En la pasada entrega del Premio Nobel de la Paz, otorgado a Malala Yousafzai la joven defensora de los derechos por la educación de las mujeres y el activista de la India Kailash Satyarthi reconocido por su labor en contra de la explotación infantil, fueron testigos de un hecho que algunos consideraron una falta de respeto, otros lo vieron como un acto valiente y muchos otros quedaron con la pregunta de por qué un estudiante mexicano pidió a Malala que hablara sobre México.
Más allá de la polémica que se puede generar apoyando o condenado este acto, cabe la reflexión de la necesidad de que los ojos del mundo se vuelquen sobre nuestra nación.
Es verdad que estamos en tiempos difíciles, donde la corrupción parece no tener fin y el cinismo de las autoridades y del propio gobierno parecen una burla hacia el intelecto de los mexicanos, pero irrumpir en una ceremonia es parte de la esperanza de encontrar una solución o solo es un acto desesperado de lo que parece nos ha rebasado y ha salido de nuestras manos.
Qué escenario tendríamos si los ganadores no fueran de la India o Paquistán, que pasaría si nuestro grito fuera la voz de un galardonado, de un mexicano que no irrumpiera sino que fuera participe del reconocimiento.
¡Please Malala Mexico! Fue el grito que el estudiante mexicano lanzó a la joven que en 2012 recibió una bala por parte de los talibanes por defender su causa. Tal vez como una súplica pronunció dicha frase, pero… fue un grito de desesperación o de esperanza. Generamos lástima al mundo entero o somos una lástima como nación; manchamos o aportamos algo a la entrega del Nobel.
Seremos nosotros los elegidos para ahora recibir la ayuda mundial, dejando a un lado a países con problemas de ingobernabilidad como Somalia, países que son saqueados a diario como los países africanos. Hemos tocado fondo para pedir que nos ayuden, que seamos la prioridad mundial; será que creemos, o al menos nos sentimos que estamos en el “limbo internacional”.
Será que la necesidad de crear héroes es lo que nos da esperanza; el grito de un joven en tierras escandinavas se hizo notar alrededor del mundo, pero el resultado fue el que esperábamos o simplemente fue un grito en el vacío que alejó los ojos del mundo, ese mundo que queremos que nos escuche.
Tal vez el Premio Nobel deje mucho que desear con galardonados como Barack Obama en el 2009, pero infringiendo leyes en otros países es la forma de exigir que se cumplan las leyes en nuestro país, esa es la pregunta y aquí es donde caemos en la incongruencia que lamentablemente caracteriza a nuestra sociedad.
Pedimos respeto sin respetar a los demás, pedimos policías incorruptibles pero que acepten “mordida” de vez en cuando. Queremos ser ricos sin trabajar, queremos, queremos, queremos, pero ¿qué damos? Buscamos sacar ventaja de la situación pero que no se aprovechen de nosotros, queremos cambiar al país desde la comodidad de la indiferencia.
Tal vez el mexicano lleva en sus genes la acción de gritar, así se cuenta que empezó nuestra “célebre” independencia, operación primordial para ser escuchado, pero por qué buscamos gritar y no ser la voz, ser una voz que sea reconocida, que sea escuchada, no un grito de desesperanza y que el azar tome el destino de esas palabras.
Tal vez llegue el día que no se necesite gritar, pedir el favor de que hablen de nuestro país y salir por la puerta de atrás, tal vez llegue el día que nuestra voz sea importante, que hablemos de los que no tienen voz y entremos por la puerta grande.
Necesitamos una voz en el Nobel, pero mientras no aparezca seguiremos gritando esperando que alguien nos escuche más allá de nuestras fronteras.
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