Por Alejandro Páez Varela*
El hombre tiene un changarrito de comida corrida muy cerca de donde trabajo, en la Delegación Cuauhtémoc. Ofrece tres menús: de 45, de 50 y de 65 pesos, con sopa, agua fresca, arroz, los guisados y postre. Adentro hay unas ocho mesas y afuera, pegadas a la pared sobre la banqueta, otras dos. Comemos todo tipo de personas allí: desde ingenieras e ingenieros de las torres que se levantan sobre Paseo de la Reforma hasta secretarias, contadores, un licenciado que chismea a gritos y un retirado que vaticinó, con la mano en la cintura, que no había una mejor película para los Oscar 2016 que The Revenant.
–Muy impactante película –le dijo al dueño.
Y el dueño nos da coba a todos.
–…¿Pero y ese oso? ¿Quién sobrevive al ataque de un oso?, le preguntó, mientras cobraba cuatro comidas de 45 pesos.
–Es ficción, dijo el retirado.
Cuchareó su caldo tlalpeño y luego agregó, partiendo una tortilla con las dos manos: “No hay mejor director en estos momentos que Iñárritu”.
El dueño del changarro es buen conversador. Se da ese tiempo entre que sirve platos, apura a las meseras y cobra.
El otro día dijo, de la nada, que iba a retirar las mesas de la banqueta.
–Andan chingue y chingue. Que no hay permisos, que quién sabe qué. Como ese Monreal llegó anunciando que iba tras la corrupción, pues ya subieron las cuotas. Y a veces hay dinero y a veces no hay.
Se refiere, por supuesto, a Ricardo Monreal Ávila, Delegado de la Cuauhtémoc en la Ciudad de México.
¿Y eso?, preguntamos arrastrando la cuchara sobre el plato.
–Ahora quieren más por semana. La cuota era de 30 pesos. Ahora quieren 60. No se puede. ¿Sesenta pesos por dos mesas? ¿Para qué dice Monreal que va a acabar con la corrupción? Ahora son más caras las cuotas. Dos mesas afuera, 60 pesos. Son 240 pesos al mes. Un chingo. Aquí en esta calle somos como diez los que pagamos esa cuota. Dos mil 400 pesos sólo aquí, alrededor. El de la estética paga poco menos porque nomás le cobran por el anuncio de cuatro patas que tiene en la banqueta.
(El diálogo lo reproduzco de memoria).
Lo único que pudimos hacer, mis colegas y yo, fue darle la razón al dueño: ¿para qué dice Monreal que va contra la corrupción? Nada más hizo más caras las cuotas.
A ver si no nos suben el precio de las comidas. Por culpa de esos pinches corruptos hijos de su tres por cuatro.
***
En semanas pasadas circuló una lista de periodistas que “reciben dinero del Gobierno de la Ciudad de México”. La lista me suena muy lógica pero no tengo información para confirmarla ni me interesa. Mi punto no es esa lista. Mi punto es que esa lista, que nadie protestó, puede servir para confirmar que esta ciudad es gobernada por rebabas del PRI.
Puede confirmar que un grupo político externo, con enorme poder corruptor, se ha apoderado de la ciudad y ha desplazado con inteligencia al que nació hace veinte años en el corazón del país con un objetivo: expulsar a los priistas corruptos.
A principios del gobierno de Enrique Peña Nieto, un grupo de amigos hicimos una apuesta para ver cuánto se tardaban en explotar un nuevo escándalo de videos de perredistas recibiendo portafolios de dinero. Nos equivocamos. El dinero circula, pero no son necesarios los portafolios ya. La lista, de ser cierta, confirma que las más antiguas tradiciones de corrupción están instaladas en el gobierno capitalino y que, al aliarse al PRI de Atlacomulco, Mancera ha arrastrado la política de la Ciudad de México hacia uno de los grupos con mayor tradición en el país. Los padres fundadores de ese equipo, desde Arturo Montiel hasta el profesor Carlos Hank González, estarían muy orgullosos de Mancera y de su nuevo coto: la capital.
Mancera no tiene un tufo a PRI. Cualquiera en el gobierno capitalino sabe que Mancera es parte del proyecto del Presidente Enrique Peña Nieto, quien no representa a cualquier PRI, sino al peor PRI: al PRI de Atlacomulco.
El PRI no sólo parece haberse comido a Mancera. A mi parecer, ha sacado lo mejor de él, lo ha pulido, y Mancera brilla como uno más, un diamante más entre los diamantes priistas.
Eso, creo, hace muy lamentable que Ricardo Monreal Ávila y otros que llegaron con la promesa de abatir la corrupción no se apuren con ese proyecto o, de plano, terminen siendo parte del gran entramado corrupto.
La corrupción es un sistema eficiente y refinado; supera con mucho las posibilidades del Estado mexicano. La Secretaría de Hacienda no te perdona 50 pesos sin declarar; te somete a auditorías, te presiona. Pero va sólo contra unos cuantos mientras que los sistemas de recolección de tributos ilegales, como los que operan las calles de la capital, no distinguen a nadie. Todos pagan.
A mi parecer, la lucha contra la corrupción en el país tendrá que esperar a que llegue 2018. Y en la capital de México, lo mismo.
Veinte años repeliendo al PRI, y Mancera lo mete a la capital. Veinte años tratando de mantenerlos a raya, allá, lejos, en el corazón de la podredumbre que es Edomex. Y nada, que Mancera se los trae de la mano. Y no se trae cualquier PRI, sino al peor PRI: el PRI de Atlacomulco.
Una lástima para el proceso democrático mexicano lo que está pasando en la Ciudad de México. Una verdadera lástima, además, que gente como Alejandro Encinas y Cuauhtémoc Cárdenas, como Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez se dejen arrastrar por Mancera sólo porque les paga los helados y los toma de la mano mientras los pasea por la fiesta. Ya viejos, esos cuatro –y otros– perdieron su vocación de opositores y se volvieron acríticos, comodinos, conchuditos.
Una lástima que el PRI entre a la Ciudad de México por la puerta grande, y que la “oposición” le sirva de tapete.
Veinte años perdidos, carajo.
Una lástima.
*Facebook: AlejandroPaezVarela. Twitter: @PaezVarela
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