dando como resultado un fracaso rotundo en la elección de los candidatos que aspiran a gobernar al país más poderoso y decadente del mundo.
Sé parte de la conversación