Con su amiguis, de la cintura. Foto: Cuartoscuro
Por: Alejandro Páez Varela*
Felipe Calderón Hinojosa insistió a varios candidatos que quería aparecer en público con ellos. “Apoyar sus campañas”, decía. Algunos lo aceptaron de inmediato pero otros, con pena, le fueron dando largas. Uno de ellos me contó que tenía miedo de la “maldición de Calderón”: esa década de derrotas que vino después de 2006. Otros al rechazo público y unos más, a su discurso, que es uno solo: la guerra y yo.
“No hay conciliación de Calderón consigo mismo”, me dijo un enterado de todo lo anterior. “Sigue hablando de lo la guerra. Se sigue excusando”.
El miércoles 1 de junio, en Ciudad Victoria, Tamaulipas, Calderón apareció en el cierre de campaña de Francisco García Cabeza de Vaca. Disparó, en tierras de narcos: “Yo fui un Presidente que combatió a los asesinos. Hay muchos crímenes en México y un Presidente que combatió a los criminales fui yo. Creo que el error de estrategia no es combatir a los criminales, es haberlos dejado crecer como crecieron, haberles abierto la puerta y dejarlos entrar hasta la cocina de nuestras sociedades”, dijo.
Y abajo del templete, la gente hizo un silencio. Luego, incómoda, empezó a voltearse a ver y después emitió sonidos distintos: ejem, silbidos entrecortados. Hasta que varios hicieron señas hacia el templete con ambas manos, palmas abajo. Bájenle, pedían. O: Bájale, Calderón.
Pero Felipe no se dio cuenta. O, más bien, no quiso darse cuenta que su discurso político podía tener consecuencias trágicas para las familias que estaban allí, en zona de guerra.
Sí, más bien lo segundo. Así lo hizo durante seis años: su discurso político, convertido en estrategia fallida, llevó a un país al fratricidio, a una guerra civil que acumula unos 180 mil muertos. Calderón no escuchó hace seis años y no escuchó o vio ese primero de junio, arriba, en el templete donde manoteaba, que la gente le pedía comprensión; que el Estado mexicano le paga vigilancia a él y a toda su familia; le paga Estado Mayor Presidencial, de hecho. Pero a todos los que estaban allí, no. Esas familias a las que ahora les pide el voto son las “víctimas colaterales” del día siguiente.
Calderón tampoco recordó que a ese candidato y hoy virtual Gobernador; a ese que ha hecho historia con su triunfo (derrotó por primera vez al PRI en Tamaulipas) le manoteó, le gritó y le menospreció cuando era Presidente.
Calderón recordará el episodio mejor que yo, si tiene memoria. Otros, muchos otros, lo siguen recordando.
Varios de los candidatos habrían preferido que Calderón no fuera a visitarlos en campaña. Pero Calderón se aferró. Y lo hizo porque ahora, otra vez, está pensando en él: quiere la candidatura de 2018 para su mujer.
Su mujer, sí, la dos veces Diputada y nada más. La que no tiene más experiencia que eso y ser Primera Dama… a menos que de sopetón ella recuerde, y nos quiera contar, que tomó parte de las decisiones de su marido; que estuvo allí cuando, por razones políticas, un 11 de diciembre de 2006 (a 10 días de llegar a Los Pinos), con medio país en llamas, lanzó la guerra que llevaría a México a su peor derramamiento de sangre desde la Revolución de 1910.
Quizás Margarita sí lo recuerde. Felipe no, es conocido que no. Felipe sólo tiene memoria para él: “Yo fui un Presidente que combatió a los asesinos. […] Un Presidente que combatió a los criminales fui yo”, dijo ese 1 de junio mientras los otros se veían entre sí y, educados, prefirieron no callarlo.
En sus sueños, los sueños de un megalómano, Calderón imagina que los tamaulipecos pueden aplaudirle a él –y, por lo tanto, a Margarita– por tanto dolor, tantas tragedias; que pueden aplaudirle por la guerra perdida.
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En mi rancho, Chihuahua, existe un dicho para cuando hay un conflicto entre muchos líderes con ganas de sobresalir. “Las manzanas se acomodan en la reja”, se dice. Por “reja” se conoce a las cajas de madera.
Aplica al 5 de junio pasado. Todos los partidos fueron sometidos a una prueba y allí está, el resultado. Los electores se quedaron en su casa o salieron a votar, y el resultado es el que vimos. Uno puede acomodar previamente las manzanas pero las manzanas se acomodan en la reja, es decir, en el campo de acción. Y en la reja no hay de otra: unas arriba, otras abajo. Al PRI le tocó abajo, gacho. Pero no sólo al PRI; a la izquierda también. Le fue de la patada al PRD pero también le fue mal a Morena. La reja del 5 de junio hizo su acomodo y el PAN es, con mucho, el gran vencedor.
