A Romelia hasta le cuesta trabajo mencionarlo siquiera. “Cuando me hizo ‘eso’ me quería morir, pero tuve que seguir pizcando para que mi papá y mi hermano no se dieran cuenta porque, o me mataban a mí o lo mataban a él”, dice.
Así Romelia, una inmigrante campesina, empieza a narrar su “mala experiencia” en un campo de fresa en el área de Oxnard, en el Condado de Ventura.
“Al principio me halagaba que me echara piropos porque me hacía sentir bonita aunque estuviera con la cara y las uñas llenas de tierra, pero luego luego subió de tono y empezó a manosearme. Me dí cuenta que no iba con buenas intenciones. Cuando me agachaba se me acercaba por detrás, por la espalda pues, y se me repegaba”, cuanta Romelia.
Eso pasó hace siete años, cuando Romelia era soltera y tenía 22 años, solo unos meses después de llegar como indocumentada a Estados Unidos, necesitaba dinero para mantener a su pequeño hijo.
Ya le habían advertido que debía usar bandana y camisas grandes… para cubrirse del sol y de los hombres, pero ni eso fue suficiente. “Una tarde, cuando ya casi terminábamos el día, el supervisor -se llama Sergio- me llamó a la oficina, me dijo que si quería salir con él y cuando le dije que no… me hizo ‘eso’ y me amenazó con hacerle daño a mi papá y a mi hermano… también trabajaban ahí… y mejor no dije nada”.
Historias como la de Romelia no son extrañas para Milly Treviño, una de las fundadoras de Líderes Campesinas, organización que se dedica en brindar ayuda a campesinas para que conozcan y hagan valer sus derechos.
Entre los surcos de los campos agrícolas de Estados Unidos, las mujeres inmigrantes campesinas además del tomate, el algón, la naranja, las uvas y muchos productos más que a diario llegan a las mesas de los estadounidenses, también cultivan el miedo, porque con demasiada frecuencia enfrentan el acoso y el abuso sexual.
Muchas de las campesinas inmigrantes reportan incidentes de humillación, manoseos, presión para tener relaciones sexuales o acoso verbal, explica Treviño.
Aunque es difícil determinar con exactitud la magnitud de la violencia sexual que sufren las campesinas, la organización nacional Líderes Campesinas estima que nueve de cada diez trabajadoras del campo han tenido algún tipo de experiencia de este tipo o conocen a otra que ha pasado por una situación así.
De acuerdo a datos del censo de 2012 entre un 25 y 35 por ciento de la fuerza de trabajo esta compuesta por mujeres, aunque Treviño considera que actualmente esa cifra es mucho mayor y se estima que un 75 por ciento de ellas son inmigrantes, jóvenes solas o madres solteras, lo que las vuelve aún más vulnerables.
ASISTA, un grupo que trata con inmigrantes víctimas de asalto sexual, encontró en una encuesta a mujeres en una planta empacadora de carne de Iowa en 2009 que una de cada cuatro había sido despedida por resistirse a los avances sexuales de su supervisor, casi la mitad había experimentado “manoseos” de sus jefes.
En 2010, el Southern Poverty Law Center entrevistó a 150 mujeres en el Valle Central de California y encontró que el 80 por ciento había experimentado acoso sexual.
Tomada de Sin Embargo
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