Hace algunos días una noticia conmocionó al estado de Florida y al mundo entero, cuando se publicó el asesinato de seis niños perpetrado por su abuelo. Se dicen varias versiones de lo ocurrido, pero lo que queda claro es que este tipo de eventos son cada vez más recurrentes en el país de la libertad, justicia y democracia.
En 1995, un veterano de la Guerra del Golfo Pérsico, cometió un atentado en contra del edificio federal Alfred P. Murrah. En 1999, el pueblo de Littleton, en Colorado, fue testigo de lo que hoy se conoce como la Masacre de Columbine, pues fue en la secundaria que lleva ese nombre donde 13 personas murieron.
Desde el año 2002 se registran por lo menos ocho casos similares por todo el territorio de la Unión Americana: Virginia, Arizona, Minnesota, Pensilvania, Michigan, Alabama y Ohio.
John Allen Muhammad, un soldado que participó en la operación Tormenta del Desierto, mejor conocido como El francotirador de Washington, captó los reflectores de todo Norteamérica por asesinar a diez personas en el año 2002.
Casos y casos podríamos seguir mencionando, y a la larga la pregunta sería ¿qué sucede con la sociedad de los EE.UU.? El debate comienza con la tan debatida Segunda Enmienda que aparece en la Constitución y data del año 1791, ley que menciona el derecho a poseer armas.
Una ley de 1791 que debería de replantearse en el siglo XXI, una ley con más de 200 años que está completamente descontextualizada de la situación histórica actual. Una ley que es un dolor de cabeza para cada mandatario nacional, pues es casi un hecho que en el periodo de cada presidente habrá un hecho violento o una situación que reabra su debate.
La industria armamentista es una de las más reacias y opositoras a que sea analizada y discutida esta ley. En sus argumentos, justifican que habría más hechos violentos si se restringieran el derecho a la portación de armas.
Parece que la sociedad norteamericana está siendo víctima de sus propios ideales, un pueblo bélico genera un pueblo violento, y para muestra la mayoría de los asesinos tienen un historial militar o relación estrecha con la milicia, casos como el de Nidal Hasan ocurrido en 2009 en la base de Fort Hood o la perpetrada recientemente en el 2014 por Iván López, en el mismo lugar.
Lo paradójico de este asunto es que cuando suceden estos macabros sucesos, la indignación se extiende a la población, para que al paso de algunos años sean “estrellas” y sus hechos sean recreados por la industria cinematográfica. Hechos tan deplorables son vistos como un escaparate hacia la fama.
Robert A. Hawkins asesinó a ocho personas en el centro comercial Westroads Mall, en Nebraska en 2007 antes de cometer este acto dijo a la dueña de su casa, por vía telefónica que “amaba a su familia y a sus amigos y que lamentaba ser una carga para todos, pero que ahora sería famoso”.
Estados Unidos debe mirar hacia sí mismo y darse cuenta que el enemigo está en casa; no está en Medio Oriente, ni en los comunistas, sino entre su propia gente, en sus soldados que regresan en “Modo de combate” y en la propaganda que pueden generar en un futuro sus deplorables actos.
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
Por: Fernando Ortiz C.
@geopoliticaintl
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