Están por todo el mundo las manifestaciones de todo tipo para repudiar el ataque a balazos al semanario Francés Charlie Hebdo que dejó once muertos, entre ellos su director y tres más de sus caricaturistas estrellas. El hecho duele y duele mucho porque es un ataque a la libertad motivado desde la intolerancia por presuntas causas ideológicas, que usa a la religión como pretexto y bandera para cometer un crimen al que calificativos como inaceptable y horrible, le quedan cortos.
Se trata de un atentado a la democracia porque uno de los valores fundamentales de los individuos en un país que viva bajo esa forma de gobierno es precisamente la libertad de expresión. Uno puede y debe tener el derecho de decir y publicar lo que piensa y también de debatir con quien piensa distinto en un diálogo que en muchos sentidos enriquece la vida democrática de un país.
Lamentablemente la intolerancia opta por cerrar estás puertas al diálogo real y en lugar de ello optan por descalificar, censurar, condenar, acosar, perseguir, excluir, expulsar y hasta matar a quienes piensan y viven distinto. No conciben la multiculturalidad como un valor. Intentan imponer una verdad universal, por la vía de las palabras, el hostigamiento y las armas.
Eso es lo que indigna, y eso es lo que ha sacado a las calles a cientos de miles de personas en las principales ciudades de Europa para decir ¡Ya Basta! y propinar un claro y rotundo NO a quienes usan la violencia antes que las palabras, a quienes anteponen la fe a la razón.
Y México también tiene su haber en este tema. Las 12 vidas que se perdieron en Francia, palidecen ante las más de 100 vidas de compañeros periodistas que han sido asesinados en los últimos 14 años a lo largo y ancho de nuestro país, en que parece que ya no sorprende a nadie que se ataque a balazos una redacción o que se lancen granadas contra instalaciones de medios. Lo hemos visto igual en Sinaloa que en Tamaulipas, lo mismo en Guadalajara que en Veracruz. La mayoría de ellos por lo mismo que los compañeros de Charlie Hebdo: por publicar cosas que a alguien no le gustaron. Es decir por ejercer la crítica.
El país vive un momento de intolerancia a la crítica y las voces disidentes que resulta preocupante. Y resulta preocupante porque los periodistas viven en una especie de pinza: por un lado las presiones gubernamentales que han recrudecido en los últimos tiempos desde gobiernos de todos los signos políticos, principalmente priistas y panistas, y por otro por el crimen organizado que se ha abrogado el derecho de decidir qué se publica y qué no, y dónde, de acuerdo con sus intereses. La única diferencia entre ambos grupos es el método, unos usan lana, los otros balas.
Y en ambos casos, igual que sucedió con los yihaidistas en Francia la motivación es la misma: no me gusta lo que dices, ni cómo lo dices y haré lo que esté a mi alcance para impedirlo. Ven a la crítica como amenaza, como agresión personal, como afrenta, pero también como un riesgo porque exhibe lo que es más conveniente mantener en silencio.
En esta pinza el tornillito son los empresarios, dueños y directivos de medios que con tal de no ver afectados sus intereses o su bolsillo seden y también atentan contra los periodistas a los que despiden o relegan para que no les causen broncas.
Eso sin contar que los espacios para el humor ácido, corrosivo y satírico están cada vez más reducidos. Hoy los medios no quieren molestar a nadie y la duda está en si eso sirve para algo.
Por eso es que el grito de #JeSuisCharlie es pertinente en México y debe aterrizarse también para visibilizar la triste realidad que la prensa y la libertad de expresión viven hoy en el país, porque también tenemos nuestra propia Yihad. Y el momento debe servir también para que los periodistas hagamos una revisión del valor y sentido real de nuestra chamba en términos sociales, un acto de contricción para revisar cómo anda nuestro compromiso con la libertad y la multiculturalidad, y a quién y para qué, estamos sirviendo.
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
POR: Ricardo Salazar
@salazargdl
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