Por: Fernando Ortiz C.
Existen hechos y situaciones que se esconden en las brumas del tiempo, tal vez olvidadas o difíciles de recordar porque existe “algo más” que en su momento opaca dichos acontecimientos. En nuestro país son conocidos como “cortinas de humo”, esos titulare que acaparan la atención de miles de espectadores, con el simple de entretener o hacer algún movimiento estratégico que logre pasar desapercibido para cuando la población reaccione sea muy tarde en tomar alguna acción frente a lo sucedido.
Estas tácticas no son exclusivas de nuestra nación, hoy con la inauguración de los Juegos Olímpicos en la cuidad de Rio de Janeiro, Brasil, es momento para recordar lo sucedido hace ocho años en los momentos previos a la ceremonia inaugural de aquellos juegos llevados a cabo en Beijín.
Algunos podrán recordar la temeraria ofensiva militar lanzada en contra de la región separatista de Osetia del Sur, conflicto que pasó a la historia por ser la primera guerra en Europa del siglo XXI. El presidente Mijeíl Saakashvili, aquel presidente aclamado, quien llegó al poder al ser el líder de las revueltas pacíficas (conocida como la Revolución de las Rosas) en contra del presidente Shevardnadze, fue quien decidió lanzar la ofensiva como acto de lealtad a sus aliados en Europa y EE.UU.
Las tropas georgianas atacaron la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, aprovechando la distracción mundial y de los jefes de estado que estaban preparándose para presenciar la inauguración de los Juegos Olímpicos en la ciudad china de Beijín.
Las consecuencias de dicho atrevimiento georgiano fueron, una implacable contra ofensiva rusa, bajo el pretexto de defender a los habitantes rusos de la zona atacada. Las imágenes que se trasmitían entre el colorido, y paradójico mensaje de paz de los Juegos Olímpicos, parecían venir de los años noventa, posterior a la caída de la Unión Soviética, resultando en: civiles muertos, pueblos destruidos, refugiados huyendo queriendo encontrar algún lugar para protegerse.
Una estrategia fallida en todos los aspectos por Saakashvili, que bajo la protección de Estados Unidos decidieron aventurarse en tomar la región separatista, creyendo que con esto sus relaciones con la Unión Americana y la Unión Europea se fortalecerían. Aprovecharon la distracción y la euforia olímpica para desatar la batalla, contando que Rusia no tendría el poder de reacción y con ello lograr una posición geoestratégica y política importante para los intereses de Occidente.
El resultado fue catastrófico, Georgia no solo perdió el poder de la zona separatista sino que Rusia reconoció su independencia, perdiendo poder en otra región separatista como Abjazia. Saakashvili se vio afectado en su popularidad y sobre todo se decepcionó con la respuesta de sus supuestos aliados, quienes al ver despertar el poderío del ejército ruso, decidieron dejar al presidente georgiano a su suerte.
El desafiante Saakashvili y su ofensiva relámpago se apagó en dos días, al ver que fue abandonado y utilizado no tuvo más remedio que ceder ante prácticamente todas las exigencias de Rusia. Esto a la postre provocaría un descontento entre la población en Georgia y una baja en la popularidad del mandatario.
El gran ganador de esta guerra fue sin duda Rusia, el que en Occidente consideraban sería el gran perdedor. Con este conflicto, el presidente ruso en aquella época, Dmitri Medvédev logró posicionar a la Federación Rusia como una nueva fuerza no solo política y económica sino militarmente hablando que podría contrarrestar la expansión sin oposición que aparentaba tener la OTAN.
Las circunstancias de aquella batalla solo hicieron despertar al oso ruso que parecía seguir invernando desde la caída de la Unión Soviética. El mensaje fue claro para el mundo, había renacido la potencia que equilibraría de alguna forma el poderío de EE.UU y sus aliados.
La importancia de recordar este conflicto, es que aún sigue vivo, se conmemorarán ocho años de aquella guerra pero la región del Cáucaso podría convertirse en el Medio Oriente de Europa. Una zona que históricamente ha vivido conflictos de toda índole, ya sean: étnicos, separatistas, políticos, por poner algún ejemplo.
Es una zona estratégica para el control de Eurasia, además de ser la puerta al Mar Negro, un lugar clave para que el poderío de Rusia se mantenga en pie. Armenia y Azerbaiyán son otros dos países que viven una tensión latente por una región que ambos se disputan, la conocida Nagorno- Karabagh, la cual ya tiene el antecedente de una guerra entre los años 1998 y 1994.
Casualmente las implicaciones de los conflictos en Medio Oriente empiezan a expandirse hacia Europa y hacia la zona próxima del Cáucaso, Turquía, un país que es parte de esta región que ha sufrido un golpe de estado, o al menos esa es la versión oficial, que parece empezar un reacomodo ideológico y estratégico, buscando una alianza con Rusia y probamente con Siria.
Irán es otro país de la región, quien es visto como el próximo blanco de una revuelta o conflicto, lo cual parece estar retrasándose por el apoyo incondicional que aporta Rusia al país, un apoyo que ofrece Rusia para no perder el control de la zona.
Chechenia y Daguestán, los dos mayores dolores de cabeza para la cancillería rusa, dos regiones en constante conflicto y con una retórica separatista que ponen en alerta la situación de la región.
Es así como a ocho años de la primera guerra en Europa del siglo XXI recordemos no dejar en el olvido, o en el baúl de los recuerdos, sucesos que repercuten en la actualidad de manera latente la estabilidad, la paz y la concordia de regiones enteras que tienen involucrados a varios país y millones de personas que viven bajo la tensión de estos conflictos.
Cierro con una frase de Dmitri Menvédev sobre el conflicto entre ambos países: “Solo una persona no inteligente puede querer la guerra. Lo digo con absoluta seguridad. Quien quiera que sea. La guerra es un desastre y nuestro país sabe lo que es”.
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