La ermitaña no tiene electricidad ni transporte y cultiva papas y hortalizas para sobrevivir
Agafia Lykova, una mujer ermitaña, vive en la fría Siberia, en la región asiática oriental de Rusia. Ella es considerada como “la mujer más solitaria del mundo” y actualmente construye una casa para seguir viviendo a cientos de kilómetros de sus vecinos más cercanos.
Durante 40 años ella y su familia evitaron conocer los horrores de la Segunda Guerra Mundial, por lo que decidieron sobrevivir en el aislamiento, sin radio ni televisión, en la región de Jakasia del sur de la Siberia, para evitar ser ejecutados por el régimen comunista.
Karp Lykova y su esposa procrearon a cuatro hijos, dos niñas y dos niños, en el bosque siberiano. Además, construyeron un hogar a 250 kilómetros de distancia del pueblo más cercano, Tashtagol, cerca de la frontera de Mongolia, al que se accede luego de una caminata de dos semanas.
Fue a mediados de 1978 cuando un grupo de geólogos que viajaban en helicóptero los encontraron por casualidad mientras exploraban la zona. Primero avistaron un jardín hecho por los Lykov y luego una cabaña donde vivían.
Los expertos hallaron a varias personas que vivían como en la Edad Media y hablaban una lengua mezcla ruso y antiguo eslavo, el idioma ancestral de Rusia, (la madre había perdido la vida días después de dar a luz a Agafia).
En esos momentos se enteraron de que Stalin había muerto, que ya había pasado la Segunda Guerra Mundial y vieron por primera vez la televisión.
En 1981 los tres hermanos de Agafia perdieron la vida a consecuencia de un resfriado, y en 1988 su padre. Desde entonces, la mujer ermitaña solo tuvo la compañía de uno de los geólogos, Erofey Serov, que se instaló en una cabaña a 50 metros de su asentamiento, hasta que murió en el 2015.
“La mujer más solitaria del mundo” no tiene electricidad ni transporte, para alimentarse cultiva papas y hortalizas. También cuenta con una red para pescar y una cabra a la que ordeña todos los días como le enseño su padre.
Agafia sobrevive gracias a que se mantiene activa con las tareas cotidianas, sin ellas, el frío del invierno siberiano, que puede alcanzar temperaturas de 50 grados bajo cero sería una muerte segura.
A pesar de que vive de forma autosuficiente, la ermitaña recibe un poco de ayuda de personas que le envían por helicóptero algunos materiales y alimentos, sin embargo, ninguno de estos productos debe tener un código de barras porque, según su fe religiosa de la biblia rusa ortodoxa, “los códigos de barras son señales del demonio”.
Y aunque ha viajado algunas veces fuera de su hogar para recibir asistencia médica, sin duda, ella prefiere el aislamiento y la soledad en la taiga siberiana, compartió El Universal.
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