La cima del mundo se cimbró por el terremoto, de 7.8 grados de magnitud en la escala de Richter, ocurrido hace quince días en Nepal. Sin duda una catástrofe humanitaria, por el número de muertos que ascienden a más de siete mil, y una perdida histórica del patrimonio del país que quedó sepultado bajo toneladas de tierra producto de las avalanchas, la mayoría de ellas acontecidas en el valle de Langtang.
Nepal se mantiene principalmente del turismo, pero ahora con la destrucción de edificaciones y rutas para el alpinismo, parece estar condenado a una época de oscuridad, aunado a la situación de gran desempleo que arremete contra aproximadamente el cuarenta por ciento de la población. Ahora sin duda los habitantes de Nepal estarán esperanzados en la caridad mundial y lamentablemente siendo presa fácil de grupos criminales que buscan aprovechar la situación para traficar o explotar a los sobrevivientes del sismo.
Pero más allá de la preocupación de encontrar personas con vida bajo los escombros, o al menos encontrar los cuerpos de los que fallecieron en el desastre, ahora la preocupación se vuelca sobre el tráfico de niños que está siendo aprovechado por grupos criminales de trata de personas, que aprovechan el desconcierto de la población y de la propia comunidad internacional frente a esta catástrofe.
Países asiáticos como Tailandia o la península de Corea parecen ser el destino de estos infantes, ya sea como mano de obra o para explotación sexual.
Los retos son enormes para el pequeño país del Himalaya, pero aún más para la región y para la comunidad internacional, la cual debe estar alerta a las posibles contingencias de tipo mercantil, humanitario y económico para frenar la caída estrepitosa de uno de los países más pobres del mundo.
Después del terremoto el turismo y la agricultura, las dos principales actividades del país, parecen estar completamente destruidas. Monasterios y edificaciones patrimonio de la humanidad corren un gran riesgo de convertirse en polvo y quedar solo en el recuerdo de sus habitantes.
Diez mil millones de dólares parece ser la cifra de los cuantiosos daños, una cifra que por mucho parece inalcanzable para la sociedad de Nepal, la cual según el centro de noticias estadounidense CNN dice que su actividad económica genera sólo veinte mil millones de dólares por año, esto quiere decir que la mitad de la producción económica de un año de este país, se necesitaría para reconstruirlo.
La ayuda que precisa Nepal es inmensa, Qatar y Bután han sido los primeros en proporcionar ayuda monetaria; otros países como España, Bélgica, Finlandia y México han ofrecido material y equipo de rescate. Parece que solo resta que la comunidad internacional genere las estrategias necesarias y factibles para que la reconstrucción de Nepal se dé paulatinamente, teniendo en cuenta que la vulnerabilidad de las comunidades rurales es un factor de riesgo latente que a la larga podría generar situaciones de tensión en la región y conflictos humanitarios con otros países como India o China que protejan a estos grupos.
Los saqueos de piezas históricas también será uno de los grandes retos para las Naciones Unidas, principalmente para la UNESCO, como el complejo religioso de Swayambhunath, ubicado en el valle de Katmandú el cual quedo practicante en ruinas, puede ser objetivo de la rapiña cultural y arqueológica, con la esperanza de lograr ganar algunas monedas para sobrellavar la pobreza y la época de escasez económica que se avecina y parece será sumamente problemática y compleja para la región.
Los servicios sanitarios deficientes, la falta de infraestructura de carreteras, el desempleo, una económica en quiebra frente al turismo y la agricultura; destrucción y desaparición de monumentos y piezas históricas del territorio de Nepal, la posible escalada de violencia social y religiosa, además de la explotación infantil, ya sea laboral o sexual, serán los grandes compromisos que deberán ser discutidos en diferentes puntos del planeta. El techo del mundo se cimbró y ahora solo queda la reconstrucción.
Por: Fernando Ortíz.
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