Por Pablo Montaño
Javier Duarte viste un chaleco azul marino, las manos las lleva esposadas y está sentado entre dos policías; uno pensaría que el exgobernador expresaría desesperación o algo que remita a la derrota después de una larga fuga. Sin embargo, la imagen perturba por una risa, algo que va más allá de la repulsiva presencia de Javier; sus ojos desorbitados no son los de alguien abatido y la sonrisa que nos avienta a modo de mentada de madre deja una sensación de intranquilidad. No, no creo que salga libre o no inmediatamente por lo menos; pero sin duda hay algo que él sabe y nosotros no. Nos mira más allá del juego de la justicia que creemos haber ganado, él sabe que ni siquiera jugamos en la misma liga.
Quizás estoy dando demasiada importancia a la sonrisa de un déspota, asesino, corrupto compulsivo y quizás no hay más que un hombre con cierta demencia, la diversidad y descaro de su robar ya nos hablan de alguien sin capacidad de la más elemental empatía. Pero, queda algo. Por lo menos se me ocurren dos verdades que le hacen cosquillas a Javier Duarte.
La primera sería que él no robó solo para su bolsillo y para la merecida abundancia de su señora esposa y tampoco, lo hizo sólo. El atraco del estado de Veracruz tuvo más cuentas de banco que las registradas en el minucioso diario de Karime Macías, y más beneficiarios que la hasta hace unos meses feliz pareja. Duarte quizás mira a su red de funcionarios, a su partido (el PRI) al que le financió campañas electorales y a sus excompadres, y se ríe de que lo dejaron sólo. Sería ingenuo suponer que la fortuna de Duarte se mide solo en dinero y no en una similar cantidad de secretos. ¿Qué tanto le sirva esto? Falta ver, todavía.
La segunda carcajada quizás sea para nosotros, nosotros que queremos ver un descalabro de la corrupción de nuestro país en su captura. La emoción es irreprochable, y ver los videos de cafés veracruzanos estallando en aplausos con la noticia de la captura, sabe a quinto partido de la copa mundial de futbol. Sin embargo, significa tanto o mucho menos que esto. La “justicia” nos la sirven los exaliados del caído, los que se beneficiaron y permitieron su enriquecimiento, sus crímenes y su fuga. Se vieron atrapados y les resultó más costoso seguirlo protegiendo que entregarlo, pero al igual que Duarte, los corruptos en México todavía tienen mucho de que reírse.
@Pabloricardo2
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