Por Pablo Montaño
La semana pasada dediqué este espacio a promover la marcha que exigió la renuncia del Presidente, afirmé que la dignidad nos interpelaba a marchar. Sin embargo, a toro pasado recapacito sobre lo mucho que falta recorrer para construir la inercia que presumíamos antes de la manifestación. Pasando de contingente en contingente, era fácil percatarse de que queríamos lo mismo, pero, no necesariamente estábamos de acuerdo.
En la marcha del pasado 15 de septiembre hubo de todo: monjas enojadas, estudiantes hartos, campesinos en resistencia, académicos preocupados, chairos atizados y muchas más categorías que desde la distancia mostraban un contingente diverso y unido. La cercanía disipaba el espejismo. Algunos gritaban consignas homofóbicas que eran abucheadas o revertidas por otro contingente, el grito de “Peña puto” era contestado con “Peña hetero”. En un país que ha perdido su imagen ante sus socios comerciales, en donde el combate a la pobreza resulta en más pobres y con estados donde la corrupción carcome las instituciones anticorrupción que aún no nacen, hubo más pancartas contra el retiro al subsidio de la gasolina que por cualquiera de estos otros temas.
Al encontrarnos con el paso cerrado frente al Palacio de Bellas Artes se pedía prudencia y no confrontación, pero, unos pocos preferían probar su suerte contra la línea de granaderos, se arrojaban entre patadas y empujones para ser recibidos por una muralla de escudos y cascos, algo así como la película de 300 pero sin los heroicos resultados y con menos torsos tonificados. Una vez más, la disonancia de posturas fue evidente, y sería absurdo tachar a estos masoquistas de infiltrados, simplemente, ante la contención y censura del gobierno, no fue posible responder de manera coordinada.
La marcha no fue un fracaso, se necesitaba repudiar al Presidente y marcar su festejo con la desaprobación que realmente carga y eso se logró. Y aun cuando la falta de consenso nos puede parecer un tema trivial e intrascendente, nos sirve para entender lo mucho que falta para tener una oportunidad de reconstruir lo que se desmorona con cada escándalo.
Desde entendernos en la diversidad de contextos, ideologías, orientaciones, causas, cargas y aspiraciones, hasta en la forma que debe tener ese país que queremos. ¿Cómo queremos ser gobernados? ¿Qué clase de sociedad queremos? ¿Cómo vamos a incluir a los y las marginadas? ¿Cuál será la relación con el medio ambiente? Éstas y muchas otras preguntas que suelen llegar tarde y romper temprano las inercias ciudadanas. No vamos mal, pero tenemos que hablar.
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