Por Manuel Tenedor
Hace tres años Enrique Peña Nieto asumió el cargo de presidente de México y hace cuatro de la inolvidable pifia en la Feria del Libro en Guadalajara, en donde comenzó el descenso interminable de la popularidad del ahora presidente. Según Grupo Reforma, seis de cada diez ciudadanos mexicanos reprueban la gestión de EPN.
Por precisión con la historia no podemos olvidar que Peña Nieto llegó al poder ejecutivo sin merecerlo y mediante un fraude electoral ejecutado con una sincronización impresionante de entes de corrupción nacionales e internacionales.
Nuestro país sigue pagando muy caro haber permitido la imposición de EPN en la presidencia pero tampoco podemos deslindar a ex presidentes de la crisis humanitaria que se vive actualmente. Mucho menos al espurio Felipe Calderón Hinojosa, el “estabilizador”, dicen.
Era obvio que todo iba empeorar si llegaba otro tramposo a la presidencia. La figura presidencial en este momento representa lo peor de la sociedad mexicana: ignorancia, charlatanería, intolerancia, corrupción y elitismo. Esa misma sociedad se aferra a seguir sometida por gobiernos aristocráticos y a evadir a la menor provocación la realidad de un México que dicen querer mucho y defienden poco.
El totalitarismo intrínseco en el adoctrinamiento liberal de occidente pretende resolver problemas del capitalismo con más capitalismo. Esto ha dado pie a que gobiernen millonarios que ideológicamente no comprenden el deber patriótico que conlleva el servicio público y menos están interesados en resolver los verdaderos problemas del país.
Las élites que financian a tipos como Peña Nieto son los mismos que controlan a los grandes medios de comunicación y acaparan el capital. Escudados en la libertad de prensa los mercenarios de la información influyen directamente en la opinión pública y crean tendencia favorable a sus intereses, satanizando a personajes que obstaculizan sus negocios.
El caso más evidente de este tipo de golpeteo mediático es Venezuela en donde el próximo domingo hay elecciones parlamentarias. De entrada la oposición ya se negó a firmar un acuerdo para respetar los resultados electorales. Esa misma oposición -financiada y asesorada por Washington- fue la que intentó derrocar al legítimo Hugo Chávez en 2002.
Los países que sistemáticamente critican y conspiran constantemente en contra de gobiernos legítimos de ideología contraria, son los mismos que dieron visto bueno a los fraudulentos procesos electorales de Peña, Calderón y otros. En la lógica imperialista las dictaduras provienen de quienes se oponen a ellos y las democracias de quienes sirven de tapete a sus intereses.
En el caso de México sigue la satanización mediática de AMLO. Más allá de los errores propios del tabasqueño es notorio que su popularidad va en ascenso. Así como en Argentina desgraciadamente ganó la derecha y se respetaron los resultados, en el caso de Venezuela debe ser igual. Hay que rechazar el intervencionismo sin importar si existe o no empatía con la imperfecta pero legítima Revolución Bolivariana. La historia no cumple caprichos.
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