A la familia de Moisés Sánchez, el onceavo periodista asesinado durante el sexenio de Javier Duarte en Veracruz
Occidente sabe que cuando Estados Unidos se mueve hacia la derecha o hacia la izquierda, así camina una buena parte del mundo. Estos pequeños movimientos –considerando que el líder es un trasatlántico pesado– marcan tendencia: la beligerancia de George W. Bush movió a varios presidentes hacia una posición afín a la guerra, por citar, mientras que Bill Clinton los empujó hacia una agenda comprometida con el medio ambiente. Un José María Aznar sólo cabía en el planeta Bush, digamos; un Felipe González, en el de Clinton.
Lo mismo pasa en otros niveles. Así sucede al interior de México. La llegada de los llamados tecnócratas al poder inundó de ellos las distintas esferas; copias de Ernesto Zedillo se extendieron en los gobiernos locales, por citar, como emuladores de Carlos Salinas o de Miguel de la Madrid en su momento. Los violadores de derechos humanos se descararon en el país de Felipe Calderón; los ladrones sentaron sus reales con José López Portillo, mientras que los asesinos con licencia ocuparon espacios durante el sexenio de Luis Echeverría, cuando el Estado veía desestabilizadores hasta en la sopa.
Y así está sucediendo hoy con Enrique Peña Nieto.
César Duarte en Chihuahua, por ejemplo, sólo se entiende en el contexto de Peña: a la cuarta mansión ligada con empresas constructoras beneficiadas con contratos de gobierno (la “casa blanca”, la casa de campaña, la de Videgaray en Malinalco y la nueva de Peña Nieto en Ixtapan de la Sal), ¿qué puede significar que un Gobernador haya intentado, con fondos del gobierno estatal, apuntalar un banco del que su tesorero es socio y del que él y su esposa querían ser socios, de acuerdo con datos de transparencia dados a conocer por el líder de izquierda Jaime García Chávez? Significa nada.
Para actuar contra Duarte, el gobierno de Peña Nieto tendría que basarse en ciertos principios morales y éticos que no tiene y no piensa adquirir. Para ir por él, tendía que dar señales de que busca, por lo menos, taparle el ojo al macho: impulsar una Fiscalía Anticorrupción independiente, por ejemplo. Pero esa Fiscalía está detenida en el Congreso. Y quien la tiene congelada es el PRI, partido del Presidente. El PRI es muy disciplinado, se sabe; y aprendió que para sobrevivir, su estructura debe mantenerse vertical. Entonces el Presidente es quien tiene congelada, en los hechos, esa Fiscalía Anticorrupción independiente que exigen no sólo la oposición en México, sino distintos medios en el extranjero.
“Para que este tipo de cosas sean posibles en México [el combate a la corrupción], se necesitan varios cambios. Las propuestas para una oficina de un fiscal independiente y un organismo de lucha contra la corrupción deben de ser la vía rápida (tristemente, los partidarios del señor Peña quieren que el órgano anti corrupción esté bajo el control del gobierno). El segundo elemento que falta es la responsabilidad política. Nadie ha asumido la responsabilidad y nadie ha renunciado por las fallas de seguridad, o por el contrato del tren [México-Querétaro] poco fiable o por los conflictos de intereses. Nadie ha prohibido a Grupo Higa tener contratos del gobierno mientras se investiga de forma independiente, aunque sólo sea para demostrar que está libre de culpa”, dijo The Economist la semana pasada.
Aquí se ha dicho también. Pero el gobierno parece haber sellado los oídos a cualquier crítica o sugerencia. A mayor es el escándalo, más se aísla, parece, al Presidente. Lo montan en un avión y listo. Lo sacan de la zona del conflicto y, creen, con eso se soluciona todo. Pero no. No se soluciona todo. Deberían haberlo notado los asesores de Peña Nieto a estas alturas.
El olor a corrupción se eleva hacia el cielo y el olor a ineptitud también. Y allí está reflejado, ese olor, en la prensa extranjera. Pero lo que más preocupa es el olor a cerrazón. O por lo menos eso es lo que debería preocupar a los mexicanos, porque la cerrazón dice algo muy puntual: que la cosa seguirá igual, o irá a peor.
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Al Presidente le ha renunciado, al menos, Miguel Ángel Osorio Chong. Se le ha sugerido, por el tamaño del fracaso económico, la remoción de Luis Videgaray. Al primero le haría dicho que no; del segundo no sabemos. Al Presidente se le ha sugerido mover al gabinete (que no mueve a México) con dos objetivos: uno, dar una respuesta a quienes critican que no se está haciendo algo para mejorar la administración; y dos, para realmente mejorar la administración. No ha sucedido. El mensaje que se ha mandado a César Duarte y a los otros como él es que el Presidente es un hombre que se aferra a lo que hace y ya. La cerrazón.
Peña Nieto no ha dado respuestas a los cuestionamientos de corrupción; ¿Duarte por qué tendría que hacerlo? Peña Nieto no ha hecho nada para llevar ante la justicia a los verdaderos involucrados en casos como Ayotzinapa, Tlatlaya y recientemente Apatzingán –donde hay sospechas de ajusticiamientos extrajudiciales–, y tampoco ha hecho nada para responder a los ataques a la prensa, por ejemplo. Entonces hay un Javier Duarte, Gobernador de Veracruz, que acumula periodistas muertos como si fueran medallas.
A las denuncias de que Sedesol sirve para comprar votos, hechas por la oposición, respondió con un “aguanta Rosario [Robles]”. Entonces es de esperarse que esa complacencia aplique a todos aquellos que, en el proceso electoral que viene, saquen otra vez las uñas.
El Presidente o sus asesores no han entendido que mover al Gabinete para exigir más eficiencia, combatir la corrupción y atacar la impunidad (en Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán, en casos de periodistas atacados) tiene un efecto multiplicador: son señales que se mandan y que hacen, al final, el trabajo más sencillo. Pero cuando el mensaje es la inmovilidad, ese mensaje se traduce en un: hagamos lo que queramos, que no pasa nada.
Así como Bush, Clinton, Calderón, Fox, Zedillo, Salinas, De la Madrid, López Portillo o Echeverría marcaron su administración, Enrique Peña Nieto va derecho a marcar la suya (2012-2018), prematuramente. Y por la víspera se sacan los días: la marca será la corrupción. No hace nada para combatirla, no da explicaciones de sus propios casos (“no hay conflicto de interés” es una respuesta boba), le da la espalda a la idea de un Fiscal Anticorrupción independiente y –como colofón de lo anterior– alienta a los que, con las siglas de su partido, roban en los estados.
Es la corrupción, estúpidos (parafraseando la campaña electoral de Clinton). Pero, otra vez: ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿El gato?
*El autor es responsable de las opiniones vertidas en este artículo.
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