Por Pablo Montaño
Slim habló por más de una hora, habló sobre Trump y la importancia de procurar la unidad nacional; lo hizo arrojando pistas de cómo ve al país y cómo entiende el mundo. En su introducción explicó que México ha pasado por peores momentos, productos de la desunión, y entre otras cosas esto significó nueve constituciones: “como si con leyes las cosas cambiaran”, en tan sólo diez minutos, el hombre más rico del mundo ya dijo que no ve gran utilidad en las leyes y las constituciones. Acostumbrado a doblarlas y moldearlas a su antojo, no tendría por qué ser distinto.
Su mensaje tenía como objetivo calmar los ánimos. Su opinión rozó muy cerca de la adulación: estamos ante “un gran negociador”, faltaría ver cómo entiende el ingeniero quién es bueno o malo para negociar, si aquel que logra consensos y acuerdos que benefician a ambas partes o el que se sale con la suya y se impone una y otra vez; como cuando te haces de un monopolio de telefonía y vendes la telecomunicación más cara del mundo con un pésimo servicio, por ejemplo. No me trago su calma ni su cantinfleo sobre aranceles e impuestos. Cuando te puedes dar el lujo de perder el equivalente a la economía de Honduras sin que esto te implique una quiebra, pocas cosas te pueden preocupar.
No entendemos y no entiende Carlos Slim que su mundo no es el nuestro. Celebra el contrato que Trump firmó antes de tomar posesión y los indicadores que éste promete: 25 millones de empleos y 4% de crecimiento económico, ustedes saben, esas cosas que se pueden predecir con absoluta precisión. Luego sus consejos, “Atendamos la economía interna”, dice el magnate que ordeñó un país a punta de tarifas criminales, lo que según datos de la OCDE nos costó 129,200 millones de dólares entre 2005 y 2009. Aprovechemos que “en México somos muy baratos los trabajadores”, nos invita a soñar en grande y a perderle el miedo a Trump con nuestra arma secreta, esa mexicana virtud de permitirnos ser explotados por salarios de miseria, ese es el plan. Congruentes con nuestro síndrome de Estocolmo hagámoslo presidente.
Vivimos un estado de shock nacional; somos el equivalente al familiar con inestabilidad emocional de las naciones. Reaccionamos erráticos, caemos en depresión y después en repentinos arranques de optimismo y orgullo nacional. Hace unas semanas demandábamos la renuncia de Peña por el violento incremento en la gasolina y hoy lo debemos acompañar en su improvisada defensa de los intereses nacionales y criticarlo es casi traición.
Slim se dedicó a calmar a un país amenazado, un país que no tiene plan de contingencia, cuyo presidente comparte un patriótico video de ciudadanos ayudando a bajar una bandera como si se tratara de un argumento de solidez nacional. Ya van más de diez días y nadie sabe qué pasará con los miles o millones de mexicanos que podrían ser deportados; Trump ya demostró que lo ilógico y nocivo para su economía no es un impedimento para cumplir sus racistas y fascistas promesas. Cuando deberíamos ver a las secretarías federales buscando reactivaciones para el campo, nuevos acuerdos comerciales con nuevos socios, iniciativas de vivienda social, energías alternativas para nuestra diagnosticada crisis de hidrocarburos, nos debemos unir ante retórica y banderas. Pues no.
Slim presidente, es una mala idea, una pésima idea. Y hacerle caso a su discurso, también. Thomas Piketty concluye que en los últimos 30 años la riqueza del 50% de la población más pobre del mundo ha tenido un incremento igual a cero. En esos mismos 30 años, el 1% más rico (ese grupo que Slim encabeza) ha aumentado su riqueza en un 300%. Tendríamos que estar muy equivocados para esperar respuestas de un sujeto que ha vivido tres décadas muy distintas a la mayoría de los mexicanos.
@Pabloriacrdo2
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