Brendan Case, de la agencia Bloomberg, fue el último en tomar la palabra. Sucedió en Palacio Nacional, en una sesión con el Secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso. El periodista hizo dos preguntas relacionadas con el recorte al gasto público (anunciado en ese evento) y una tercera, sin rodeos, sobre la mansión que el alto funcionario mexicano compró a Grupo Higa en Malinalco, con tasas de ganga y justo en los meses entre la campaña Presidencial de 2012 (que terminó en julio) y la llegada al poder (menos de seis meses después), en diciembre de ese mismo año.
–¿A qué tasa de interés fue el financiamiento de su casa de Malinalco?
Y enseguida sucedió algo realmente asombroso: el Secretario se negó a responder. En medio de una crisis mayúscula de credibilidad, una comparable con la que vivió Richard Nixon antes de su renuncia, Videgaray optó por dejar caer el micrófono.
–Gracias. Con respecto a la última pregunta –dijo–, eh, eh, es un tema del que he hablado extensamente el año pasado y seguramente, eh, eh, responderé ampliamente en ocasiones futuras. Quisiera mantenerme en el tema, que es un tema de la mayor trascendencia nacional, que es el ajuste al gasto pública y al manejo de las finanzas públicas.
Así. Impresionante.
La respuesta de Videgaray me muestra muchas cosas. Me hace entender, por ejemplo, por qué el Presidente está en medio de una tormenta perfecta.
Supongo que Videgaray y/o sus asesores de prensa pensarían que con una llamada a El Periquito de Toluca resolverían todo.
Claramente no han entendido del todo en qué están metidos.
Ante la respuesta del Secretario, la agencia no ha dejado de repetir (obviamente) que ni él ni Enrique Peña Nieto han mostrado los contratos de las mansiones que adquirieron, a precio de ganga (si creemos que no son sobornos), a dos constructoras ampliamente beneficiadas por los gobiernos que ambos han conducido.
Cuando más le urge al gobierno federal explicarse, ¡Videgaray deja caer el micrófono! O, peor aun, se lo lanza en la cara al reportero de Bloomberg, como si fuera un borrador y aquello sucediera en un salón de clases en Toluca.
Pfff, dirían los chavos.
Qué tontería, diría yo.
***
Una respuesta resolvería gran parte de las dudas. Una sola respuesta.
Ayudaría a entender lo que está pasando en la administración federal, su naufragio prematuro que parece deliberado; su hundir el barco, torpedo en mano, sin pensar en los pasajeros. Porque sí, todos somos pasajeros, aún el que no quiera, de un México que cuyo rumbo es hoy incierto.
La pregunta es: ¿Sabía Enrique Peña Nieto que Virgilio Andrade es el gran amigo de Luis Videgaray; que estuvo muy involucrado en su campaña y que su padre fue defensor de uno de los hombres más indefendibles del país: el Senador Carlos Romero Deschamps? ¿Lo sabía?
Si la respuesta es que sí, que el Presidente tenía conocimiento a quién iba a nombrar como nuevo Secretario de la Función Pública, entonces muchas cosas se explican. Es Peña Nieto, él, directamente, el que no ha entendido que él no ha entendido, The Economist dixit.
Pero si él no sabía y, es comprensible, dejó en manos de alguien más el nombramiento, entonces el Presidente está en un serio problema. Sus principales enemigos están en casa, en los que él confía.
Si la recomendación de nombrar a Andrade vino de Videgaray, se trata de un error fulminante que debería mandarlo directo a casa (de Malinalco o de donde quiera).
Si vino de Miguel Ángel Osorio Chong, qué homerun más grotesco. Un batazo seco al jardín central, con el Secretario de Hacienda bobeando y el Presidente sin guante.
Se necesita ser un perverso para, en medio de esa crisis de credibilidad, pedirle a Peña Nieto que presente Virgilio Andrade como Secretario de la Función Pública y que le encargue, de cara al mundo y a la Nación, que investigue de qué color son los Bubulubu por dentro porque no tiene capacidad para más.
Me resisto a pensar que el Presidente sabía quién era Andrade; y me cuesta creer que lo han tratado así, que lo han exhibido de esa manera, deliberadamente.
Y no agregaría mucho más.
Sólo diría que la crisis de credibilidad en el Gobierno federal ha derrumbado obra pública, ha afectado la inversión y ha puesto al país en entredicho en cuanto tribunal y foro internacional nos toca, como México, comparecer.
No agregaría realmente mucho más.
Sólo que no se, de verdad, cómo le van a hacer para concluir los siguientes cuatro años sin desmoronar lo que queda del país.
“Junto a estos, El Negro Durazo parece niño de pecho”, me dice una amiga.
Me asusta. Pero cuánta razón.
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
Por: Alejandro Páez Varela
@paezvarela
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