El 23 de enero falleció a los 90 años el rey de Arabia Saudita, Abdullah bin Abdulaziz al Saud, un monarca que se distinguió por estrechar relaciones con los Estados Unidos y ser su aliado incondicional en el Oriente Medio.
Surgieron declaraciones que elogiaban su reinado; Obama destacó que el soberano saudí fue un firme y apasionado líder convencido de la importancia en la colaboración entre las dos naciones para la estabilidad de la zona.
¿Estabilidad?, ¿Qué significa esta palabra para el mandatario norteamericano? Al margen de sus declaraciones es incomprensible su argumento, cuando un país como Arabia Saudita apoya a rebeldes y desestabilizadores en Siria; cuando dota de millonarias aportaciones a la insurgencia en Chechenia y el Cáucaso del Norte, patrocinando y protegiendo a grupos terroristas como Al-Qaeda y el Estado Islámico, fomentando la jihad de los wahabíes.
Declaraciones tan descabelladas como las de la francesa Christine Lagarde, directora del FMI, calificándolo de un “firme defensor de las mujeres”.
Documentado está que el país que gobierna la familia saudí, las prohibiciones hacia el sexo femenino van desde no conducir vehículos, no viajar solas, hasta la ridícula ley de no subirse a columpios. ¡Esto es la defensa de las mujeres! Por favor, esto es servilismo al país de los petrodólares por excelencia. Esto es un hipocresía.
El régimen de Arabia Saudita está considerado como uno de los más represores y con menos libertades en el mundo. La ley “antiterrorista” aprobada en 2014 es un excelente ejemplo de como la libertad de expresión que tanto pregona Estados Unidos y Europa, se ve menoscabada si daña la reputación del reino o de la familia gobernante.
La hipocresía es el arma de Occidente, hablando de libertad de expresión, levantando una indagación mundial por lo sucedido en Francia, pero callando ante las atrocidades de sus aliados en Riad.
Ya lo mencionó el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky: “El problema reside en que occidente olvida sus propios crímenes”. Todo es culpa de los que están del otro lado de los intereses de Estados Unidos, Francia e Inglaterra.
Ya lo dijo George W. Bush en 2001: “quien no está con nosotros, está contra nosotros” o “llevaremos a nuestros enemigos ante la justicia, o llevaremos la justicia hasta nuestros enemigos”. Estas frases si hubiesen sido pronunciadas por algún líder islámico inmediatamente se consideraría como fundamentalistas, pero viniendo del jefe de estado de la máxima potencia económica son frases que se llevará las palmas de occidente.
Ya lo fueron los nazis, luego siguieron los comunistas y ahora los islámicos como los grandes enemigos de “la democracia y derechos humanos”.Pero si los islámicos son el gran problema de la actualidad, ¿por qué el rey Abdullah es elogiado? hipocresía es la respuesta.
En Afganistán el régimen Talibán fue un aliado mientras luchó en contra de los soviéticos y cumplió cabalmente con las consignas impuestas por Occidente, pero cuando ese fundamentalismo, alimentando desde el continente europeo, se salió de control afectando de manera directa un interés esencial como era la siembra del opio a la cual el grupo talibán se oponía, surgió una ofensiva en su contra argumentando la violación constante a los derechos humanos, mientras que en tierras saudíes latigueaban a diestra y siniestra a cualquier cantidad de personas.
Tal vez el nombre de Raif Badawi no sea tan conocido como el de Charlie Hedbo, pero este joven saudí fue condenado a diez años de prisión y a mil latigazos (cada viernes, durante 20 semanas consecutivas, recibirá 50 latigazos según su sentencia) por crear un sitio web que propiciaba el debate religioso, ¿dónde están los líderes llenos de hipocresía que marcharon por la tragedia ocurrida en París?
Nos aterra la brutalidad con la que el Estado Islámico, el cual es engrosado con 41% por individuos de nacionalidad saudita, realiza sus ejecuciones; decapitaciones filmadas con una frialdad que enfurecen a la opinión pública, mientras los países aliados a la Unión Americana imploran piedad, pero al mismo tiempo hacen caso omiso a las decapitaciones públicas ocurridas en Arabia Saudita.
Ya ni hablar del Estado terrorista, racista y xenófobo de Israel, quien masacra sin piedad a palestinos, bajo el argumento de ser “la única democracia en la zona” (habría que investigar el significado de democracia para Israel, EE.UU y la OTAN) y al igual que Arabia Saudita es un aliado indiscutible para Occidente.
Ya lo decía Aristóteles: “No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”, la libertad de expresión no es un derecho universal, es un derecho sesgado a los privilegios e intereses de unos cuantos. No hay un parámetro que establezca esta universalidad que tan utópicamente se enarbola en Occidente cuando es necesario.
“Dibujar contra los musulmanes es libertad de expresión, pero hacerlo sobre los judíos es antisemitismo”, así lo dijo el periodista Renán Vega Cantor. Los separatistas en Siria, Libia e Iraq, que posteriormente dieron paso a la formación del ISIS, eran considerados emancipadores de sus patrias; mismo caso que los kurdos iraquíes que combatieron arduamente contra Sadam Hussein, considerados héroes por occidente, no siendo igual para los kurdos en Turquía quienes eran catalogados como: guerrilleros, terroristas y criminales.
No cabe duda que la hipocresía es el discurso que nace de la Casa Blanca y es replicado por sus súbditos europeos, encubriendo la supuesta defensa inquebrantable a la “democracia y derechos humanos”, siempre y cuando estén alineados a los intereses económicos y políticos de unos cuantos. Si hablamos de datos duros, según Andre Vltchek, posterior a la Segunda Guerra Mundial, entre 50 y 55 millones de personas han muerto, producto de los “libertadores” occidentales ¿Esto es terrorismo o daños colaterales? Esto es hipocresía.
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