En México hay unos 5 mil jóvenes presos por la comisión de delitos graves, el 22 por ciento por homicidio, una elevada cifra que empaña una realidad todavía más lacerante.
Muchos de estos niños y adolescentes caen en las redes del crimen organizado por problemas familiares, pobreza, desescolarización o adicciones y se ven abocados a incurrir en delitos que les marcarán para siempre.
“La mayoría de los chicos que se enrolan en el crimen organizado viven un infierno. Están en shock, y en su vida imaginaron tener que ejecutar, o descuartizar, a una persona”,
explicó a Efe el ex delincuente juvenil el Maru, hoy facilitador de procesos educativos en la organización social Cauce Ciudadano.
“Son víctimas del abandono de la protección del Estado, de su familia y de su comunidad, aunque al mismo tiempo victimarios, pues lo primero no les exime de responsabilidad penal”, agregó el director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), Juan Martín Pérez.
El resto de menores internados cometió robo con violencia, o portaba arma prohibida, o robo de vehículo, o participó en un secuestro, o cometió delitos contra la salud y el resto es delincuencia organizada, según datos oficiales.
“Los niños sicarios son considerados desechables, porque el crimen organizado no busca nuevos líderes ni crear una ‘escuela’ para que cuando sean mayores sean ‘mejores’. Los usa y se deshace de ellos”, explicó Pérez. Muchos jóvenes enrolados en el crimen organizado son carne de cañón: “Cuando caen en la cárcel, enseguida contratan a otro”.
Existen desde los pozoleros, dedicados a deshacerse de los cuerpos, el que mueve los bultos (cuerpos), el halcón, que vigila las fuerzas de seguridad, el llamado equipo de fuerza -secuestrador- y los torturadores, todos ellos muchas veces menores de edad, describe el Maru, que tras alejarse del hampa hace más de un lustro hoy coordina talleres y proyectos para la prevención y atención de jóvenes de barrios conflictivos.
“No te creas que si matas cinco te van a pagar más. Debes entenderlo como una empresa. Antes trabajar para ellos daba muchos ingresos, hoy incluso pagan menos que en una compañía”, destacó el Maru, que hoy supera la treintena.
En esta espiral de violencia y con la lógica mercantilista de los cárteles, se refuerza la idea del joven sicario -en su mayoría varón- como víctima y verdugo, que además si intenta resarcirse, corre el peligro de ser ejecutado por el mismo narco.
Es por ello que el director de la Redim denunció que desde las esfera pública se haga hincapié en la “peligrosa” cifra redonda de los mil menores sicarios.
“Genera rápidamente la reacción de actores que dicen: ‘Hay que encerrarlos’. Sin ver que el problema es de orden político y cultural”, aseguró Pérez, favorable de transitar definitivamente de un modelo punitivo carcelario a uno que priorice las medidas socioeducativas, una visión secundada por muchos especialistas del sector.
Actualmente, en México se separa a adultos de menores criminales, estos se recluyen en centros de tratamiento, aunque la Comisión Interamericana de Derechos Humanos probó en un estudio que la privación de libertad llevaba al 80 % de los jóvenes presos a reincidir, agregó.
La profesora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores de antropología Social, Elena Azaola, se pronunció a favor de “reincorporar sanamente a los jóvenes a la sociedad”.
Si se compara la tasa de adolescentes criminales con la de adultos, la diferencia es contundente: de 50 por cada 100 mil jóvenes a 220 por 100 mil adultos, señaló recientemente en una rueda de prensa.
La grave problemática impacta en el tangible más valioso para el futuro de una nación, sus niños y jóvenes, y por ello ya ha recibido atención internacional.
El Comité de los Derechos de los Niños de las Naciones Unidas denunció recientemente el reclutamiento de menores en México por parte de la delincuencia organizada.
Dijo que las medidas políticas han sido “insuficientes” e instó a aplicar un protocolo que aleje a los menores del crimen.
Fuente: Sin Embargo
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