Por Pablo Montaño
Hace tiempo que pretendo escribir sobre el papel de las mujeres en la vida política de México y quizás enmarcarlo con la lucha feminista, pero no me atrevo. Siento que al igual que a muchos otros hombres antes que yo, mi machismo me traicionará y terminaré interpretando, protagonizando y repitiendo círculos patriarcales que tengo normalizados en mi día a día. Hoy me atrevo a caminar un poco en ese hielo delgado.
Empiezo por agradecer a tres voces que marcan la lectura que le doy al país, las tres son mujeres que por el ejercicio de su labor profesional han sido amenazadas y acosadas, en muchas ocasiones más por ser mujeres que por su labor. Siento que este país sería otro de no tenerlas, Carmen Aristegui, Lydia Cacho y Denise Dresser.
Reflexionar sobre el papel que ellas han tenido en la vida política del país me deja deseando que más hombres nos callemos y veamos más mujeres que como ellas acorralen desde lo público al poder y presionen para la construcción de un país distinto. Nuestra estructura machista limita a que sean tres y no treinta o trescientas estas voces. Porque en México las matamos, las acosamos, violamos y les destruimos toda salida para que lleguen más allá de donde nosotros como hombres las queremos ver para no sentirnos vulnerados, para no sentir que nuestro mundo no nos pertenece y aun así aquí están. Y no se callan aun cuando desenmascaran el escándalo de corrupción presidencial más importante en la historia moderna de nuestro país y les amenazan su trabajo y lo pierden con aplomo y no se callan, gracias Carmen; señalan con nombre y apellido una red de pederastia y tráfico sexual que involucra a gobernadores y empresarios, sin retroceder ante las amenazas e incluso la violencia física, gracias Lydia; y confrontan al poder en su cara y en su casa, diciendo las verdades que otros callamos porque nos falta esa valentía y encima convierten su Twitter en la escuela antimachismo más grande de México, donde misóginos reciben contestación directa ante cada uno de sus ataques, gracias Denise.
Menciono sólo tres y quizás haga mal, pero así sobrevive nuestro México, inconsciente de que se sostiene por mujeres que luchan por hacerlo un país más justo y más país. Cuando dejamos de buscar, ellas hacían una caravana porque en algún lugar estaban sus hijos, gracias madres centroamericanas. Cuando nos acostumbramos a la violencia nos invitaron a la que la dignidad se hiciera costumbre, gracias Estela. Y cuando nos rendimos allí seguían a la puerta del Palacio de Gobierno de Chihuahua, gracias Marisela.
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