Por Pablo Montaño
Usualmente, por más errática que sea una decisión de gobierno me gusta hacer el ejercicio de darle algún sentido, ya sea con lecturas de propaganda, costos políticos, malos cálculos o cualquier otra motivación que pueda tener un mandatario o funcionario. Tachar de estupidez o ignorancia nos puede privar de entender las intenciones de nuestros llamados representantes. La decisión de invitar al candidato que ha construido su campaña en el racismo y la discriminación hacia los mexicanos (y musulmanes), me rebasa.
La noticia nos robó el tema de conversación, la reducida reunión de amigos giro en torno a la visita de Donald Trump por invitación del Presidente Enrique Peña Nieto. Las cervezas se nos calentaron tratando de encontrar el extraviado “porqué”. Surgió una genuina duda de un sagaz italiano que aportaba su confusión a la verborrea de desconcierto: “¿no hay alguien que frene al Presidente o le diga que esto no se puede hacer?” Y seguramente alguien le recriminó este descomunal desatino, pero, Peña puede desatinar sin consulta y como mal lo enseña la Universidad Panamericana, a agua pasada no hay mucho qué hacer. Si comparamos la Presidencia a la conducción de un coche, todos podemos sugerir no estrellar el auto contra un árbol, pero, Peña puede decidir que esa ceiba es una excelente forma de frenado. O bien, puede subir al asiento del copiloto al sujeto que ha insultado, difamado y amenazado a los mexicanos. Ambas, pésimas ideas.
La Presidencia de Peña Nieto nos muestra la indefensión en la que nos encontramos para poner en juicio las acciones del ejecutivo. Los sexenios se cumplen como sentencia de prisión, aparentemente, nada es suficiente para que un presidente dimita. En su tesis plagiada, Peña fue lo suficientemente cuidadoso de no copiar el último enunciado de uno de los párrafos de Jorge Carpizo: “y estableció que se podría remover al presidente del cargo por violación a la constitución o a las leyes, por malos manejos de fondos o por crímenes de alta traición.” Desde los 25 años, Peña le apostaba a una presidencia a prueba de él mismo. Como último recurso, cuando veamos muy cerca la ceiba, agachemos la cabeza… o no.
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