Los días gotean largos, como miel o como aceite. Largos, sin saber qué es de los normalistas desaparecidos.
Algunos creen que siguen secuestrados, sobre todo los padres adoloridos, cansados y tristes que mantienen abierta la esperanza. Otros ya los dieron por muertos porque se compraron la tesis del gobierno federal o porque acuden a la lógica simple: no es posible esperar que los criminales los mantengan con vida después de tanto tiempo.
En 10 días se cumplirán dos meses de que fueran secuestrados frente a los ojos del Estado mexicano: frente a elementos del Ejército, de la Policía Federal, de la Estatal y de otras fuerzas de seguridad que estaban allí, en Iguala, el 26 de septiembre. Todavía hoy, 50 días después, el gobierno insiste en que no fue un crimen de Estado. ¿Cómo negarlo? ¿Cómo decir que se trató de un incidente de la delincuencia organizada? La lógica es que México no es Iguala; qué pendejada. Pues Iguala sí es México y en ese Iguala, cuando desaparecieron a los estudiantes, estaban las fuerzas del Estado mexicano: federales, estatales y locales. ¿Cómo negar que fue un crimen de Estado?
Los días gotean largos y sin respuesta. Veo las caras de los papás de los normalistas, ahora mismo; las veo en fotos. Lo que encuentro es mucho, mucho cansancio y dolor. Pero también encuentro determinación, porque no se rendirán hasta no dar con ellos. Un padre no abandona a sus hijos. Un padre no desmaya aunque la vida se le escape en ello.
Es muy duro esto que vive México. Muy difícil. Y todavía no veo claramente hacia dónde vamos. No encuentro un movimiento articulado que permita salir de esta crisis. Todavía tengo confianza en que esos que se han quedado en casa, por el bien de sus hijos, empujen hacia una solución pacífica y duradera. Todavía no pierdo la esperanza en que esto que nos sucede sacuda hasta el último rincón, porque justo del último rincón, en donde están los ciudadanos de buena fe, saldrán las respuestas.
Pero esto que vive México no puede seguir. Los corruptos y los asesinos, los que engañan y compran voluntades no son mayoría. Son astutos, poderosos, manipuladores y mañosos, pero no son mayoría. Ojalá y les llegue el día y que ese día sea hoy.
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Abrace a sus hijos. Hoy mismo tómelos entre sus manos y dígales que los ama. Abrace a su madre, a su padre, a sus hermanos; a su familia completa, si puede. Hágalo con ganas porque así, en un tris, muchos se van sin decir adiós en este país violento y sin justicia. Eso le pasó a 49 familias que perdieron a sus bebés en Hermosillo, Sonora. Eso le pasó a un grupo de mexicanos en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, donde estudiantes fueron masacrados. Eso le ha sucedido ahora a madres y padres de 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero.
Eso le pasa a miles de familias cada año en México: que un día están con los suyos y al otro la tragedia sacude su casa.
Abrace a los suyos porque las estadísticas indican que, si los alcanza la muerte, es altamente probable que nunca reciban justicia. En este país de impunidad, corrompido hasta las muelas, no se garantiza incluso que las familias y sus muertos se salven de ser incriminados, es decir: no basta con el crimen, no basta con la impunidad; es probable que, además, sean vinculados a los malos para ya no seguir investigando.
Abrace a los suyos hoy, antes de salir de casa o cuando regrese. Abrácelos porque así es México: miles y miles están para confirmarlo, o ya no están para confirmar que el país se ha vuelto un enorme camposanto coronado por la impunidad.
Y no espere compasión. No espere un gesto de amor. La solidaridad que vemos con los normalistas es inusual y, por la experiencia, irá menguando. No lo deseo: lo digo con base a lo que he visto durante años; deseo todo lo contrario –incluso lo espero–, pero el olvido y la apatía son una especialidad entre los mexicanos.
Todavía hoy, y no es difícil demostrarlo, millones no han hecho un solo esfuerzo por condenar la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. Aunque son muchos los que lo han hecho, millones no, insisto: ¿dónde están las marchas en Tijuana o en Tuxtla, en Mérida o en La Paz? Millones se han quedado en sus casas a esperar a que le toque a ellos. Millones se han quedado viendo tele mientras los asesinos, los corruptos y los impunes se embozan para atacarlos. Millones han hecho como que no pasa nada pero sí, sí pasa algo y eso que pasa, que es la muerte, tocará la puerta de los que no han movido un dedo.
Usted abrace los suyos porque este país, como está, no garantiza que vuelva a verlos juntos a no ser que sea en un sepelio. No lo deseo: lo estoy viendo, desde hace años; aquí, en este país, impunemente se mata. Decenas de miles de familias están para confirmarlo.
Abrace también a México, que es su Patria y se desangra. Abrace fuerte a México porque quizás no lo vuelva a ver: ¿quién puede asegurar que no es usted el próximo en irse? Ojalá y le llegue el día de despertar a esos que no levantan la voz; ojalá y que ese día sea hoy.
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