@paezvarela
Uno de los grandes problemas que se enfrentan los simpatizantes de la autollamada “cuarta transformación” es cómo ejercer la crítica. Hablo de los que están fuera de Gobierno. Ver lo que está mal, y poderlo decir sin ser atacado o malinterpretado. Morena sería un espacio. Eso suelen ser los partidos inteligentes en el poder: unos hacen Gobierno y desde afuera, los otros generan discusión, análisis, debate; mejoran políticas públicas y preparan cuadros para siguientes administraciones. Pero Morena fue demolida por dos años de rapiña y obsesión de poder; es zona de postguerra. Allí no se generó un espacio para ordenar la crítica y darle cause y mucho menos se le cultivó. Sucede como afuera: todo lo que huela a crítica es “conservador” y “neoliberal”, de entrada; o viene de alguno de los frentes de la guerra intestina y, entonces, de facto, está descalificada.
El partido del Presidente no es un semillero de ideas por germinar: está, digamos, frenada por sus propios procesos de depuración y a la defensiva siempre. No funciona como un caldero que ayude al Gobierno a cernir la crítica sana. Morena no le sirve a nadie, en estos momentos; ni al propio Andrés Manuel López Obrador.
Lo que queda para un simpatizante de causas de izquierda, entonces, es “salir” a opinar. Mostrarse en contra de, digamos, Manuel Bartlett y su hijo; que sigan arropados por el Gobierno. Selecciono ese ejemplo no al azar: es donde más gente de izquierda trae un hueso atravesado en la garganta. Si lo expresan en redes –benditas redes, dice el Presidente–, les caerán a palos: conservador, neoliberal, dónde estabas cuando Peña robaba, así criticabas a Calderón, por qué no hablan del Gobernador (el que sea), así empieza el golpe suave, es un honor estar con Obrador y todo eso.
Y por otro lado, está la otra molestia para un crítico honesto: que de inmediato se reciben muestras de adhesión indeseables. No debe haber mayor ofensa que un simpatizante de Felipe Calderón, de Vicente Fox o de Enrique Peña Nieto te conteste con un: “Bien”. O peor, con un: “Otro arrepentido. ¡Bien!”. O con un: “Otro arrepentido que por fin ve la luz. ¡Bien!” Y no, no necesariamente hay arrepentimiento. Es simplemente un derecho a la crítica. Pero como el Gobierno está cerrado a la crítica interna y los críticos son descalificados, aún siendo de casa, entonces los que se atreven a expresarse son inmediatamente considerados “arrepentidos” o tildados de “traidores” por los dos extremos de este México polarizado para mal.
Entonces criticar, un ejercicio democrático que permite sacar el agua estancada, se vuelve una tarea ingrata. Entonces el agua se estanca. Y empieza a apestar adentro del crítico de buena voluntad, o en la sociedad.
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La verdadera discusión parte de una realidad que se volvió emergencia impostergable: las élites nos han fallado. Vivimos un mundo profundamente desigual y México es uno de los peores ejemplos de esa inequidad social. La rapiña de las élites, aquí, ha sido hasta ensordecedora: un estruendo, un golpe, un manotazo. Los ricos son tan estúpidamente ricos que no caben en esta sociedad: brincan a la lista de Forbes; allá se hacen una camita. Mientras, los más pobres viven de aire, mueren de enfermedades curables y sus hijos y los hijos de sus hijos no tienen ni siquiera los nutrientes para pensar en el futuro, un simple futuro, ya ni siquiera uno viable.
Empecemos por allí. Y sigamos con lo que la pandemia ha expuesto a ojos de todos: unos nos encerramos en casa porque tenemos manera de hacerlo, y huimos a un búnker, lejos del resto, mientras otros salen porque si no salen tendrán que alimentarse de gusanos de muerto. Es dramática la imagen, pero es así. Vemos en la calle a muchos que no tienen otra opción que enfrentarse al coronavirus sin armas o morir de hambre en casa. Y no podemos estar impávidos. Esta crisis de salud tendrá el peor efecto en la vida de los que menos tienen. Presiento que se disparará la inseguridad: desde los asaltos y los robos hasta la peor criminalidad. Es decir, viene a peor y viene por distintas vías.
Y es porque las élites nos han fallado; esa verdad que se volvió emergencia impostergable. Las élites políticas han gobernado para satisfacer a las élites empresariales asumiendo que serían solidarias, y no. Los gobiernos le han entregado pedazos de gente a las fieras asumiendo que se volverán parte de un rebaño, y no son parte del rebaño; no quieren ser parte de ningún rebaño: quieren carne, más carne, nuestra carne. Y las élites políticas, para mantener a las fieras “tranquilas” (y quedarse con parte del botín), les han dado brazos de niños, ojos de mujeres y hombres, dedos de ancianos. Y uno que otro cuerpo completo para que lo despedacen. Contratos y contratos y contratos y exenciones de impuestos y rescates con dinero público. Brazos de niños, ojos de mujeres y hombres, dedos de ancianos. Pero las fieras (que ya son fieras políticas y empresariales) quieren más y se vuelven una sola y toman los gobiernos para darse más.
Las élites (gobernantes y ricos) nos han fallado. Y allí empieza la construcción de un debate urgente: reconociendo que esa es la realidad, y que por esa realidad debemos levantar un puño a diario, Y a partir de allí, entonces, discutir sobre la “4T”, que no será transformación de nada hasta que no lo demuestre; que no obtendrá ese título tan deseado (“La Cuarta Transformación”, hasta con mayúsculas) hasta que no entregue resultados.
A partir de allí, entonces, empieza la discusión. Por ejemplo (y selecciono este ejemplo y no es al azar): ¿Qué son Manuel Bartlett y su hijo? ¿Son lo que queremos para el futuro de México o son parte de una élite depredadora que lleva décadas viviendo de todos lo demás? Y la respuesta no depende de que usted sea “conservador”, “neoliberal”, “amlover” o “entusiasta-de-la-cuarta-transformación”. La respuesta depende de qué tan honesto quiera ser usted con usted mismo: ¿Qué son Manuel Bartlett y su hijo? Una respuesta honesta. Dígasela sin que lo escuchen. Y ya.
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La discusión no es para definir polos; los polos ya existen: es una élite obscena, arriba de todos nosotros; y somos los demás. La discusión debe hallar respuestas, ya. Esa es la discusión que vale la pena. Las élites nos han fallado, ¿qué hacemos juntos para contenerlas y para crear un mundo más justo? Cualquiera otra discusión es perder tiempo.
En esa discusión podríamos preguntarnos –si usted quiere– si la llamada “cuarta transformación” es un camino para enfrentar los verdaderos retos; si va en camino equivocado o en el correcto; si puede corregir el rumbo o si hay otros frentes (que nos sean los Calderón y los Peña) para no renunciar a un cambio.
Y si usted es crítico de izquierda y de buena voluntad y no encuentra cómo darle cause a sus inquietudes porque o lo malinterpretan unos o lo malinterpretan otros (y todos quieren agarrarlo a madrazos), pues no sé qué decirle. De verdad. Quizás el diseño de la 4T es perfecto y no caben las críticas; ni las suyas, ni las mías, ni las de nadie.
(Y al escribir esto entiendo que me ganaré unos buenos madrazos de unos y de otros; de bandos que no terminan de entender que los polos están en otra parte: es una élite obscena, por un lado, y somos todos los demás).
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