Por Alejandro Páez Varela
Confieso que me fue muy difícil escoger un tema para mi columna. Fue de esas semanas en las que uno dice: a la tiznada, cero; me tiro a la cama a ver el techo y a no pensar. He pasado del horror a la indignación, de la tristeza al encabronamiento.
Primero, el desvergonzado espectáculo de los secretarios de Estado presidenciables en las zonas del sismo. ¡Ir a tomarse la foto con gente llorando, necesitada, que ha perdido todo! Qué vergüenza. Justo esta semana se cumplieron 4 años de las tormentas “Ingrid” y “Manuel”; en Guerrero hicieron lo mismo y allá, la gente sigue esperando a que les entreguen lo que les prometió esta misma corte de descarados. Hay pocas cosas tan patéticas como un político, o un grupo de políticos acusados de corrupción, paseándose entre los cadáveres para fingir tristeza, para prometer esperanza y para buscar votos. Pa-té-ti-co.
Luego, el episodio Fox, el último episodio Vicente Fox, que habla de lo mismo: la mezquindad. La periodista Dolia Estevez descubrió que le hincha las pelotas a Donald Trump en videos porque recibe un pago de una empresa de entretenimiento. ¡Vicente Fox usa su calidad de ex Presidente de México para cobrar por poner más loco al loco de Trump! Le vale lo que le pase al país; le vale que el Presidente de Estados Unidos se ponga como loco y que paguen los mexicanos. Todo por cobrar unos dólares. ¿Pues qué no es ya suficientemente rico?
Pero nadie se equivoque: Vicente Fox no es un loco. Es un vividor. Ha vendido todo lo que le han comprado. No da leche pero, si la vaca pasa por el llano, con sólo verla le seca la ubre. No es un loco: lo imagino como el raterillo vulgar que logra colarse al palacio y sale décadas después a nombrar heredero al tono, con la corona puesta. ¿Estúpido Fox? No: estúpidos los mexicanos, que le pagamos una pensión, ayudantes y guaruras.
Meas adelante en la semana llegó la tragedia de Mara Castilla. Puf. Una flor llamada Mara que se marchitó frente a nuestros ojos. Mara, que había protestado por el asesinato de Lesvy Berlin Osorio en la Ciudad de México, meses antes. Mara, a la que alcanzó la brutalidad. Mara, que fue el feminicidio número 83 en Puebla. Porque no hay que olvidar el dato: otras 82 mujeres fueron asesinadas antes que Mara en Puebla, sólo en este año. Que sepamos. El periódico Central y SinEmbargo han publicado puntualmente cada uno de esos homicidios. La autoridad no hizo nada; en realidad la sociedad no hizo nada: desde Rafael Moreno Valle vienen dándose los asesinatos de mujeres en esa entidad, o quizás desde antes. Sólo Mara despertó algo de conciencia en esta semana de la que hablo; fue un hachazo brutal al tronco, diría Jaime Sabines, y el árbol entero se sacudió en estos días.
Por desgracia, ya vendrá el futbol. Ya nos espera alguna otra payasada a la vuelta de calendario y se nos olvidará el agravio.
Porque, a ver, pregunto por ocio: ¿quién tiene pensado marchar el próximo 26 de septiembre, día en que se cumplen 3 años de la desaparición de los 43 normalistas?
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Gran parte de mi enojo por el tema Mara –aparte del homicidio y el descaro de Cabify– es porque los anteriores 82 feminicidios de 2017 en Puebla no despertaron nada. Nada. Mi colega Viridiana Lozano, directora de Central, así como su equipo, han documentado esta atrocidad (y que merecerían un premio): en un mapa llevan caso por caso, con tantos datos como la autoridad aporta. Muchas víctimas son mamás. Muchas. La mayoría es gente muy pobre.
Pa-té-ti-co, Tony Gali. El Gobernador de Puebla aprendió muy pronto el estilo Eruviel Ávila y Rafael Moreno Valle de gobernar: no decir nada, dejar pasar, dejar ir: el enojo social es pasajero, es temporal, se pone de moda y pasa, pasa como una moda.
Y los homicidios siguen ocurriendo. Y no hay bronca mientras nadie levante la voz porque si levantan la voz se pierden votos.
