El hombre que sostiene una escopeta en medio de la sierra es un fantasma. Él es un rumor, una fantasía, no existe, según el gobierno, pero cargando un arma recortado calibre 20 es tan real como un hombre de músculos y huesos esperando a soltar un disparo que puede arrancar de tajo un brazo.
“Mi nombre es Román Vázquez González, líder de las autodefensas de la sierra de Zongolica. Y aquí estamos presentes… “
A Zongolica, Veracruz, hay quienes lo recuerdan por un crimen que llegó a las primeras planas del país hace nueve años: en febrero de 2007, Ernestina Ascención, una mujer de 73 años, murió a causa de una paliza y antes de expirar dijo a sus familiares que los militares que estaban en el pueblo para pelear contra cárteles y guerrillas la violaron tumultuariamente y la golpearon para callarla, aunque el gobierno no admitió nunca esta versión.
Su muerte fue el último escándalo nacional que surgió en Zongolica, pero desde entonces han ocurrido muchas más tragedias y en silencio: tres años después del crimen de Ernestina, el municipio que alguna vez fue una apacible pueblo de campesinos en la franja más pobre de Veracruz comenzó su transformación en un escondite de 350 kilómetros cuadrados para los grupos criminales.
Ríos, cuevas, grietas y precipicios mortales en la sierra servían como guarida natural para narcomenudistas, sicarios, secuestradores y asaltantes de camionetas ligados al grupo criminal Los Zetas con presencia en ciudades aledañas como Orizaba. Para ellos, controlar Veracruz significa apoderarse de la costa en el Golfo de México, de la entrada a Tamaulipas — estado fronterizo con Estados Unidos — y de una orografía tan accidentada que sólo los locales pueden moverse por ella sin perderse.
Sin embargo, al poco tiempo, el cártel notó que el pueblo guardaba su dinero en efectivo por la falta de bancos y comercios con terminales bancarias. Ese dinero constante atrajo extorsiones, secuestros y disputas a balazos que dejaron varios muertos. El miedo eran tan intenso que en noviembre de 2012 las autoridades aprobaron un toque de queda para menores de edad que empezaba con el primer minuto de las diez de la noche.
Pero eso no evitó otra tragedia callada, alejada de la prensa nacional: el 9 de enero de 2013, hombres ligados al cártel “de la letra” raptaron a tres jóvenes, a quienes nunca se les ha visto de nuevo. Nadie sabe si viven o están muertos. Los tres desaparecidos son familiares de Román Vázquez González, pintor, muralista, líder social en Zongolica y hoy jefe de las autodefensas de su pueblo, a quien le sucedió lo que a la mayoría de los activistas contra la violencia en México: el crimen organizado le salpicó de sangre a su círculo más íntimo.
‘No fue sólo mi familia… cuando nos dimos cuenta, ya había siete desaparecidos y unos 20 secuestrados’.
Esos crímenes serían los últimos que la comunidad quería tolerar: el 8 de marzo de 2013, convocados por el párroco del pueblo, los vecinos salieron a la calle a exigir seguridad. En plena marcha, advirtieron que cuatro hombres — conocidos vigilantes de Los Zetas —fotografiaban a los asistentes. La multitud se abalanzó sobre ellos y, a punto de ser linchados, fueron rescatados por la policía municipal, quienes prometieron arrestarlos. Sin embargo a las pocas horas, los “halcones” fueron devueltos a la calle.
Cuando la noticia de la liberación corrió, Zongolica era un pueblo fantasma con todos atrincherados en sus casas a las cuatro de la tarde. Sabían que Los Zetas querrían vengarse. Los criminales llamaron a los teléfonos celulares de los vecinos más conocidos de la comunidad y les exigieron que esparcieran un mensaje: sepan zongoliqueños que vamos de regreso a la sierra a desquitarnos por lo que nos hicieron y el primero en pagar será el párroco.
Y en un pueblo tan religioso como Zongolica, aquella afrenta no podía admitirse. Campesinos, ancianas, amas de casa, jornaleros, estudiantes, sacaron de sus casas las armas familiares con las que cazan los tejones y ardillas que se comen y se apostaron en el centro del pueblo. Los testimonios de seis vecinos consultados coinciden en que la plaza principal del municipio parecía una armería al aire libre: rifles, carabinas, revólveres, escopetas por donde se viera. Hay quienes aseguran que hubo bombas de clavos en las entradas del municipio y clavos para ponchar las llantas de autos de los criminales.
Unos 500 hombres y mujeres, los más pobres del Veracruz, regresaron el reto: sepan ‘zetas’ que aquí estamos en la sierra para desquitarnos por lo que nos hicieron y los primeros en pagar serán quienes entren a la comunidad a hacernos daño.
“Los cárteles tienen dos ventajas sobre la gente: miedo y sorpresa. A nosotros se nos quitó el miedo. Y (con nosotros) armados, ellos pierden el elemento sorpresa”, presume. “Cuando entendimos eso, empezó todo. Nos organizamos como autodefensas”.
Tres años después, Román es un hombre que no existe, según el gobierno, porque no le quieren reconocer lo que él asegura: lidera 134 campesinos que duermen con armamento en sus casas, listos para tomar el pueblo cuando él ordene ir detrás de algún criminal que pise la sierra.
El grupo sabe patrullar de noche, bloquear caminos, perseguir comandos y dormir con un ojo abierto y otro cerrado. Pero lo más importante: saben cazar animales para comer, así que su puntería es excepcional cuando se trata de tirar a un blanco en movimiento. Saben tirar a matar.
“Yo estoy consciente de que me van a matar. Soy creyente, dentro de mi conciencia, creo en un supremo creador y que si él sufrió, también yo,” declara el líder.
Ese es el costo, admite, de liderar un grupo de autodefensas que rompen con el molde del movimiento civil armado que irrumpió en 2012 en Michoacán contra los cárteles de La Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios.
La Autodefensa de la Sierra de Zongolica es la primera en muchas cosas: en dar la pelea en Veracruz; en afrontar a Los Zetas; en pelear con las armas de reliquia o de la época de la Revolución Mexicana, en lugar de armamento de alto poder o de uso exclusivo del ejército; en operar sin bases ni retenes, pero sí con el teléfono siempre prendido por si se necesita emboscar al enemigo; y en estar registrados con credenciales firmadas por Román bajo el membrete del Movimiento Indígena Liberal Popular y Autónomo de Zongolica (MILPAZ), una organización popular que nació en la región para apoyar a los campesinos y que hoy es la carta de presentación de los vigilantes.
El 10 febrero de 2014, un grupo de encapuchados y embozados apareció en un video en Youtube con rifles, municiones y armas blancas. Posaban como anónimos frente a un letrero que decía “Autodefensa de la Sierra de Zongolica” y mostraban sus habilidades como expertos tiradores, imaginando que agujeraban sicarios. Dos días después de publicar el video, Román envió una carta a Los Pinos avisando que el grupo estaba dispuesto a guardar su armamento, si se reforzaba la seguridad en el municipio. El sello en el documento — del que VICE News posee una copia — prueba que fue recibido por la Dirección General de Atención Ciudadana de la Presidencia de la República, pero la violencia siguió creciendo y la autodefensa prefirió hacer un mayor acopio de armas, sabiendo que estaban por su cuenta.
Fragmento del reportaje de Vice News, que puedes consultar aquí.
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