Por Alejandro Páez Varela
En el segundo piso del ala izquierda de Palacio Nacional (entrando por la puerta principal y no por Moneda, que es un paso más común), el Presidente se reúne casi todas las mañanas con su equipo estratégico. Los datos más importantes están allí. Andrés Manuel López Obrador sale de esa sala a su conferencia matutina después de enterarse del estado de las cosas. Y es, a esa hora (entre 6 y 7 de la mañana), quizás, uno de los individuos mejor enterados sobre lo que sucede en el vasto territorio mexicano.
Hay muchas cosas de las que no se entera o se entera a medias. Aún cuando esa información está allí, entre los asistentes de su especie-de-Estado-Mayor (que legalmente no lo es y predominan los civiles, pero funcionan como uno esos cuerpos estratégicos de las fuerzas armadas modernas). Uno de esos temas que no se tratan en su presencia –aunque es de una preocupación real y constante entre los miembros del más alto staff del país– es sobre su seguridad.
“Está tocando los intereses pesados”, me dijo en Palacio, recientemente, una fuente de primer nivel. Tenía apenas unos días de que se lanzara la guerra contra el robo de combustibles. Noté a mi fuente preocupada. Me dio a entender que esa preocupación habría sido expresada al propio Presidente cuando empezaron los operativos. Pero el Presidente, sobre ese tema, tiene sus propias ideas y toma sus propias decisiones. No permite que se le insista, aunque su cerrazón al tema no desaparece la preocupación. Se ha comentado entre los que asisten al encuentro casi diario con el Jefe del Estado mexicano. Entre ellos, se ha comentado.
No es secreto de Estado que esa preocupación existe tiempo atrás. Desde que estaba en campaña, muchos le advirtieron que tenía una seguridad laxa. Él había decidido no recurrir a los miembros del Estado Mayor que le correspondían como candidato presidencial. Se bañaba (y se baña) de pueblo sin la menor preocupación. Los periodistas, que atestiguan cómo se mueve (sin mucho personal de seguridad), le han preguntado, varias veces. Hace poco fue la última, y claramente a López Obrador no le gusta el tema.
–El que lucha por la justicia no tiene nada que temer. Eso es lo que puedo contestar. Y soy un ser humano: como todos los seres humanos tengo miedo. Pero no soy cobarde –respondió la semana pasada, el 14 de enero.
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Cuando era candidato e incluso Presidente electo, las preocupaciones se concentraban en la posibilidad de un ataque fortuito en un país donde asaltan en carreteras y secuestran y matan en los pueblos y en las rancherías. Un ataque de malandros sin mucha información, sin mucha planeación. Que fuera víctima, pues, de la inseguridad que se vive en México.
Pero ahora, por primera vez, vi preocupaciones más estructuradas. “Está tocando los intereses pesados”. Es decir, está afectando los negocios privados de personas que son públicas, o más públicas que los simples asaltantes de caminos y secuestradores de pueblos y ciudades. Cuando le pregunté a una segunda fuente quiénes podrían ser esos que se ven afectados –aunque yo mismo pudiera imaginarlos–, con ganas de que me diera más información, me dijo simplemente que la gama es tan amplia como el negocio mismo del huachicol. Un líder sindical en particular y/o sus cercanos; alcaldes y políticos de las regiones huachicoleras; empresarios medianos y grandes-grandes. Ex funcionarios y funcionarios públicos de la petrolera mexicana, que son los principales afectados del ataque a la estructura paralela de Pemex. Eso me dijo. Obvio, como una apreciación personal y no con datos duros (que me hubieran encantado).
Lo que me dijeron es que el nivel de riesgo aumentará. Me comentaron que si lo del huachicol es un asunto turbio, lo del robo de crudo y en las plataformas de Pemex es todavía más profundo e indignante. Involucra directamente a empresas, dos cárteles, el sindicato petrolero, ex funcionarios de Pemex de primer nivel y hasta hombres de negocios de acá y de Estados Unidos. Y que Andrés Manuel quiere soltar pronto la bomba del sector salud. Allí se involucra a todos los anteriores, y además empresarios de varios países y políticos encumbrados de México –al menos tres acaban de dejar el Senado– de PRI y de PAN.
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Hablo de lo propio. Los que han analizado la vulnerabilidad de los periodistas en México han dado con un hecho: se les ataca más en comunidades más lejanas del centro o de los centros. Y casi siempre hay un funcionario involucrado. Estadísticas puras. Son menos los atentados en Xalapa que municipios adentro, en Veracruz. Hay abusos en la capital del país, pero no atentados directos, armados; sucede más en las capitales de los estados (Miroslava Breach, Chihuahua capital; Javier Valdéz, Culiacán, Sinaloa). ¿Qué me dicen estos datos? Primero, que se sienten más impunes entre más lejanos. Y tienen menos información y baja percepción de las consecuencias. Pero no soy concluyente, para nada; dejo esos datos. En todo caso me pone un poco de nervios que el Presidente viaja a las comunidades con mucha frecuencia; eso es todo.
Andrés Manuel López Obrador, he escrito en el pasado, encabeza uno de los movimientos más exitosos en el mundo. Lech Walesa fundó Solidaridad en 1980 y hasta 1990 llegó a la Presidencia de Polonia, producto de una serie de cambios profundos en el Bloque Oriental. Morena nació en 2014 a la vida partidista y cuatro años después tenía a su primer Presidente. Es el comparativo que se me ocurre. En cuatro años, Morena se apoderó de Presidencia y Congreso, y yo creo que pronto tendrá la gubernatura de Baja California (eso dicen las encuestas) y quizás siga creciendo. Pero tiene una debilidad, que es su gran fortaleza: AMLO. Una figura poderosa, muy poderosa dentro de la vida de esa organización política nacional. Y esa fortaleza visible es efectiva en los hechos: es el centro neurálgico. Y eso lo pone en el centro de todo, todo, no sólo porque es el Presidente sino porque sin él, puede suponer cualquiera, no hay Morena.
En fin. Me sentí con el impulso de soltar estos datos con el menor deseo de alarmar. Consideré irresponsable guardármelos; más que contarlos, sin mucho aspaviento, como lo hago ahora.
El Presidente es el ciudadano más importante de México, lo quiera o no. El Presidente debe saber qué tan importante es. Y debe saber, también, que en el segundo piso del ala izquierda de Palacio Nacional (entrando por la puerta principal y no por Moneda, que es más común), algunos se preocupan por su seguridad –algunos que lo quieren–. Pero como él no desea que se lo digan tantas veces, ya no se lo dicen con tanta frecuencia.
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