A ver, que quede claro. Lo que cala de la entrevista del presidentín, Enrique Peña Nieto con, primero un par de actores de telenovelas y luego con un grupo de periodistas de “medios nacionales”, no son las preguntas o las formas, sino las respuestas. Es cierto que en algunos casos los cuestionadores dejaron mucho que desear por su tono o de plano por ser porra, pero no todo el ejercicio fue un desperdicio. Hubo críticas, excelentes preguntas y muy buenos datos por parte de los informadores. La bronca es que el mandatario no dijo nada que no hayamos escuchado ya en sus spots o en sus espectaculares anuncios en los que nos pinta a un México maravilloso.
Eso es lo que llama la atención. El presidente hizo lo que quiso con los comunicadores y repitió y repitió su script hasta dejar claro su mensaje central que era que México, siempre fiel, va cambiar y se va a poner bien chido, y para lograrlo bateó y evadió, una y otra vez, sin perder la compostura lo que le resultó incómodo o lo que no venía en las tarjetas de lo que debía responder, y eso es un avance notable, porque hay un contraste abismal entre el pobre inocente que no supo salir al paso de una pregunta facilona fuera del guión en una Feria Internacional del Libro cuando era candidato y el vato que vimos el martes en la tele.
Se nota pues un buen trabajo de couching con su equipo que esta vez sí le enseñó cómo batear lo que le diera comezón o no tuviera ganas de contestar o los datos para hacerlo. Él iba preparado para no decir nada y repetir lo mismo como periquito. Y esos son los entrevistados más difíciles, los que, pregunte uno lo que pregunte, te responden lo que les pega su chingada gana. Y hay unos peores, lo que se auto-entrevistan, y ayer Peña Nieto hizo un poco de las dos. Por eso nos chocó.
Si se fijan, a las preguntas difíciles les dio salida con “no me aventuraría”, “no soy adivino”, “no me toca a mí decirlo”, “pronto lo veremos”, respondiendo con preguntas y mamadas por el estilo, que la neta exasperan a cualquier entrevistador, como se pudo ver claramente en los gestos que hacían al menos 4 de los del panel.
Otra cosa que no ayudó, y en lo que el equipo del presidente se vio bien listillo, es el formato. No es lo mismo un encuentro uno a uno en donde el entrevistador, si es cabrón, puede acorralar al entrevistado, que un panel de 6, que además es en su territorio. Así, por muy chingón que seas es difícil tener el control. Para ponerlo en otros términos: no es lo mismo tener un goleador y una bola, que a cuatro goleadores y dos porristas que van por la misma bola.
Así que no se azoten. Con ese formato, aunque los periodistas hubieran sido Carmen Aristegui o Pedro Ferriz o los directores de La Jornada y Proceso juntos, el resultado hubiera sido el mismo. Además, ¿neta esperábamos que con una entrevista el presidente cayera en cuenta de los errores de las reformas y que las echara atrás? No lo hizo con las horas y horas de discusión en el Legislativo, mucho menos ahora que ya las presume con trompetas y matracas como un triunfo.
Más bien hay que aceptar que los perversirijillos del PRI lograron su objetivo. Tuvieron al círculo rojo y parte del verde siguiendo un ejercicio de propaganda franca y abierta que se planeó así desde el principio y ahí estamos todos de babosos siguiendo durante dos horas un infomercial, nomás por morbo.
Parafraseando al clásico priista: nos volvieron a saquear. El presidente y su equipo del PRI nos robaron dos horas de nuestro para ver a alguien que de todas maneras no tenía nada que decir.
La entrevista fue una mierda sí, pero estamos apuntando al blanco incorrecto.
(Aplausos grabados)
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
POR: Ricardo Salazar
@salazargdl
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