Por: Fernando Ortiz C.
A una semana de comenzados los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro 2016 han circulado imágenes que han dado la vuelta al mundo como por ejemplo: la primera Delegación Olímpica de Refugiados en la historia, una delegación que no debería de existir pero que frente a los conflictos globales se presenta como un mensaje de la una cruda realidad de nuestros tiempos. Esta delegación tiene como máxima representante a Yusra Mandrini, atleta proveniente de Siria quien nadó tres horas en el mar Egeo jalando el bote en el que iba con una veintena más de refugiados.
Otra polémica delegación que también se dio cita en Rio de Janeiro, es el representativo olímpico de Kosovo, un estado que no es reconocido por aproximadamente treinta y seis países del mundo, de entre los cuales destacan: China, Rusia, Irán, Serbia (quien alega que es una región de este país), España y paradójicamente Brasil. Podemos también hablar de las imágenes de Doaa el Ghobashy, atleta egipcia, y la esgrimista norteamericana Ibtihaj Muhammad, ambas compitiendo con el velo islámico (hiyab). Abrazos entre competidoras de Corea del Norte y del Sur; la situación del dopaje de los competidores rusos, en fin un sinnúmero de momentos que pasarán a la historia en esta justa olímpica.
Pero más allá de estas imágenes existe la otra cara de la competición más importante del deporte mundial, el rostro de un país desquebrajado y al borde de desmoronarse por pugnas políticas; un país donde aproximadamente viven once millones de pobres. Marginación, narcotráfico, violencia, prostitución, todo esto en los territorios de guerra que ahora son visitados por algunos turistas que se aventuran a los asentamientos informales conocidos como favelas; lugares que entre sus callejones se escuchan disparos; los asesinatos están a la orden del día producto de la guerra declarada entre: policía, bandas delincuencias y milicias que tienen el control de las favelas como el conocido Comando Vermelho o comando rojo.
Parece paradójico que entre hoteles de lujo e impresionantes paisajes como los que ofrece el Corcovado o el Pan de azúcar, junto con Copacabana o Ipanema, existan lugares tan contratantes como las favelas de Manguinhos, Rio das Pedras, Nova Cidade o Rocinha, la famosa favela ubicada en Gavea una de las zonas residenciales más lujosas de la ciudad de Rio de Janeiro.
La inauguración llevada a cabo en el estadio Maracaná tuvo un espectáculo de luces y pirotecnia que fue apreciado por los habitantes de uno de los barrios marginales de la ciudad que está a escasos metros de dicho estadio. Los habitantes de Morro da Mangueira fueron testigos desde sus humildes hogares de la alegría y del mensaje de paz que dicen promover los Juegos Olímpicos, un espectáculo excluyente donde solo los más privilegiados tuvieron acceso a él.
Así se muestra la otra cara de Rio, o tal vez es la imagen que incomoda que se presente, un país que tuvo las riendas del progreso hace algunos años y hoy ha caído en un laberinto de conflictos internos, entre corrupción y lucha de poderes se ha terminado el sueño del gigante latinoamericano para vivir la pesadilla que durante las últimas décadas del siglo XX vivió. Delincuencia desmedida, desempleo, marginación y pobreza, ahora empiezan a permear el rostro de la ciudad carioca, reflejo de lo que ocurre en este país desde hace un par de años.
Todo esto se amplía cuando ante la falta de oportunidades se hace un evento que el país parece no soportar económicamente. Las dificultades constantes por terminar a tiempo complejos deportivos que se vislumbran en un futuro como grandes elefantes blancos. Muchos brasileños salieron a las calles durante días previos a la justa deportiva denunciando represión y hasta ejecuciones extrajudiciales bajo el pretexto de la necesidad de tener una máxima seguridad.
Habitantes de Rio se quejan de las consecuencias de albergar un macro evento como éste, donde las promesas del gobierno de mejorar la ciudad y la seguridad solo ha dado paso a violencia policial y desalojos masivos con el afán de maquillar ante los ojos del mundo las carencias de la ciudad.
Vila Autódromo es un claro ejemplo de las pugnas internas entre habitantes y Comité Organizador de los juegos. Hace dos años aseguran los vecinos que eran aproximadamente seiscientas familias las que vivían en el lugar, ahora solo quedan veinte, algunos tuvieron que aceptar por la fuerza las inseminaciones del gobierno y otros simplemente se mudaron a un complejo habitacional.
Rio de Janeiro vivirá en la ilusión de la competencia deportiva, de los hermosos lugares que tiene y evitará a toda costa que la realidad actual de sus habitantes se muestre; la represión en las calles aún continua, un evento excluyente y selecto que unos cuantos disfrutarán pero que a la larga todos tendrán que pagar.
El fantasma del fracaso económico de los juegos parece rondar sobre Rio, estadios casi vacíos, desinterés de la población por este evento, sumado al descontento político y los problemas internos, hacen que los brasileños estén más pendientes de la situación nacional social, económica y política, que por lo que suceda en el ámbito deportivo.
Ésta es la otra cara de las medallas donde los habitantes de los barrios más pobres y marginales de la ciudad carioca tendrán que conformarse con sus preseas de sangre, dolor y lágrimas que viven cada día.
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