El martes 17 de junio, cuando la mayoría festejaba el empate de la Selección Mexicana ante Brasil, Juan Pedro Mercader Rodríguez, encargado del despacho en la Secretaría estatal de Seguridad Pública en Quintana Roo, dio a conocer, con respecto a (en ese momento) los rumores que corrían sobre un motín en la prisión de Cancún, que era una trifulca “suscitada por diferencias durante el partido México-Brasil del Mundial de Futbol”. La agencia oficial del gobierno federal, Notimex, agregaba que “[Mercader] explicó que el incidente se suscitó por la tarde entre algunos reos por diferencias acerca del encuentro mundialista”.
En realidad, se supo minutos después, era una protesta por la corrupción en el penal. Qué futbol ni que las hilachas. Como les aumentaron los montos de la cuota diaria, por las visitas conyugales, por la comida y por los refrescos, se levantaron contra el director del penal, Virgilio Morales Herrera, y contra el Alcalde de Benito Juárez, Paul Carrillo de Cáceres. “Se fueron Los Zetas y llegaron los generales”, decía una manta que colgaron los reos levantados en los juzgados. A menos de que Los Zetas y los generales tuvieran “diferencias durante el partido México-Brasil del Mundial de Futbol”, no es posible justificar la versión de Mercader Rodríguez.
Esta mentira, con la firma del gobierno de Roberto Borge Angulo, no es la primera ni es la única en México. De hecho, es más común de lo que se cree. Los funcionarios, sus voceros y los directores de comunicación social a todos los niveles suelen lanzar engaños con una velocidad ejemplar, con una impunidad asombrosa. Me recuerdo diez casos en este momento. Uno de antología, es de hace poco menos de un año. José Manuel Mireles difundió que Jesús Reyna García, entonces Gobernador interino de Michoacán, se había reunido en una fiesta, acompañado por su esposa, con Nazario Moreno “El Chayo” y con Servando Gómez “La Tuta”.
Como un resorte, la oficina de prensa de Reyna se lanzó en contra de Mireles. No lo bajó de narco mentiroso. Dijo que cómo se atrevía a vincular al insigne, guapo, magnánimo, simpático, tipazo, cariñoso, prohombre y Gobernador con Los Caballeros Templarios. Boletinazo, llamadas a los medios: todo. Gente más mentirosa: por supuesto que Reyna García era compadre de los asesinos. Honestamente no sé si el Jefe de Prensa siga en el gobierno, pero Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Adolfo Hitler, por lo menos se suicidó.
No digo que el jefe de prensa de Reyna García se suicide; lo que digo es que impunemente puso por escrito, con sello oficial, una mentira. Esa mentira se llama boletín. Y sus llamadas a los medios a título personal, también fueron para defender a un narcopolítico de altos vuelos. “Pues mira, mano, ese señor Mireles es un narco mentiroso; el señor Gobernador es más simpático que George Clooney en Los Descendientes”, o como fuera el diálogo.
Pero ese hombre, que ayudó a ocultar la mierda de un político de ídem, no está preso.
Muy parecido es el boletín (que ya comenté) sobre “los anarcos en el auditorio Digna Ochoa”. Casi tan burdo como el viejo borracho y regordete (Fausto Alzati) cancelando una exhibición y callando a quien lee un poema de 1948 porque le falta al respeto al señor Presidente. Digo, el viejo borracho es, además, torpe. Pero los de prensa y áreas similares no tienen justificación.
La mentira es más común de lo que se cree. Los funcionarios, sus voceros y los directores de comunicación social a todos los niveles mienten con una impunidad asombrosa y lo peor es que son auxiliados por la amplia mayoría de los medios mexicanos.
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Y no es un tema del PRI. Es un tema de casi todos los gobiernos, a casi todos los niveles. Mienten (se llama perjurio) y con una asombrosa impunidad.
Los gobiernos, líderes políticos y partidos suelen decir que los medios críticos son injustos y los tratan de “desprestigiar” porque tienen una agenda oculta. Incluso en los gobiernos “de oposición” no existe el sentido de la autocrítica; no vacilan a la hora de asumir su parte: se zafan. No pueden aceptar que si los homicidios, los secuestros y las extorsiones siguen en aumento en los territorios que gobiernan, el público debe saberlo. No aceptan que si hay corrupción, los lectores lo saben de antemano y los medios debemos confirmárselo. Patalean porque se les dice fascistas después se sacar el tolete; cuando se les llama podridos después de que se les atrapa en una movida chueca. Quisieran, de la manera más atenta, a quien corresponda, señor director, amigo periodista, que los medios críticos le bajaran unas rayitas a los reportajes que los encueran pero ellos no le bajan una rayita a su avaricia, a su ambición, a su deseo de mantenerse permanentemente dentro del presupuesto. Todos los gobiernos, los partidos y los líderes son iguales. Hay pocas excepciones (no se me ocurre alguna: me declaro políticamente correcto). Creen, como el león, que todos son de su condición.
Pero la culpa es de los medios, que no somos lo suficientemente duros con lo que se comunica; que no nos hacemos la siguiente pregunta; que aceptamos como verdad dura algo de lo que sospechamos; que muchas veces no le agregamos una coma a lo que se nos dicta, por miedo al patrón equivocado.
Amo la frase de Gay Talese. Es redonda y es reciente, de hace unas semanas. Con esa frase me despido por hoy:
“Hoy los periodistas no hacen bien su trabajo. Les falta imaginación y también olfato para saber dónde están las buenas historias. Dependen demasiado de los políticos y los políticos les ofrecen una versión interesada de la realidad. Los periodistas están ahí para ayudar a sus lectores a comprender mejor la realidad y no para tragarse la propaganda del Gobierno. Le diría que debe aspirar a ofrecer una perspectiva distinta de la realidad. Hoy todos los periodistas hacen lo mismo. Cubren el Senado o la Casa Blanca y corren detrás de los poderosos. Están demasiado cerca del poder económico, político o militar. No son suficientemente radicales, escépticos o independientes. A menudo se creen la basura que les cuentan. Necesitamos más periodistas que desconfíen del poder”.
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
Por: Alejandro Páez Varela
@paezvarela
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