Por Alejandro Páez Varela
La última edición de la revista ¡Hola! nos cuenta la historia de Sofía Castro, hija de la Primera Dama Angélica Rivera, quien deja la Residencia Oficial de Los Pinos para irse a vivir a Estados Unidos. Con 20 años “y con la maleta llena de sueños “, la hija adoptiva del Presidente Enrique Peña Nieto va en busca de sus anhelos profesionales. Seguramente querrá abrirse el paso en el mundo de Hollywood, con más estudios en actuación y con nuevas oportunidades. La vida le sonríe a Sofía. La vida que ha sido buena.
En la ruta contraria a la que lleva la joven Castro, está el destino de al menos 5.7 millones de mexicanos sin papeles en Estados Unidos. Mientras ella sueña, ellos tiemblan. Sofía abandona una casa de privilegios para ir por el “sueño americano”, mientras que la pesadilla de Donald Trump se desquita con esos otros millones que esperan al menos los dejen hacer maletas antes de ponerlos en la frontera, de regreso a los hogares de los que salieron por falta de oportunidades.
Buen momento de la hija de la Primera Dama para anunciarle al mundo que va rumbo a Estados Unidos. Mejor timing no hay para demostrar qué tan distante están ellos de todos los demás.
No es que Sofía sea tan importante. De hecho, como ha sucedido durante 4 años, venir de una familia que ha sido señalada por corrupción le ha traído más perjuicios que beneficios, hasta hoy. Es difícil que se deje ver en público porque, cuando lo ha hecho, o le reclaman a gritos por temas como “casa blanca” o simplemente la siguen los periodistas para que hable de todo (sobre todo de corrupción), menos de su carrera profesional.
Lo que llama la atención es el mensaje; es cómo, mientras millones tiemblan aquí, en México, y otros millones sufren allá, en Estados Unidos, la señorita Castro es la portada de una revista de frivolidades que se volvió, en este sexenio, la crónica obligada de la pareja presidencial y sus aspiraciones de grandeza.
También llama la atención que sea Estados Unidos el destino de la joven. Va justo al país que maltrata a millones de sus paisanos; va a una nación en la que el nuevo gobierno electo considera violadores, asesinos y parias a millones de mexicanos.
Millones sufren angustia y desesperación y, en un acto impresionante de insensibilidad, la familia presidencial toma distancia de ellos para decir que están hechos de otra cosa. Que son distintos. Que las penurias de los mexicanos no es su penuria; que las ofensas contra los mexicanos no son ofensas para ellos.
El país vive una pesadilla y la familia presidencial, la próspera familia presidencial, cantando.
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En otra escena, Rafael Moreno Valle tapiza los puestos de revistas con su cara. Y Graco Ramírez usa espectaculares de todo el país para promoverse. Y la gran discusión de los políticos es quién será el candidato presidencial de cada partido y con cuáles alianzas; y quien de todos tiene posibilidades serias de ganar en 2018.
Y conforme pasen los días, esta discusión –que incluye presupuestos multimillonarios– se acelerará y robará gran parte de la atención de los quehaceres de la República.
El Gobierno federal no ha presentado un proyecto para responder a las amenazas de Donald Trump. China se defiende del multimillonario, y el gobierno mexicano guarda silencio mientras se llevan los empleos y la clase política mexicana se distrae con el dulce olor del dinero público, con el olor de la elección presidencial.
No hay un programa para rescatar al campo. No existe una política industrial para enfrentar el posible desmoronamiento de la manufactura. La estrategia para los millones que están bajo amenaza de deportación, es decirles “estén tranquilos”.
Ninguna estrategia central, ninguna política que permita enfrentar la amenaza más seria que ha vivido el país en décadas.
La clase política, como la familia presidencial, cantando. Entretenida en la lucha interna por las nominaciones porque sabe que, como los bonos de Navidad de los Diputados federales, su futuro no está en riesgo; apenas el futuro de millones de mexicanos, pero el de ellos no.
Millones se fueron de México porque no tuvieron oportunidades. Ahora tampoco los quieren allá. Las puertas de su país y las de la nación que los recibió se les cierran.
La portada de ¡Hola! deja claro que hay dos Méxicos: uno que tiembla frente a su futuro, y el otro que ha resuelto su futuro y se dispone a disfrutarlo.
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