Por Alejandro Páez Varela
Nadie lo sabe todo y un Presidente no es la excepción. Sus años de mayor aprendizaje, si se deja, están durante el periodo al frente del Gobierno. ¿Habría lanzado la guerra Felipe Calderón? No ha dado muestras de arrepentimiento (sobre todo porque jamás pagó el error) pero creo que hoy se lo habría pensado más de dos veces. Enrique Peña Nieto, ¿habría aceptado la casa blanca de su amigo el millonario Armando Hinojosa? Si pudiera decidirlo hoy, seguramente no.
El problema con el aprendizaje que se da durante los años en que gobiernan es que, al mismo tiempo, pueden hacerse daño o, peor, hacerle un daño irreparable a la gente. Es el caso de ambos.
Me gusta una de las metáforas más socorridas por los analistas: ver al país como un avión. No detienes la nave para cambiarle un asiento o una turbina: tienes que hacer malabares, y lo haces mientras vuelas. Sin más, Calderón sacó una pistola y le disparó a uno de los pasajeros VIP y a uno de los copilotos, los dos presuntos criminales; lo que nunca midió es que muchos venían armados y listos para responder. Se armó la balacera. Muchos murieron por fuego cruzado (“víctimas colaterales”, diría con menosprecio) y luego se armó una tremolina que continúa. Después, cuando los balazos perforaban cabinas de mando y de pasajeros y el avión perdía altura, se sacó una cifra mágica: más del 90 por ciento de los muertos –se atrevió a decir, sin averiguaciones previas en la mano– son criminales. En fin. El viaje continúa y la sangre sigue corriendo. Como digo: me gusta la metáfora del avión-país.
El reto de Andrés Manuel López Obrador es que quiere empezar con el tablero de luces y palancas que aparece frente a él. Sabe que debe cambiarlo, porque detrás están las ratas que mastican cables; porque muchos botones no sirven y porque cree que este avión-país tiene todo para volar más alto; todo, menos la cabina. La cosa es que deberá hacer el remplazo rápido (no sólo de pilotos sino de tablero) para no exponer la aeronave y sus pasajeros. Y allí es donde viene el primer gran riesgo, antes de cambiar la turbina que mordieron Peña y sus amigos (la del sector energético) o la que agarraron a balazos Calderón y sus consejeros (la de la seguridad). Antes de atreverse a cambiar una de las alas, o la cola, etcétera, quiere cambiar el tablero.
Pues lo recomendable es que los mecánicos tengan muchísima prudencia, muchísima paciencia. Lo vimos la semana pasada, cuando Ricardo Monreal se sacó unas pinzas y brincó a una de las alas para arreglar un desperfecto que, sí, se justifica (las altas comisiones de los bancos son un abuso), pero no es precisamente el momento para hacerlo. El piloto movió el volante (o como se llame) porque sintió turbulencia, y volaron las pinzas. A la otra hasta puede volar el mecánico.
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Hace como 15 días, el Presidente electo estuvo frente al Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2019. No me chismearon: lo dijo en un video. Y luego presentó la revisión de los distintos rubros, y dijo a dónde van las principales tajadas de dinero: para aquí tanto, para acá otro tanto. Y vio, frente a los números, que no había en la Ley de Ingresos un rubro que se llame “Recaudación por Corrupción”. Ya lo sabía pero ahora lo vio. Y tuvo que trabajar con los números concretos, con lo que le queda después de los gastos fijos (sin deuda y sin nuevos impuestos o incrementos) y nada más.
Lo interesante del ejercicio es que AMLO aprendió en las últimas dos semanas que no puede aventarse otra cancelación como la del NAIM y que al mismo tiempo alguien de su equipo mande señales malas a los bancos, por una simple razón: en ese Presupuesto de Egresos que nos presentó, no está el dinero para sus grandes proyectos. Esos, sus grandes proyectos, vendrán necesariamente con dinero de la iniciativa privada; de fondos que fluyen o se encarecen (y hasta se niegan) dependiendo qué tan buena cara les pongas: qué tan cumplidor les parezcas, qué tan estable en tus decisiones te muestres. La cancelación del NAIM ya la había anunciado y sólo algunos despistados no la registraron; la caída de la bolsa fue menor, en realidad, y pronta la recuperación. Pero lo de bajar las comisiones de los bancos (con lo que yo estoy de acuerdo) no estaba en mente de nadie. Así fue que vino la turbulencia de la semana pasada, que no fue menor.
Regreso al Presupuesto de Egresos: sin deuda, sin déficit fiscal y sin nuevos (o aumento de) impuestos, AMLO tiene como opción para sus grandes proyectos recurrir al financiamiento privado. Y si al tiempo que cambia el tablero alguien quita una ala, pues viene la turbulencia, en este caso financiera. En ese aprendizaje anda López Obrador. Todos los presidentes aprenden en el camino. Debe aprender a controlar sus impulsos… y los de su partido.
Sí, el reto que se han fijado es muy fuerte. Sí, hay mucho por hacer y mucho qué cumplirle al electorado. Pero no pueden permitirse, él y su partido, que mientras se arregla el baño de enfrente del avión a alguien se le ocurra desmantelar el que está en la cola porque, obvio, va a suceder un accidente. No tapicen todos los asientos al mismo tiempo. Pueden arreglar una turbina pero no las dos. Y así.
Los mercados financieros están muy sensibles con todo lo que Morena y su Presidente hagan. Pinches bancos, sí, sí. Pero si le pegan a los bancos justo después de cancelar el NAIM, ¿quién va a querer aventurar su capital en los grandes proyectos de AMLO? ¿Quién querrá comprarle un boleto a su Cuarta Transformación si mientras aflojan el tablero alguien brinca a una ala con unas pinzas en la mano?
Todos aprendemos en el camino, y los presidentes también. El dicho popular pega directo en el clavo: “Ayer que fuiste martillo dabas golpes sin clemencia; ahora eres el yunque: procura la paciencia…”
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