Por Pablo Montaño
En medio del deseo de independencia que se extiende por varios cientos de años, en Cataluña empiezan a resonar preguntas que sorprenden por su certeza y simpleza. Cuando un pueblo se siente oprimido poco parece importar el cómo sobre el qué. Se quiere la independencia, se desafía abiertamente al gobierno de España y a Rajoy, se efectúan plebiscitos y hasta el fútbol se convierte en un escenario más de la lucha política, el mismo Pep Guardiola aparecía de manera simbólica en penúltimo lugar de las listas para diputado. De pronto, alguien se pregunta y a todo esto ¿qué tipo de país queremos ser? Más allá del debate independentista con sus muchos matices delicados y criticables, esta sencilla pregunta abandona la distracción de colores y banderas, proponiendo pensar los cimientos para lograr la construcción de “un País en Común”.
Similarmente a la primera etapa, en México vemos las voces que llaman a la ambigüedad y al no compromiso, quedando ausente la búsqueda del ¿qué queremos?. Con convocatorias que invitan a estar unidos en torno al todo y a la nada, con líderes políticos que se contradicen en ideología, alianzas y proyectos, con una izquierda que no se atreve a ser izquierda y una derecha asidua al maquillaje político y con una crítica que prefiere discutir sobre personas en lugar de ideas. En medio de nuestra justificada indignación y la preocupante incertidumbre, cabe parar las porras y consignas para preguntar ¿qué país queremos? Y si ganamos, (falta definir quiénes son ese plural, pero ya podrá ser en otra columna) ¿qué haremos?
En la respuesta de estas simples preguntas encontraremos las incongruencias de aquellos que aspiran a dirigir este país por seis años; será en la raíz de los problemas que son tierra de promesas imposibles, que empezaremos a esbozar verdaderos cambios de rumbo. Quizás volteemos al campo, y veamos el conflicto de las comunidades rurales, y entendamos porqué el narco es una salida, porqué la migración es muchas veces una expulsión. Quizás nos atrevamos a usar esas palabras sucias que de adolescentes nos enseñaron que estaban prohibidas (neoliberalismo, distribución de la riqueza, socialismo, cooperativismo, capitalismo, marxismo), cuando nos condenaron a discutir con “yo piensos” y ambigüedades que nada dicen. Una tarea pendiente no sólo para partidos políticos, sino para universidades y organizaciones, grupos de vecinos y comidas familiares, noviazgos y amistades y hasta en bautizos y funerales. Más allá de llamados a la unidad o a la depresión nacional, valdría escuchar o ser las voces que piden silencio para pensar qué carajos queremos.
@Pabloricardo2
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