Por Ricardo Baruch
Hay pocas formas de discriminación que sean tan visibles y cínicas como la que se vive cada fin de semana en muchos antros y bares del país. Cadeneros que seleccionan a la clientela que es “digna” de entrar en cierto establecimiento son parte fundamental de la vida nocturna mexicana. Lo más curioso es que muchas veces esos cadeneros hacen su chamba junto a una placa que dice “En este establecimiento no se discrimina por motivos de raza, religión, orientación sexual, condición física, socioeconómica ni ningún motivo”.
En México tenemos una Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, una Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación del Distrito Federal, un artículo 58 de la Ley Federal de Protección al Consumidor, una Ley de Establecimientos Mercantiles del Distrito Federal, e incluso un artículo 206 del Código Penal del Distrito Federal que penalizan ese tipo de discriminación. Entonces, ¿por qué permitimos que sucedan estas situaciones?
Probablemente la respuesta más simple es la desidia. ¿Hoy en día quién tiene tiempo de ir a las oficinas de alguna dependencia de gobierno a poner una queja y darle seguimiento? Además, ¿quién me garantiza que la institución a la cual acudí realmente va a hacer algo?
Por otro lado, hay que admitir que varios antros gays tampoco son lugares libres de discriminación. Existen algunos establecimientos en Polanco y Lomas en los que al igual que en otros antros “fresas”, si no vas bien vestido, si no eres guapo o gente bien, no entras.
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