Por Víctor Olivares
@victorleaks
El suicidio de Armando Vega Gil, fundador y bajista de la banda de rock mexicana Botellita de Jerez tras una denuncia anónima de acoso sexual a una menor de edad, ha generado consternación en redes sociales y lleva a cuestionarnos si la manera en que se realizan las denuncias en #MeToo favorecen un proceso de verificación y de justicia ante las autoridades o apuestan por el linchamiento en redes sociales.
Nadie niega que el acoso sexual en México existe. Hacerlo sería irresponsable y volvería cómplice de esta práctica a cualquiera que sostuviera que ‘las mujeres se lo buscan’, ‘es algo cultural e imposible de erradicar’, o cualquier argumento en este sentido que intente normalizar esta deleznable práctica, tan desafortunada y dolorosa para millones de mujeres en nuestro país.
Las consecuencias tras los señalamientos de acoso y abuso sexual a través de hashtags que han recorrido una variedad de profesiones (#metooperiodistasmexicanos, #metoopublicistasmexicanos, #metoopolíticosmexicanos, etc) han sido diversas y han ido desde la disolución en la ola mediática sin consecuencia alguna más que el pasajero escarnio público, pasando por el despido de sus puestos de trabajo de algunos señalados (algo entendible, deseable y justo tras una verificación de información y comprobación de que el acoso existió o existe), hasta funestos desenlaces como el de Vega Gil, quien en un mensaje expuso su opinión sobre el supuesto acoso que cometió y que calificó como falso, dejando claro que tras esto, su única salida sería la muerte. Y cumplió.
Un panorama oscuro se abre tras su muerte para un movimiento que en un país buscó las redes sociales como su principal aliado ante la impunidad que existe en todas las esferas del país, desde las encargadas de impartir justicia hasta aquellos espacios en los que convivimos a diario hombres y mujeres y en los que ocurren todo tipo de abusos, sin que suela existir algún castigo ejemplar para quienes los cometen.
Más allá de los conflictos internos o motivaciones personales que probablemente ya no sabremos, el bajista de Botellita de Jérez encontró en una denuncia anónima el punto de quiebre para quitarse la vida, algo que resulta indeseable bajo cualquier circunstancia, aún si se trata de una acusación de acoso o abuso sexual y existe una presión en redes sociales que puede resultar insostenible para el acusado, como al parecer fue el caso.
Y es justo sobre esta presión, esta exposición –algunas veces con fundamentos y datos verificados, otras tantas, no- que debemos cuestionarnos cuál es la mejor manera de llevar a cabo este tipo de denuncias sin que resulten en situaciones irreparables para víctimas y acusados, desde la pérdida de un empleo, la reputación pública, la tranquilidad mental, o la vida, en casos extremos.
No se trata de arropar o encubrir a quienes han cometido estos abusos contra las mujeres, sino -como debería ocurrir en cualquier acusación en cualquier país con instituciones sólidas- de someter estos señalamientos a un debido proceso y a una verificación exhaustiva de la información antes de hacer público que pueda dañar la imagen de una persona, más cuando muchas veces las denuncias son anónimas y se exhibe a priori al supuesto transgresor, sin tener la certeza de que el relato sea apegado a la realidad.
Sin mecanismos de verificación y justicia ante autoridades competentes, #MeToo en México corre el riesgo de volverse un espacio ideal para expandir rumores y convertirse en el paredón de las reputaciones, dañar la imagen de enemigos o personas que no son de nuestro agrado, diluyendo así el poder que puede alcanzar como un instrumento de justicia para las mujeres que han sido víctimas de prácticas que deben desaparecer en cualquier sociedad.
¿Qué #MeToo necesitamos en México? Sin lugar a dudas, uno que abone al resarcimiento de las víctimas reales de estos abusos (que probablemente se cuenten millones en este país) y que tenga consecuencias -también reales- sobre los abusadores, un #MeToo que sirva de ejemplo y contención a millones de hombres que ven en las mujeres una oportunidad de abusar o cometer actos que atentan contra su integridad, dignidad y salud física y mental.
Un #MeToo conformado por especialistas (abogados, psicólogos, activistas) capaces de orientar, apoyar y encausar las denuncias, un #MeToo que no sea solo un grito de enojo, sino una reivindiación de las mujeres abusadas frente a la sociedad y ante ellas mismas.
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