Los encabezados de las noticias ya no nos sorprenden con las notas que comparten sobre violencia y delincuencia y es que ya no se conciben la una sin la otra, digamos que se ha vuelto parte del panorama diario. La delincuencia no distingue ricos de pobres, no es necesario consultar las estadísticas oficiales para sacar una simple y atroz conclusión: el crimen va a la alza y no pinta para descender.
Con un gran descontento que supera la incomodidad de “saber” lo que sucede en mi tan amado país, el lunes 20 de noviembre pasado me enteraba que un alto ejecutivo de la cadena de televisión de paga Izzi fue otra víctima mas de la delincuencia con violencia, durante un paseo en bicicleta, de día, acompañado por amistades y guardaespaldas. Fue privado de la vida sin importar su estrato social, su preparación profesional, su lugar de residencia, su edad y a pesar de estar lo que muchos consideran como “protegido” por escoltas preparados, igual enfrentó su muerte.
Esa misma mañana del 20 de noviembre, me llamaba por teléfono la niñera de mis hijos para avisarme que recién habían encontrado sin vida a su madre, en su casa, en la sierra de Puebla, víctima de robo con violencia, con signos de tortura. La mamá de Mari no tenía protección, se quedó sola el domingo por la tarde luego de que su esposo salió a entregar “carne” producto de los puercos que criaba para su venta, así, también ella perdió la vida a manos de delincuentes que siguen en la absoluta impunidad.
Hace 4 meses mi hermano de 33 años salió de casa a trabajar y en 24 horas su fotografía corría en las redes sociales como “otro desaparecido más”. En 48 horas supimos de su homicidio: dos heridas de bala en la nuca y nada extra de información. La carpeta de investigación correspondiente se cerró a los 40 días, sin arrojar ningún dato.
Ya todos conocemos a alguien que ha sufrido en lo personal o muy cercano en su círculo social de un acto de violencia. Así nuestro día a día nos azota con una realidad en la cara: en México, ustedes los ricos y nosotros los pobres (sin importar a que lugar corresponde cada uno) todos, todos lloramos. México nos duele desde tantos lugares, desde tantos momentos y se fortalece la violencia en este país de contrastes surrealistas.
Todos los días sin embargo, me cuento la historia de que somos más los buenos, porque sin duda también todos los días, veo o me entero de un acto de valentía, de compasión, de solidaridad, de empatía, de humanismo genuino que una persona hace por otra, de estos héroes anónimos que nos rodean y que muchas veces nos rescatan del llanto imparable que genera la violencia en tantos hogares de nuestro país.
Ya no importa ser rico o ser pobre, tener algo o no que desea otro. No se trata de las pertenencias, o de ostentar, o de merecer o no ser la víctima, se trata de que no hay suficiente valor civil, de que estamos viviendo una crisis de valores, se trata de que todos estamos expuestos porque sí, porque es lo que hay: muchas personas que sienten la libertad de dañar a otras, de someterlas por la razón que sea. No tenemos calma, no tenemos paz, no tenemos certeza, no tenemos seguridad. Todos lloramos a alguien, ricos y pobres sin distinción, nada nos pone a salvo. No podemos hacer responsable de todo al Gobierno, o a las autoridades de seguridad, o a las víctimas por exponerse o por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Al que no le han quitado la vida, quizá le han quitado la cartera, el reloj o el celular, o la tranquilidad, o la dignidad.
No hay nada que nos ponga completamente a salvo. Nos cuidamos unos a otros, se emiten alertas de género, se fijan retenes en lugares estratégicos, cambiamos rutinas, cerramos las casas, se cierran las ventanas, se ponen cercas electrificadas, se blindan los autos, se contrata seguridad personal, nos encomendamos a Dios o a la Virgen de Guadalupe, o a ambos y a tantos otros santos, andamos acompañados pero lloramos, por nosotros y por los otros.
Cada día muchísimos mexicanos también nos reacomodamos la sonrisa lo mejor que podemos y nos ponemos a trabajar por cambiar a nuestro México, por ser mejores ciudadanos, para estar y vivir mejor, y nos ponemos también nuestros valores para usarlos de bandera y nos plantamos frente a la injusticia y vamos paso a paso, para darle voz a las minorías, para alzar la voz por los que no pueden y entre lágrima y risa vamos transitando y sorteando la suerte que nos acompaña cada día.
Estos hechos le rompen el corazón a cualquiera y nadie está exento. Estas noticias ya no lo son más, son simplemente “cosas que pasan”, cada vez más seguido, a más personas, y no es “bullying” al Gobierno, es solo la realidad que no requiere ser un analista de lo “bueno que casi no se cuenta”. Los hechos hablan por sí mismos y nos cuentan la misma historia: ricos y pobres lloramos la inseguridad, hombres y mujeres, niños y ancianos. Así que en días como estos de pronto muchos nos sentimos desolados y no podemos bajar la guardia, porque si somos más los buenos y es nuestra consciencia de todos estos actos lo que puede ofrecer una sutil esperanza de cambiar este momento que tanto nos hace llorar.
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