Por estos días estamos viendo a la verdadera democracia funcionando. Y no, no con el falso arranque de las precampañas que en realidad comenzaron hace dos meses o dos años, según el caso, sino a la maravillosa lección de qué es y para qué sirve la democracia, que nos está dando Grecia. Un gobierno que al no alcanzar mayoría se ve obligado a dimitir y a que se llamen a nuevas elecciones justo por eso, por no representar a las mayorías como debe ser en un régimen democrático.
La cosa estuvo así: el partido que “ganó” las elecciones tuvo apenas una mayoría simple, no absoluta. Consiguió poco menos del 30% de los votos y con ello un número de diputados tan pequeño que, ni sumando los 50 extra que le da la ley al que gane, logro formar gobierno por sí solo. Eso se puede hacer sólo cuando tiene 180 de los 300 diputados, cosa que estaba lejos, por lo que se puso a negociar con otras fuerzas políticas a ver si lograban algo parecido al Pacto por México y con una mayoría legislativa aprobaban no sólo las reformas, sino al mismo presidente. Y es que allá, no se elige a una persona, sino a diputados de un partido y una vez declarados los ganadores o cuando hayan formado mayoría por medio de alianzas parlamentarias, son ellos, los diputados los que eligen al presidente, que casi siempre son los líderes de bancada.
Si no pueden hacerlo, juntarse en un programa de gobierno per-ma-nen-te entonces no pueden nombrar presidente. La ley les da tres oportunidades, y sin en esas tres chances no logran ponerse de acuerdo y que un candidato tenga la mayoría de votos del Congreso para llegar a presidente, se acabó: nada para nadie, se disuelve la cámara y se llama a elecciones anticipadas para que la gente elija a sus representantes, otra vez y, si gusta, el elector sea quien ponga, ahora sí, una mayoría absoluta que gobierne al país.
Todo esto es hermoso, porque eso obliga a los gobiernos a tener verdadera legitimidad. Para que un presidente despache sin problemas, su partido debe tener el 50% de los votos, que le dan 125 diputados, que más los 50 que se le dan al ganador, logrará una mayoría parlamentaria de 175 de los 300 diputados, lo que le permitirá gobernar sin problemas. La cosa es que esas mayorías absolutas son cada vez menos comunes, por eso los “ganadores” se ven obligados a buscar alianzas, o si no, pelan.
Con estos mecanismos se evita lo que hoy tenemos en México, un gobiernito que sólo representa a los que votaron por su partido –en el caso actual 15 millones de personas, ósea de menos del 20% del padrón electoral-. Esto es, que con una fórmula así, una de dos, o tendríamos un partidazo que ganara con más de la mitad de los votos y así formara gobierno. Es decir, de verdadera mayoría, o uno que abiertamente negociara con otros partidos de los que se volviera oficialmente su representante y compartiera su agenda y programa de gobierno.
Para ponerlo de otro modo, sería algo así como la formalización del Pacto por México, pero al amparo de la ley y con la garantía de que duraría todo el periodo de gobierno y no sólo el tiempo que se les antoje a los líderes partidistas según sus intereses, como pasó aquí.
Con esto nos evitaríamos cosas como que en la negociación entre la impunidad de ciertos ex gobernadores o integrantes de sus Comités Ejecutivos, como pasó con Emilio González Márquez, que así se volvió inmune pese a las tropelías de él y su equipo, que siguen sin castigo.
Ahora, lo curioso es que nadie aprecia lo que tiene. En tanto que en un país como en México donde no se contemplan elecciones anticipadas más que por “causa grave” –vayan ustedes a saber qué signifique eso- y antes de los dos años de gobierno, muchos andan con la obsesión de que renuncie el presidente por “ilegitimo” y vayamos a votar otra vez, en Grecia, el 58% de los ciudadanos se oponía a ir a elecciones anticipadas y más bien le exigían a sus políticos ponerse de acuerdo. Paradójico, pues según las mismas encuestas el 84% no confiaba en el gobierno y 83% no confiaba en el parlamento, y aún así querían que se quedara.
Esto debe servir de ejemplo a México para hacer una verdadera reforma electoral anti ilegítimos. Revisemos modelos para lograr meter en la ley que el hartazgo sirva de algo y que sólo lleguen los que sí tengan mayoría absoluta, no como en este momento en México en que, con la simple, la legislación permite la llegada al poder de cualquier idiota con linda sonrisa y garantiza su permanencia por todo el periodo pese a que nos salga muy pendejo o muy gandaya, como ya hemos experimentado en al menos los últimos 4 sexenios.
GRAVA.-
Que conste que sólo hable de política electoral, porque sí, en materia de economía en Grecia traen un megadesmadre que no es muy conveniente imitar que digamos.
Twitter: @salazargdl
Sé parte de la conversación