Andrés Manuel López Obrador es un hombre mayor. Le pongo itálicas a “mayor” porque el 13 de noviembre pasado cumplió 62 años, apenas. Pero como él mismo lo explica: “Es que estoy aflojado en terracería”.
En 2012, poco antes de las elecciones, conversé con él en el aeropuerto de la Ciudad de México. Iba por una entrevista que por alguna extraña, extrañísima razón, no se concretó. Un raro sí-no-sí-no-pérame de su equipo de prensa ya cuando estaba allí, junto a él. Crucé apenas palabras, frases, pocas preguntas, aunque lo acompañé en avión hasta Ciudad Juárez. Y recuerdo bien qué cansado se le veía. Realmente aflojado en terracería.
Un día antes había librado bien el debate presidencial. Así se lo dije.
–Son muy complicados esos escenarios para mí. Tengo que cuidarme de todo –respondió.
Es un texto que ya escribí sobre aquella experiencia.
Con su tropezón de salud reciente y lo intenso de su andar de cabo a rabo el país, tres años después tendrá la carrocería todavía más floja. Morena es un éxito, digamos, para un partido emergente. Hay muchas mujeres y hombres que le harán más ligera la carga pero él es hombre-orquesta, se sabe, y hombre-camión-de-giras también: disfruta subirse el trombón y el piano al lomo, el contrabajo y la sección completa de violines con todo y músicos.
Pienso en esa imagen y se me viene otra: como nunca, el camión Morena necesita ser empujado. Y AMLO estará cansado como nunca, aunque diga lo contrario. Tenía 58 cuando compitió por última vez, y ya tiene más. Cosas biológicas. Así es el cuerpo. El cansancio es natural.
¿Qué tanto les durará López Obrador en Morena, con fuerza y sin sorpresas? ¿Lo suficiente para que crezcan los líderes que asumirán el rol que él –cosas biológicas, digamos– en algún momento abandonará? ¿Cuáles líderes crecerán para asumir las responsabilidades institucionales?
Porque es otoño el que pasa por la vida de López Obrador. Y porque muy pronto echará todas las carnes al asador a un tema que tiene prioridad: su carrera por la Presidencia.
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En septiembre me preguntaron qué pensaba de la elección 2018 en la capital del país. Respondí: “Será de Morena”. Argumenté que asistíamos al funeral del PRD, impulsado por “Los Chuchos” y acelerado por el naufragio del gobierno de Miguel Ángel Mancera, hombre cercano al Presidente Enrique Peña Nieto y a casi todos los miembros del gabinete federal.
Hoy sigo pensando que el DF será de Morena en 2018, pero he bajado de énfasis. Sumo dudas a diario. Algunos eventos de las últimas pocas semanas me dicen que la gravedad trabajará para que no llegue al poder. Operarán Mancera, Miguel Ángel Osorio Chong, PRD, PRI y PAN, principalmente. Es una lucha de poder; nadie espere otra cosa.
Pero se volverá una cuesta más empinada para Morena si las fuerzas internas del mismo partido no se ponen de acuerdo.
Recurro a un dicho de mi pueblo para abundar en lo anterior: “Las manzanas se acomodan en la reja”. Uno lanza las manzanas al cajón de madera, y las manzanas mismas, movidas por la gravedad, se acomodan una vez adentro.
Eso pasa, de manera natural, adentro de Morena. Ya está el partido (que es la reja); ahora los líderes se acomodan dentro de ella.
Cuando Morena perdió el control de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal –aunque los ciudadanos le dieron mayoría en la elección 2015–, pregunté a un dirigente de ese partido qué seguía. Le sugerí en broma que si serían manifestaciones y pancartas. Me sorprendió cuando me dijo que “le harían la vida imposible a Mancera” y, en efecto, empezaron a gritar consignas afuera del GDF, encabezados por Martí Batres. Pensé: Mancera se merece que le hagan la vida imposible, por supuesto; pero eso lo hará muy pronto la gravedad, que actúa sin distingos: el Jefe de Gobierno entregará gran parte de la ciudad a la oposición (si no es que toda), un gobierno en declive, un PRD destartalado. ¿Qué necesidad hay de hacerle la vida imposible?
