El 18 de mayo de 1536, en la Torre de Londres, una mujer de cabello oscuro caminaba de un lado a otro en sus aposentos, en espera de noticias sobre su ejecución.
El 18 de mayo de 1536, en la Torre de Londres una mujer de cabello oscuro caminaba de un lado a otro en sus aposentos, en espera de noticias sobre su ejecución.
Fue en esos mismos apartamentos reales en los que tres años antes había esperado para que la llevaran a su coronación como reina de Inglaterra.
Su esposo, Enrique VIII, había arriesgado guerras y había roto con la Iglesia católica en Roma para ganar su mano.
Ahora, se había vuelto en su contra.
“El golpe en su contra fue tan veloz: 17 días de arresto a ejecución”, subraya en conversación con la BBC la historiadora Alison Weir, quien escribió un libro sobre la dramática caída de Ana Bolena.
“Fue todo un escándalo en Europa, del que se comentaba en todas las cortes, debido a los cargos en su contra: adulterio con cinco hombres, uno de ellos su hermano”.
“Pero en su juicio Ana Bolena habló tan elocuentemente que la gente había empezado a pensar que era un invento para librarse de ella”, señala Weir.
“Parece que pasaba de la risa a las lágrimas. Debía saber lo que le esperaba pues poca gente acusada de traición se había escapado de la muerte”.
¿Habrá pensado Ana Bolena que ella podría ser la excepción y que su esposo el rey iba a indultarla en el último minuto?
No lo sabemos.
Sin embargo, el día fijado para su ejecución -apenas tres días después de que terminó su juicio-, parecía resignada a su suerte.
“¡Adiós, adiós, mis placeres del pasado! ¡Bienvenido mi dolor presente! Siento que mi tormento ha crecido tanto que la vida no puede seguir”, se lee en un fragmento de un poema de Ana Bolena escrito en la prisión.
Esa mañana del 18 de mayo, la monarca condenada mandó a llamar al encargado de organizar la primera ejecución pública de una reina de Inglaterra, el alguacil de la Torre, Sir William Kingston.
“Y cuando llegué me dijo: ‘Señor Kingston, me enteré de que no moriré antes del mediodía, lo que me ensombrece pues esperaba estar muerta para entonces y el dolor sería algo del pasado’.
Con Sir William frente a ella, Ana Bolena juró en el santo sacramento que era inocente de todos los cargos de los que la habían juzgado culpable.
Cuando Ana Bolena finalmente salió de los aposentos reales en la Torre por última vez, el 19 de mayo, para enfrentar a su verdugo, muchos de los que acudieron a verla se impresionaron por su serenidad y aplomo.
El rey había ordenado que trajeran a un espadachín especial de Francia para que llevara a cabo la ejecución, pues el hacha no siempre mataba en el primer intento.
Los testigos dicen que al acercarse al patíbulo reciente y rápidamente eregido, Ana Bolena parecía distraída o aturdida.
“No he venido aquí para acusar a nadie, sino que rezo a Dios para que salve a mi rey soberano y al de ustedes, y le dé mucho tiempo para reinar, pues es uno de los mejores príncipes en el mundo, quien siempre me trató tan bien que no podía ser mejor. Por lo tanto, me someto a la muerte con buena voluntad, pidiendo humildemente el perdón de todo el mundo”. (…)
“Y así tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen por mí. O Señor ten misericordia de mí, a Dios encomiendo mi alma“, le dijo la reina a los sujetos que habían acudido a presenciar su ejecución.
Luego Ana Bolena se arrodilló y empezó a rezar mientras -sin que ella lo viera- el verdugo blandió su espada y de un sólo golpe separó su cabeza del cuerpo.
“Las cuatro damas recogieron la cabeza y la envolvieron en una manta blanca. Y luego el cuerpo también”, cuenta Weir.
“Sir William Kingston había estado tan ocupado que no había conseguido un ataúd. Había ido a la armería poco antes y sacó un baúl donde se guardaban flechas y eso era lo que tenían al lado del patíbulo”.
“La gente lloraba. Las damas de honor lo cargaron hasta la capilla adjunta y ahí fue sepultada tres horas después de la ejecución”.
“Entonces llegó el momento en el que tuvo que ‘desvestirse’ por decirlo de alguna manera”, cuenta Weird.
Los restos de Ana Bolena fueron enterrados en una tumba sin nombre, al lado de la de su hermano, quien había sido ejecutado en la Torre dos días antes.
Se piensa que ella tenía 35 años de edad y dejó a una hija de dos años: Isabel.
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