Por: Fernando Ortiz C.
La últimas semanas nuestro país se ha vuelto una combinación de indignación y burlas, condimentado con situaciones inverosímiles y añadiendo un toque de confrontación frente a una serie de hechos que más allá de su contenido, quedan para el análisis y la reflexión de hacia dónde camina (si es que lo hace) nuestra sociedad.
Hace un mes, los mexicanos veían con dramatismo como sus peores pesadillas y pensamientos se iban haciendo realidad con cada estado que Donald Trump obtenía en las elecciones presidenciales de los EE.UU. En ese momento el espíritu patriótico mexicano a flor de piel no podía entender como un racista, xenófobo y discriminador pudiera ser presidente del país más poderoso del mundo.
Mexicanos indignados decían que los inmigrantes tienen derecho a estar en la Unión Americana y que no todos son delincuentes. Frases conmovedoras y al mismo tiempo con una fuerte carga social donde la migración se justificaba por la falta de empleos en nuestro país y por lo cual no quedaba otra salida que migrar para buscar mejores oportunidades de vida.
Todo parecía viento en popa, un país que reconoce el valor humano de aquellos que necesitan dejar su tierra y tratar de materializar sus sueños de cambio a una mejor vida y bienestar. Hermosa historia hasta que periódico El Universal, a tan solo cinco días del triunfo presidencial de Trump, presenta una nota paradójica pero que engloba la incongruencia de nuestra sociedad. La nota firmada por la corresponsal Laura Sánchez llevaba por título: Sufren haitianos discriminación en Tijuana.
¿Cómo puede ser posible? La ciudad del norte de nuestro país pidiendo que no se discrimine y como lo señala la nota: “se observó a haitianos dormidos en las calles, lo que generó descontento entre comerciantes y pobladores de la ciudad”. Así de incongruente es el discurso de nuestra sociedad, pide no discriminar mientras en suelo propio se queja de la migración y no encuentra otra forma de actuar que discriminando; frases como la de “Fuera haitianos no son bienvenidos” se expresaron en redes sociales. Menos mal y no han sugerido poner un muro para que no arriben los caribeños, esto ya sería el colmo de la ironía.
Luego de esto, se presenta el discurso de inclusión, que todos somos iguales y no importa la preferencia sexual o gustos de las personas, las personas valen por lo que son, y un sinfín de propaganda incluyente para que la sociedad no discrimine (vuelve la paradoja social) y entonces las burlas no se hacen esperar frente a un tipo que grita de una manera peculiar y se convierte en el hazme reír y base de las burlas durante días. Se pide respeto pero no sin antes mofarse de un hombre que hasta el mote de Lady obtuvo.
De lo profundo de un pueblo en San Luis Potosí surgió la burla, el tema de conversación y el sarcasmo por la fiesta de unos XV años. La redes invadidas de chistes sobre la cantidad de invitados que tendría la celebración. La nación envuelta en este acontecimiento donde algunos gobernadores y personalidades de la farándula participaron de la situación.
Se burla de los mismos mexicanos, esa es la unión proclamada hace tan solo un mes frente a la llegada del enemigo Trump. Seguir haciendo una distinción entre lo rural y lo urbano es la tónica del humor mexicano.
Y el último hecho que conjuga cada una de las anteriores situaciones y que en el fondo es el más preocupante e incongruente hecho, sucedido hace tan solo unos días donde la senadora Ana Gabriela Guevara fuera agredida por cuatro sujetos, según relató la afectada.
Una mujer que en 2003 fue campeona mundial y en 2004 obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos, que era la heroína nacional y ejemplo de triunfo ahora era el centro de atención y burlas ya fue golpeada y pateada de manera brutal; una forma más de violencia que por la fama o el puesto político de Ana Gabriela se dio a conocer.
Es alarmante la polarización y los mensajes que empezaron a circular frente a la noticia. Repudio por parte de algunos y chistes de género, discriminatorios en contra de su persona y hasta algunos que justificaban la agresión por ser pertenecer a la clase política.