El Puebla que dejó Moreno Valle es una mierda, dirá Gali. Pues sí. Pero lo dice, si es que lo dice, muy en corto. Sobre todo porque la próxima candidata de su partido, el PAN, es la esposa de Moreno Valle.
Allí está la mezquindad (y Miguel Ángel Osorio Chong se me viene inevitablemente a la cabeza): se puede gobernar sobre cadáveres, se puede pensar en política mientras ruedan los cuerpos por las laderas. Como cayó el cuerpo de Mara, asesinada por un hijo de una sociedad que así los pare; como los cadáveres de esas otras 82 que nadie recuerda, sólo sus círculos cercanos. Y las flores en el panteón, si las tuvieron, apenas se habrán secado.
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“En las buenas y en las malas he estado con Andrés Manuel López Obrador”, ha repetido Ricardo Monreal una y otra vez en los últimos días. “Pero han sido más las malas”, agrega.
Tan simple yo, me meto a Wikipedia. De 1995 a 1997 fue Regidor y Secretario del Ayuntamiento de Fresnillo. Renunció al PRI en 1998 y ese mismo año se convirtió Gobernador de Zacatecas hasta 2004, año en el que se integra al Comité Nacional de Redes Ciudadanas como Coordinador de la Quinta Región. Para 2005 es Representante del PRD ante el Instituto Electoral del Estado de México. En septiembre de 2006 es Senador y en 2012, cuando sale, es coordinador de la campaña de AMLO. No pasa ese año, es decir, 2012, y en septiembre ya es Diputado federal. En 2015 se convierte en Delegado de la Cuauhtémoc.
Wow, me digo. Entre 1995 y 2017 el país se ha deteriorado de manera profunda; millones perdieron sus casas y sus negocios en 1995 y en los años posteriores por la crisis financiera. La fotografía de estas dos décadas la resumo en que hay más de 53 millones de pobres.
Monreal ha vivido del presupuesto público al menos 22 años, desde 1995 hasta nuestros días. Año tras año, sin descanso. ¿A cuáles malas se refiere? Digo, porque cuando lo escucho hablar de él mismo con Ciro Gómez Leyva o con Joaquín López Dóriga, lo que oigo es a un individuo que ha dado todo por una causa, que ha sufrido horrores, que se merece todo ahora porque ya sufrió. Digo, porque si a esas vamos, Mandela se aventó 20 años con la mierda hasta las rodillas (literal) en las prisiones a las que lo recluyeron por sus ideales, que por cierto no cambiaron nunca; Monreal, en cambio, ha pasado por todos los partidos sin importar su ideología y en las últimas entrevistas lo he escuchado coquetear con la idea del Frente que es, básicamente, el PAN.
¿A qué viene todo lo anterior? A que todo su supuesto suplicio me parece parte de la misma mezquindad de los políticos mexicanos. “No soy un vulgar que va por puestos”, reflexionó hace unas semanas. Vaya, dirá cualquiera, 22 años de puestos remunerados al hilo y ahora no va por puestos. Con todo respeto, pero es mucha ambición: ¿no ve que el país se desmorona, y él preocupado para ver a dónde brinca? Ponerse como víctima en estos días, de verdad, lo hace igual al resto. ¿Y qué son los padres de Mara Castilla, qué son las familias de un país con 30 mil desaparecidos? ¿Ahora resulta que la verdadera víctima es Ricardo Monreal?
Su actitud no es distinta a la del Secretario de Salud, José Narro, por poner un ejemplo: ese hombre es capaz de tomarse una foto oliendo una llaga agusanada o besando una herida con pus si eso le sirve para su mezquina causa personal: ser candidato de algo por el PRI, el partido que es, todo, una sola llaga que se pudre desde hace décadas y huele a mierda kilómetros a la redonda.
Mucha mezquindad, me cae, en este país. Mucha. Y mentira.
La frase de Groucho Marx es: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Qué ingenuo, Groucho. En México es: La política es el arte de ignorar problemas hasta que estallan; luego, hacer un diagnóstico falso, aplicar los remedios equivocados pero que dejen unos millones de ganancia, y después hay dos caminos: congelar la información referente al caso, o pagar a la prensa (no de las ganancias, sino del erario) para que nunca salgan a la luz pública.
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