Por Andrei
Espectadores de este México atroz en que nos ha tocado vivir, los mexicanos nos olvidamos, poco a poco, de horrorizarnos.
En la tele, las redes y los diarios; la muerte, la tortura, la impunidad y la desaparición son noticias cotidianas.
Cada mañana de estas últimas semanas recibimos una terrible noticia: “Más de 500 niños oaxaqueños, sin mamás por feminicidios”, “México, el país más mortal después de Siria”; “Matan a activista en Tamaulipas”; “Denuncia CNDH niveles alarmantes de violencia”; “Exhiben ejecución militar en Puebla”…
Luego de leer la mala nueva viene un suspiro, una mueca, un lamento, un poco de miedo si acaso, y el mexicano sigue su curso. Eso, si es que no se opta por reproducir el discurso oficial culpabilizando a la víctima: “seguro estaba metida/o en algo”.
Después, salimos de casa y volvemos a ella con sumo cuidado: todos sabemos que la delincuencia, en cualquiera de sus expresiones, está a la orden del día.
¿Cuál es el papel del ciudadano ante las violencias? ¿Un suspiro, una mueca, el temor? ¿Sólo eso nos ha quedado? ¡Pero si somos las víctimas!
Creo que debemos comenzar por horrorizarnos, porque la situación de violencia que atravesamos es digna de horror: que México haya sido considerado la zona de conflicto más mortal de un país en guerra no es poca cosa. Que 29 mil familias despierten cada día buscando a uno de sus miembros. Que siete feminicidios acontezcan al día. Que, en el última década se reportaran 6 mil 600 quejas por delitos de tortura.
Que a esto se sume la impunidad, la sordera de las autoridades ante los casos.
¿No sospecha usted que además debemos hacer algo?
No debemos, primero, resistirnos a la desensibilización? Hay que negarnos a ser partidarios del discurso del miedo.
Lo que vivimos no es normal, no no lo es.
Por más básico que parezca, otra vez debemos comenzar por ser sensibles, empáticos, consientes. Así podremos despertar un interés auténtico por informarnos, por proponer, participar, organizarnos o al menos simpatizar con proyectos que tienen por fin mermar la violencia.
Así podremos comprender el papel criminal del Estado. Comprender no sólo que los criminales también visten verde olivo y cuello blanco, sino quiénes son.
Así podremos denunciar. Exigir. Animarnos a sumarnos a quienes salen a las calles.
Así podremos comprender la necesidad de un cambio profundo del orden impuesto. Discernir entre los proyectos políticos netamente retrógradas y los medianamente progresistas.
Así podremos buscar el cambio. Lucharlo. Lograrlo.
Mireles libre
José Manuel Mireles fue uno de esos que no se quedó callado. La voz suya y la de su pueblo en Michoacán fueron las armas y, tras su liberación, anunció que seguirá en la lucha.
No todos tenemos la valentía de Mireles, ni vivimos las mismas condiciones como para reproducir su estrategia de resistencia, pero todos compartimos su indignación ante la corrupción y la violencia.
Algo tenemos que hacer con ella, para contribuir a la construcción de una sociedad mejor.
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