Cada vez que se enciende un televisor, se apaga una estrella’, sentenció El Roto. No parece el caso de Pablo Iglesias, estrella emergente de la televisión, pero sí de Alfredo Pérez Rubalcaba, contraestrella próxima a desaparecer del firmamento de la política y de las cámaras. Lujurias y crueldades de lo público.
Hacía decenios, probablemente desde Felipe González, que no aparecía alguien en la vida política española capaz de estimular el ánimo de una enorme cantidad de españoles como con velocidad galáctica ha conseguido Pablo Iglesias en su explosión electoral. Súbitamente, millones de españoles vuelven a creer en la política como posibilidad real de mejorar sus vidas y como actividad dentro de lo respetable. Falta por ver si la estrella tiene brillo duradero y no se lo comen los lobos o tropieza con meteoritos sospechosos y financieros. Aún no sabemos cuándo se verá la foto de Pablo Iglesias recibido por Emilio Botín para concederle un crédito con el que cubrir su hazaña política. O si tal foto no se producirá e Iglesias decide tirarse al monte de la pobreza de medios. En todo caso, millones de españoles le apoyarán en su ya anunciada aventura presidencial y desearán que su opción triunfe. Los españoles quieren, necesitan, creer en algo y en alguien. Es la última oportunidad de confiar en lo político. No parece un bandido Iglesias, incluso se podría decir que asemeja un integrante más de la masa ciudadana que conforma España. Uno de los nuestros, próximo y hasta ahora sincero. Veremos.
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