Aquél que crea, sin embargo, que esto afianza la oportunidad de Margarita Zavala, única precandidata del PAN, se equivoca. Es muy sencillo: el PAN ganó a pesar de Felipe Calderón, quien sólo sumó una manzana (una muy podrida) a la reja: Miguel Ángel Yunes. Calderón ha ganado una sola elección en su historia, y con muchas dudas de legitimidad: la de 2006. De allí en adelante, todo lo que tocó fue alcanzado por la maldición. En 2009, por ejemplo, la derrota de su PAN fue tan dramática que Germán Martínez se vio obligado a convertirse en el primero y único dirigente nacional panista que renuncia. En la historia. Germán era o es amigo personal de Felipe. Así gobernaba Felipe: con puros amigos.
Diez años de la maldición de Calderón terminaron este 5 de junio. El ex Presidente hizo roadshow. Anduvo de campaña o, más bien, haciéndole campaña a su mujer. A pesar de él, el PAN se colocó, este verano, como un contrincante rotundo a las presidenciales de 2018. A pesar de él y de su amigo Yunes.
“Nunca, ni remotamente, habíamos gobernado 11 estados de manera simultánea, como lo vamos a hacer a partir de que tomen protesta quienes ayer ganaron”, dijo Ricardo Anaya, líder nacional panista. Anaya se convierte, de facto, en precandidato presidencial.
Sí, las manzanas se acomodan en la reja. Entre los ganadores de la contienda del 5 de junio brincará, además, uno o dos o más que subirán por la reja a partir de este triunfo. Sin Calderón como excelentísimo líder supremo, tienen esa oportunidad. Hay nuevos jugadores en el PAN.
Calderón –y, por lo tanto, Margarita– no habría siquiera soñado un triunfo parecido. En 2012, la maldición mandó al partido al tercer lugar. Así de sencillo. Y hay elecciones intermedias en su mandato en donde el panismo casi desaparece. Se perdieron posiciones clave, con Calderón. El triunfo de 2016 afianza las aspiraciones de Ricardo Anaya, no de Margarita Zavala. El joven político se convierte en precandidato presidencial, y con enormes posibilidades. Los ganadores de la contienda se lo deben a él, no a Calderón o a Margarita, quienes hace unos meses estaban lejanos del partido. Se han acercado hasta ahora. Margarita hablaba de competir incluso como independiente, recuérdese.
Anaya no es Calderón, quien quiso someter al PAN y al país a madrazos. Anaya sabe que esta elección lo favorece pero, si es inteligente, entenderá que el triunfo del 5 de junio es producto de muchos esfuerzos personales. Si actúa con sabiduría, sabrá despegarse de Calderón y darle su lugar a una nueva generación de líderes que el mismo ex Presidente madreó en su momento (para imponer a sus amigos e incondicionales) y que hoy son orgullo del panismo. Uno de ellos es Javier Corral. En el acomodo de la reja, esa manzana subió. Calderón trajo a Corral a garrotazos y agua durante todo el sexenio. Garrotazos y agua durante seis años seguidos. “Cobarde”, le llamó alguna vez. Y ya ven, hoy recuperó Chihuahua de las manos de una mafia terrible: la mafia del descarado Gobernador César Duarte. Falta que dé resultados, pero allí está la promesa.
(Algo que Andrés Manuel López Obrador debería aprenderle al PAN –¡Herejía!, ¡herejía!–: que la suma de los líderes, en política, arroja triunfos. Pero no lo entenderá, supongo. Pareciera empeñado en que Morena y él, como Calderón y Margarita, sean una sola cosa).
El panismo nacional podrá “agradecerle” a Calderón que haya montado a Miguel Ángel Yunes en la ruta del éxito de este verano. Pero eso no es ningún logro si consideramos la calidad del personaje. Impresentable. Calderón lo pasea como trofeo pero es impresentable. Los dos, honestamente, son impresentables. Huelen a pasado. Huelen a Elba Esther Gordillo y desvío de recursos públicos. Huelen a podrido. Huelen a lo que no queremos los mexicanos y huelen –Yunes, Calderón y, por lo tanto, Margarita– a lo que millones ya no aguantamos del PRI: la corrupción, la violencia, la impunidad.
Calderón se sentó con Elba Esther y con Carlos Romero Deschamps. Calderón hizo Diputado federal a otro amigo: el líder sindical del IMSS, Valdemar Gutiérrez. Calderón –y, por lo tanto, Margarita– dejaron pasar oportunidades de oro para darle al país lo que pedía a gritos, y ahora le han heredado, a los veracruzanos, a otro impresentable: Yunes.
Si alguien me pregunta qué mancha el triunfo del PAN este 2015, le contesto sin pensarlo: Miguel Ángel Yunes. Yunes y Calderón. Yunes, Calderón y, por lo tanto, Margarita Zavala.
Su excelentísimo líder supremo Calderón nunca permitió que las manzanas se acomodaran en la reja y cuando fue Presidente (y dirigente exclusivo de su partido) las acomodó a punta de madrazos. Derrota tras derrota: ese fue el resultado. En 2016 ha metido una manzana. Y es la podrida.
Sostengo que Calderón será la manzana podrida de 2018. Calderón y, por lo tanto, Margarita.
Serán la manzana podrida, claro, si viejos y nuevos líderes del PAN se lo permiten.
Esperemos porque, como dicen en Chihuahua, las manzanas se acomodan en la reja.
*Twitter: @paezvarela
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