Por Pablo Montaño*
Al igual que muchos países con un débil (o nulo) Estado de Derecho, México es una incubadora de pequeños tiranos, una orgullosa ciudadanía con desplantes dignos de un dictador de los 70s, cargada de propuestas y nociones de orden que harían sonreír a Pinochet y suspirar a Videla. Escala la violencia (con 8 muertos de acuerdo al gobierno y 11 según la CNTE) alrededor de las manifestaciones en Oaxaca, llega la nefasta reacción de las autoridades que fieles a su tradición se empeñan en el descrédito de su versión y brotan las voces que reclaman orden a toda costa. Una película muy vista de la que no aprendemos, las mismas imágenes que hace unos años: las manifestaciones, los golpes, la represión con gases y macanas, un tlacuache como granada (ésta es nueva pero al parecer no es de Oaxaca), el vandalismo, las armas que insisten que no son armas, los disparos y mucha confusión.
En este revuelto contexto los egresados de esta fábrica del totalitarismo nos dirán dónde se equivocan los maestros al negarse a ser evaluados, harán puntuales inventarios de los inmuebles vandalizados y nos repetirán hasta el cansancio que el bloqueo de carreteras es equiparable con el terrorismo de AlQaeda. Sus redes se inundarán de condenas parciales a la violencia ejercida contra los maestros de la CNTE y a su vez la justificación a un gobierno que una vez más ha rechazado el diálogo para mostrar su “mano dura”. En un país rebasado por el narcotráfico, con redes de prostitución infantil que operan intactas y corrupción en todos los niveles de gobierno, se decide poner mano dura contra manifestantes, no son manifestantes, nos dirán, son los “maestros de Oaxaca”.
En el diccionario de los pupilos de Franco las palabras maestro y Oaxaca generan una reacción de disgusto sin precedentes; un fenómeno curioso si analizamos lo que evocan por separado: “Maestro” se remite al instructor, docente, el o la responsable de la formación académica de los hijos, y por ello respetable hasta cierto punto (el respeto sucumbe ante el pobre desempeño del crío); “Oaxaca” significa queso, mezcal, la playa hippie en la que cierto sobrino recibió su instrucción de sexo tántrico y Puerto Escondido (donde se casó Regina, la hija de unos amigos del club). Pero la suma “Maestro de Oaxaca” resulta una categoría suficiente para despojar de todo derecho humano al que como tal se identifique y aquí reside la derrota de estos dictadorcitos y la del gobierno que tanto alaban.
El complejo relato y las demandas de un magisterio con las que podemos estar o no de acuerdo, hace tiempo que dejaron de ser el tema de conversación, resulta fundamental darnos cuenta de que ya no estamos hablando de Reforma Educativa o de evaluación docente, sino de derechos humanos. Nuestro derecho a protestar, a manifestarnos y a un juicio justo no debe estar sujeto a nuestra condición, profesión o a la región en la que vivimos. Las faltas en las que incurran los manifestantes deben ser atendidas ante la justicia y no ante las balas de autoridades ansiosas por acallar un conflicto de muchos años y muchas formas. Suprimamos entonces nuestros arranques de cinismo y no perdamos de vista que con la razón de nuestro lado o quizás equivocados, en un futuro podríamos ser nosotros los que nos encontremos con esta violación de nuestros derechos a manos de autoridades barbáricas con la silenciosa complicidad de aquellos que no piensan como nosotros.
Twitter: @pabloricardo2
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