Me imaginé que después de lo de la ALDF seguía una operación política. No pactar, porque eso no está en el ADN amlista de Morena. Pero sí operar con la política para recuperar las posiciones perdidas por el linchamiento de unos, cierto, pero también por la impericia de otros.
La estrategia de Martí Batres, llevar a la protesta un tema que podría ser operado con la política, parece no haber funcionado. O que alguien explique esto: ¿Por qué los delegados de Morena sostenían reuniones con el GDF para negociar sus presupuestos mientras él preparaba pancartas? Lógica simple: Porque necesitan dinero para trabajar. ¿Cómo negarle el derecho a Claudia Sheinbaum y a Ricardo Monreal –por citar– de negociar con Edgar Amador, el de Finanzas de Mancera, el dinero con el que deben cumplir las promesas que le hicieron a la gente?
Las manzanas se acomodan en la reja: Claramente, Monreal no hizo su carrera con AMLO. Sabe acercarse los recursos y lo ha hecho toda su vida de político. El Delegado hablaba de “tender puentes” apenas ganó la elección. No veo a Monreal llevando pancartas para exigir lo que de entrada le corresponde. Lo veo levantando el teléfono, arreglando cosas en oficinas. No lo veo sumándose a la vía Batres. ¿Está mal?
Y luego está Claudia Sheinbaum, hechura de AMLO, fuerte aspirante a la Jefatura de Gobierno capitalino. Si ella está efectivamente negociando con Amador los presupuestos que le corresponden, entonces Morena tiene dos posiciones declaradas. Por un lado está lavía política, de Sheinbaum y Monreal (tomo a estos dos personajes por su relevancia en Morena), y por el otro está la vía Batres.
Mi sensación es que la vía Batres fue desplazada en los hechos.
No se necesita ser genio para decir que Morena puede tomar la ciudad sin pancartas y manifestaciones. Mancera está en la lona; el PRD también. El capitalino desprecia al PRI, salvo en algunas islas; el PAN aquí está en manos de mafias y suma descrédito –aunque Xochitl Gálvez podría significar un cambio de rumbo para bien–. La capital, pues, es casi de Morena en el futuro.
Casi de Morena. Casi-casi.
Y ya sabemos lo que significan esos “casi”. AMLO lo sabe más que ninguno.
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Monreal no me dice nada; Monreal es Monreal. Pero si Claudia Sheinbaum está peleando presupuestos sin pancartas, entonces hay varios mensajes. Uno primero es que no parece tan sabio perder por perder, como parece que sucedió en la ALDF. Un segundo es que en la capital, Batres no tiene la última palabra.
AMLO mandó el mensaje, este fin de semana, de que lo tiene sin cuidado lo que digan los demás. Se eligió “por aclamación” y sin votos –desatando una ola de críticas que eran previsibles– para dejar en claro que Morena mantendrá esas prácticas aunque muchos pienses que son cero democráticas. En ese “así somos y así nos quedamos y qué”, la vía Batres es la autorizada. Y la de Monreal, Sheinbaum y otros está desautorizada.
Insisto en el para qué tantos brincos estando el suelo tan parejo: ¿realmente es necesario mantener en todo y para todo el papel de indómito y salvaje que en su momento ha sido utilizado contra López Obrador y su movimiento?
Mi reflexión es que si Morena no aprende a moverse como una fuerza política y no abandona ese papel “activista-opositor-grupo-de-choque”, acompañará a López Obrador a un otoño demasiado prematuro. Morena, creo, se aflojará muy pronto sin haber recorrido el país de cabo a rabo, por terracería, como su creador.
Eso creo. Y respeto a quienes piensen lo contrario.
-Alejandro Páez Varela
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