Por Pablo Montaño
Minutos después de ser deportado Gabriel se suicidó, se arrojó de un puente en Tijuana. Tenía 37 años y trabajaba en la pizca de fruta cerca de Fresno, California. Lo detuvieron por no haber pagado una multa por llevar un faro fundido, no traía licencia, no tenía papeles y de ahí todo se hizo agua. En realidad no sabemos su nombre, ni su edad, ni de dónde era, ni porqué lo deportaron, fiel a la condición de los migrantes en México, este “hombre de 35 a 45 años” era poco más que nadie, si acaso un cuerpo con una historia que se resolvió brutalmente en un puente de Tijuana.
¿Qué le esperaba que no tuvo mejor opción? ¿De dónde era que no valía volver? ¿Qué perdió en EEUU que lo perdió a él? Para aquellos que nos hacen el favor de sonar las alarmas por la crisis de migrantes que se avecina, tomen asiento, guarden silencio y pónganse al día.
5 millones de mexicanos peligran con ser deportados de EEUU, más allá de la persecución y la tensión de ser arrebatados del país en el que han vivido quizás por años, los amenaza el país que no tienen. Ese que los expulsó con un campo de miseria y pueblos que huelen a pólvora y muerte. Ese país que se rindió muchos años antes que ellos, él que entregó el campo a mineras y a agroindustrias, que regaló el agua y expulsó comunidades. Un país sin justicia, con presidente corrupto, con quimios de agua, con gobernadores fugados, con indígenas inocentes encarceladas por 3 años 8 meses y perdones de papel y polvo, con ley de narcos y castigo para el pobre, para el indígena, para el que no merecía la abundancia.
Ese país que mata, persigue y trata migrantes, está en vísperas de recibir cientos de miles de ellos. Por años se han llenado los foros de migración con denuncias e historias que testifican los peores horrores de los que un humano es capaz de cometer contra otro. Se abre ante ellos un abismo de 3s mil kilómetros. Un camino duro que les enseñó que eran pobres pero no vulnerables, así les dicen de buena fe, pero hay que estar hecho de algo más de carne y hueso para no romperse con lo que se les golpeó, hay que estar hecho de algo más para ser una de esas mujeres que se levantaron “al día siguiente”, para ser de las que cargaron o (con suerte) dejaron su dolor porque alguien dependía de que ellas llegaran.
“Todavía no hay campos de concentración.” Decía un nuevo amigo mientras hablábamos de los mexicanos que ya se esconden en los sótanos para evitar la deportación, es verdad, no existen tales campos, pero hace ya varios años que los campos mexicanos ya funcionan como campos de exterminio, de hombres, mujeres, niños y sueños.
Nota del autor:
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