Ahí nuestra realidad como sociedad, los muros que nosotros mismos nos ponemos, la incongruencia de discursos, y la visceralidad de expresarlos sin mayor sustento crítico. Se pide que no haya violencia, que se está harto de la violencia pero es un chiste que una mujer sea golpeada por cuatro hombres.
Se pide inclusión de homosexuales y transgénero pero también se hace burla con ellos frente a una clara agresión física, donde es mejor hablar de lo que parece Ana Guevara y derrochar comentarios sobre ello, en lugar de que enfocarse en el meollo del asunto que es la violencia.
Se pide no discriminar pero automáticamente se tiene que hacer porque es nuestra realidad, reírse y señalar al campesino, a los que tienen una condición humilde y aprovechar eso para divertirse escondiendo el racismo, la xenofobia y la discriminación de mezclarse con ese tipo de personas, ese tipo de gente que nunca quisiéramos ser pero que aplaudimos su existencia para que otra clase la use como su chiste.
La agresión contra Ana Gabriela solo fue la cereza del pastel frente a un mes entero de tonterías y sentimentalismos que han sido la noticia dentro de nuestro país. Una nación que levantó la voz el nueve de noviembre, entre el miedo y la histeria de querer cambiar, y que el vecino del norte viera el gran país que somos, claro que ahora ha de estar temblando Trump y sus secuaces ante la gran trasformación de nuestro país, un país dividido, un país que se ríe del mal ajeno, que justifica sus bromas por el hartazgo del país.
Al ver la noticia de la paliza que recibió la medallista olímpica me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si el afectado hubiera sido un diputado o el propio presidente del país? Se estaría vitoreando al perpetrador y sería visto como un héroe, esa es la violencia latente que existe en muchos mexicanos. Los que se alegran que un grupo de delincuentes hayan sido mutilados de las manos, mientras por el otro lado claman que la violencia pare, y claro siempre hay un culpable de que exista la violencia pero nunca nos damos cuenta que nosotros mismos al aplaudir y apoyar cualquier tipo de violencia ya somos parte de ella.
Clamamos justicia siempre y cuando ésta no afecte nuestros intereses, buscamos policías incorruptibles pero esperamos faltar con la ley y encontrarnos con uno de ellos. Queremos que la policía detenga al que comete delitos pero que sea condescendiente y acepte “mordida” cuando de nosotros se trata.
No queremos ser discriminados por buscar una mejor vida a los EE.UU. pero si despreciamos a los caribeños que están varados y no son admitidos por ése país que decimos despreciar pero que amamos visitar.
Queremos ser políticamente correctos, aunque en el fondo sabemos que nunca vamos a aceptar a quien es diferente, a quien no pertenece a nuestra clase social y el problema no radica en querer ser políticamente correcto, sino que cuando alguien no lo es, no sucede absolutamente nada. Todo es una pantalla para vivir en una supuesta realidad que sabemos de antemano que no existe.
Una mujer golpeada es motivo de chiste, un tipo que grita por su grupo favorito es motivo de burla y noticia nacional, una familia que tiene la intensión de invitar a la comunidad donde viven a los XV años de su hija es excelente pretexto para señalar y usar el sarcasmo, un haitiano que ha decido migrar es visto con rechazo y miedo. ¿Esto es lo que creemos que hará cambiar a nuestro país? Por supuesto que han de estar temblando los gobiernos por este pensamiento emancipador que estamos formando.
Solo quisiera agregar que nuestro día a día es producto de la incongruencia con la que se vive, ¿cómo buscamos tener gobiernos diferentes si esto es lo que alimenta a nuestra sociedad? Una sociedad que se ufana de ser unida pero que en el fondo solo existe e incita a la discriminación.
Nosotros mismos somos los que hemos construido muros a nuestro alrededor, donde la violencia la creamos para después ser partícipe de ella sorprendiéndonos de las consecuencias de ello. Nosotros somos los constructores de los muros que han dividido a nuestra sociedad, si es que aún queda algo de ella.
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